El saludo

Querida “R.”: es común que las personas transitemos por la vida evitando discutir, porque no siempre es deseable. Pero también es cierto que muchas veces rehuimos a hacerlo porque confundimos su significado, estigmatizándolo.

Discutir no sólo es contender contra el parecer o las ideas de alguien; la discusión, en sentido amplio, sucede cuando se alega dando razones e, incluso, cuando unos y otros somos capaces de examinar atentamente un asunto de interés común.

El mensaje

Los temas de la “La Cosa Pública” deben visibilizarse y sus asuntos más relevantes, discutirse con razones y argumentos.

Es muy alentador —y también deseable— que cada vez las mesas de un mayor número de familias discutan sobre asuntos políticos; desde decisiones, obras y acciones de gobierno, hasta culpas, verdades y posverdades —sin que probablemente lleguemos a reconocer “quién es quién en las mentiras”—.

Es igualmente necesario que las comunidades educativas, particularmente las universidades, coloquen dichos asuntos en el centro de sus discusiones; que se edifiquen como verdaderas escuelas cívicas mediante el debate de ideas ajenas y propias, añejas y contemporáneas.

Empero, lo más importante, es que todos seamos capaces de distinguir los elementos que integran la discusión de cada asunto analizado; reconocer si lo que las anima son diferencias de intereses, ánimos distractores o disputas fácticas. E, inmediatamente después, identificar si nuestra posición con respecto a lo que se discute es o no es inamovible, es o no de nuestra autoría —informada, razonada, personal, asumida—.

Siendo conscientes de lo anterior, el siguiente paso es tomar la decisión personal de participar —opinar, cuestionar, argumentar, proponer— alentando una discusión constructiva.

Aquella que es más racional y menos emocional; en la que permitimos que los buenos argumentos de otros cambien nuestra forma de pensar; la que nos lleva a verdaderamente escuchar al otro para encontrar coincidencias; la que nos permite ser escuchados, para defender nuestros puntos de vista y puntualizar nuestras diferencias con las ideas del otro —no con su persona, evitando así tomarse las cosas de manera personal—; la que causa mucho bien a “La Cosa Pública” y nos permite crecer en democracia participativa, civilidad y pertenencia.

Así que bienvenidas las discusiones sobre la reforma al Poder Judicial, la defensa de la Constitución, las elecciones de estado, la sobrerrepresentación, el ocaso del sistema de partidos —de componendas y arreglos—, o los perfiles de los integrantes de gabinete.

Bienvenidas todas aquellas discusiones que no se reduzcan a callar o silenciar al adversario, sino que, por el contrario, se engrandezcan y ensanchen al elevar los contenidos del debate público.

Lo dijo de mejor manera el ensayista Joseph Joubert: “el fin de las disputas y polémicas no debe ser la victoria, sino el perfeccionamiento… El objeto de toda discusión no debe ser el triunfo, sino el progreso”.

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