El saludo

Querida “R.”: tengo que confesarte que frecuentemente me siento confundido, sin ser capaz de reconocer la fuente de mi confusión.

Suelo pensar que dicha sensación de incertidumbre y desorden que me invade es innata y común a muchos por nuestra calidad de seres inacabados -afán de trascendencia, dirían algunos-; otras tantas, mi falta de claridad emana al tratar de encontrarle un sentido a los momentos de crisis, confusión y caos que invaden a “La Cosa Pública” últimamente.

El mensaje

Ante tanto extravío, te sugiero recordar que la verdad suele encontrarse en la simplicidad; aléjate de lo complejo, de lo múltiple, de lo confuso y fragmentado para regresar a lo básico y permanente: al hombre mismo, a ti misma -en tu unicidad-.

Al hacerlo, trata de reconocer todas aquellas fronteras que se están desdibujando en el espectro de lo público y que, probablemente, sean el origen de tu confusión. Y, muy importante, no permitas que otros te confundan; recuerda que el oficio de muchos es incidir en tu percepción.

No confundas lo real con lo ideal; ni tampoco valor con precio.

No confundas el manejo de las cosas con el entendimiento de ellas. Piénsalo: manejar un coche, no te hace experto en mecánica; tener redes sociales, no significa que entiendas su funcionamiento; ostentar un cargo público o dirigir una empresa, no te convierte en un líder.

No confundas sustantividad con ausencia. La paz no es la simple ausencia de guerra; la salud integral no es la ausencia de enfermedad; la libertad implica mucho más que la ausencia de esclavitud; la educación no es la ausencia de ignorancia; la congruencia no es la mera ausencia de escándalos -del conocimiento público-.

Por último, no confundas conocimiento con sabiduría; aquel está al alcance de todos; esta configura el arte de saber vivir la única vida que tenemos.

¿Notas la diferencia?, ¿eres capaz de reconocer las fronteras que tanto insisten en borrar de tu mente? Al hacerlo, quizá caigas en cuenta que la verdad no reside en “otros datos”; que la “mayoría del momento” no es el pueblo, y que como pueblo no siempre somos sabios; que el dilema planteado entre liberales o conservadores, fifís y chairos, es falso; que la verdad y la justicia no emergen en razón de popularidad o empatía; que no habrá mejores gobiernos sin mejores ciudadanos; que no habrá trascendencia colectiva sin congruencia individual.

La confusión que te plantea “La Cosa Pública”, querida R., se diluye en un falso debate de izquierdas y derechas, de globalismos y nacionalismos, de extremos exacerbados, de frentes irreconciliables, que se extrapolan y desdibujan; el verdadero debate versa sobre democracia o autoritarismo, frontera que unos y otros rebasan continua y vilmente -desde su condición humana-.

La despedida

Querida “R.”: lucha por procesar y ordenar tu mundo, con los mensajes y signos que te ofrece, de la mejor manera. Confúndete mucho, pero no dejes de reflexionar sobre el origen de tu confusión; es el primer paso a la claridad que necesitas y que tanta falta le hace a “La Cosa Pública”.

La firma

Tu amigo: “El Discursero”.

P.D. En espera de una próxima carta, deshazte del sobre amarillo.

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