El saludo.
Querida “República”: seguramente alguna vez escuchaste que “lo más importante no es ganar, sino competir”; o quizá esta misma semana escuchaste a alguien decir “todo l o que gano me lo trago, me lo unto y me lo visto como me da mi chingada gana”. Sea que estés o no de acuerdo con el espíritu de deportividad impulsado por Pierre de Coubertin, fundador de los Juegos Olímpicos modernos, o con las “lúcidas” explicaciones de la titular de la Conade, Ana Guevara, debes reflexionar sobre los alcances del olimpismo en la actualidad y analizarlo desde el espectro de “La Cosa Pública”.
El mensaje.
Para muchos, los Juegos Olímpicos siguen siendo una metáfora maravillosa de lo mejor del mundo: de la grandeza del espíritu humano, la cooperación entre las naciones, la inclusión y la hermandad entre los individuos. Para otros tantos, se han reducido a una mera “carrera mercantil y corrupta” a causa del poder, del dinero y de los medios de comunicación.
Atendiendo los principios promulgados en la “Carta Olímpica”, descubrirás que el Olimpismo es propiamente una filosofía de vida “que exalta y combina en un conjunto armónico las cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu”. Es decir, el Olimpismo pone el deporte al servicio del desarrollo armónico de la humanidad; creando un estilo de vida que coloca el “principio de no discriminación” en su corazón mismo.
Lo cierto es que, desde su origen helénico, y a lo largo de su etapa moderna, los Juegos Olímpicos han tenido que adaptarse a una gran variedad de avances sociales, económicos, políticos y tecnológicos. Desde su alejamiento del amateurismo, han sufrido grandes cambios alentados por el patrocinio de las empresas y la comercialización de los juegos; sin estar exentos de escándalos, de “boicots” e interrupciones a causa de las guerras y de la reciente postergación debido a la pandemia de Covid-19.
Dicho lo anterior, vale la pena reflexionar sobre todo aquello que se interrumpe durante la celebración de la principal competición del mundo deportivo. Empezando por los conflictos entre las ciudades-estado participantes; este famoso “cese de las hostilidades” conocido como “tregua olímpica”, recurso al que acudió recientemente el propio Macron para postergar el nombramiento de un primer ministro francés. Y continuando con nuestra terrible realidad mexicana, que intentamos “pausar” hasta la culminación de la justa olímpica; esa realidad mexicana que se empeña más en apoyar a “ninis” y a directivos como Guevara, que a medallistas olímpicos como Osmar Olvera.
¿En verdad como seres humanos no somos capaces de erradicar todo este mal que sí somos capaces de “pausar”?
La despedida.
Querida “R”: empéñate por ir siempre “más rápido, más alto, más fuerte” a la conquista de tu propia voluntad para tomar buenas decisiones, para hacer lo correcto y no conformarte con hacer lo que te dé tu “chingada gana”.
La firma.
Tu amigo “El Discursero”
P.D. En espera de una próxima carta, deshazte del sobre amarillo.