El saludo.
Querida “R.”: con el paso de trienios y sexenios —medidas de tiempo de “La Cosa Pública”—, desarrollamos un “rasero parejo”.
A fuerza de repetición, discursos vacíos, cambios someros y desilusiones, terminamos por meter “en una misma bolsa” a los actores políticos y sus acciones, independientemente de colores partidistas; concediéndoles “rigurosa igualdad”, dejamos de advertir diferencias entre ellos.
El mensaje.
Las “fuerzas políticas” —adjetivo por demás condescendiente—, conscientes de nuestro “rasero ciudadano”, se empeñan una y otra vez en diferenciarse unas de otras, etiquetándose mutuamente. “No somos iguales”, “no son iguales, son peores”, “Prian”, “Primor”, “Narcopresidentes”, y un largo etcétera de construcciones narrativas por oposición, revelan el gran abanico coloquial que los retrata.
Y, es cierto, no son iguales; pero también lo es, que unos y otros se han empeñado en parecerlo mediante lujos insultantes —“bodas y turismo de romance incluidos”—, nepotismo rampante, impunidad, corrupción, desvío de recursos públicos, negligencia criminal, cuates y cuotas.
Independientemente de nuestra lectura de la nueva clase política dominante —y de su evidente afán de concentración de poder— o de la oposición política —y de su evidente falta de capacidad de articularse como una opción para la gente—, es buen momento de recalibrar nuestro “rasero ciudadano”.
Pues sólo así seremos capaces de ubicarnos en otro sitio; de sacudir “La Cosa Pública”, de romper escenarios predecibles, de no resignarnos al imperio de la subjetividad, del pesimismo y la inercia inevitable.
Es decir, debemos ajustar el “rasero ciudadano” para que nuestra tendencia “igualadora” no nos impida señalar los excesos y combatir las arbitrariedades del presente.
Para que las intrigas partidistas, con sus afanes de concentrar o recuperar el poder, no se entrometan —tanto como lo hacen— en la implementación de políticas públicas que posibiliten mejores realidades.
Y, también, para que ese “rasero” no frene el sano ejercicio de reconocer, con honestidad cívica, los aciertos de nuestros representantes.
La despedida.
Querida “R.”: recuerda con Michel Foucault que “el poder es relacional” —todos lo ejercemos y todos lo padecemos— y también un gran “revelador” de quiénes somos; no busques el poder, persigue el propósito y busca el equilibrio. En el camino, recuerda ajustar una y otra vez tu “rasero ciudadano” para contribuir a sanar “La Cosa Pública”.
La firma.
Tu amigo: “El Discursero”.
P.D. En espera de una próxima carta, deshazte del sobre amarillo.