El saludo.

Querida “R.”: ¿cabe la sensatez en un mundo que vive de prisa y piensa lentamente?, ¿uno donde la verdad es ignorada?, ¿uno donde el consumo y el desecho ahogan la lógica, la razón y la mesura?, ¿uno más preocupado por publicar “vidas felices” que por vivirlas?, ¿uno donde los extremos desdibujan el centro?, ¿uno donde la muerte parece no dolerle a “La Cosa Púbica”?, ¿uno donde el afán de poder superpone la voluntad de servir?

Habría que decir que una buena forma de reconocer la sensatez en nuestros días —de advertirla y ponderarla—, es precisamente apuntando a su ausencia.

El mensaje.

La cualidad de sensato hoy brilla por su ausencia en “La Cosa Pública”.

Ahí donde el arte de gobernar llama a nuestros representantes a obrar dentro de parámetros razonables, de sentido común y de experiencia aquilatada con el tiempo, es donde imperan la improvisación, la impostura, la soberbia, la necedad y las mentiras.

Si la experiencia no es necesaria para impartir justicia, entonces ¿de dónde proviene el buen juicio?

Si el mérito no es más “hoja de ruta” de la carrera judicial, ni de ninguna otra carrera —incluyendo las educativas—, ¿de dónde provendrá nuestra viabilidad y desarrollo?

Si nos empeñamos en agotar los cauces culturales e intelectuales, ¿de dónde provendrá nuestra cohesión e integralidad?

Si la muerte ha dejado de despertar nuestra capacidad de asombro, ¿de dónde provendrá el respeto por la vida?

Se ha normalizado que las “mayorías del momento” dentro de “La Cosa Pública” consideren que sus ideas, e incluso su moralidad, son superiores a las de sus mal llamados adversarios; configurando un circo de promesas imposibles y descalificaciones que deja de lado a los ciudadanos. Lo más grave es que lo hacen sin esgrimir argumentos, sin contrastar ideas, sin demostrar sus efectos prácticos, sin cifras, ni razones; sin sensatez ni fundamentos.

Así que bien haríamos gobernantes y gobernados en tomarnos unos minutos de nuestras “saturadas agendas”, de es os minutos que afirmamos no tener, para visibilizar las precondiciones necesarias para el surgimiento de nuestra sensatez —más allá de satisfactores básicos y acceso a la justicia—. Entre otras cosas, veríamos que vale mucho la pena depurar nuestro lenguaje; dejar de lado los “yo, yo, yo”, los “siempre” y los “nunca”, para darle paso al “nosotros”, a la humildad, a lo posible, a lo real, a lo verdadero.

Con Luis Fernando Brehm Carstensen, habría que buscar escapes de verdad y de sensatez: “para restaurar la construcción de la casa de la moralidad, nada hay nada mejor que palabras cargadas de significado y de sentido, que construyen cuentos, anécdotas, situaciones humorísticas, poemas, afectos, decires que nos dicen, que nos llevan a la comparación personal entre los signos escritos y la realidad en que se habita o sólo se sobrevive”.

La despedida.

Querida “R.”: que tu sensatez te lleve a razonar, decir, expresar y crear para llenar ausencias y vacíos en “La Cosa Pública”. Y, por favor, no te fíes de cualquiera (sería insensato).

La firma.

Tu amigo: “El Discursero”.

P.D. En espera de una próxima carta, deshazte del sobre amarillo.

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