El saludo.
Querida “R.”: hay una palabra que últimamente fluctúa en el medio ambiente de “La Cosa Pública” y lo hace, paradójicamente, en el mes patrio: la traición. Traicionar es quebrantar la lealtad con otros o con uno mismo; es un acto que pulveriza la confianza.
De traidores está llena la historia de la humanidad; desde los célebres traidores bíblicos como Caín o Judas Iscariote, hasta la Malinche que contribuyó a la caída del imperio mexica —“heredándonos” su malinchismo—. Y sí, políticos traidores ha habido muchos, los hay y los seguirá habiendo.
El mensaje.
La traición no conoce de “generación espontánea”; los actos de traición se suceden uno tras otro, nunca llegan solos.
Con motivo de la aprobación de la reforma judicial, esta semana fuimos testigos de un “fuego cruzado” de acusaciones, reproches y disparates por parte de nuestra clase política.
Entre traidores de ambos bandos revelaron una nueva secuencia de traición: políticos corruptos, abrazando el manto protector de partidos —que se rasgaron las vestiduras—, para aprobar una reforma de manera turbia y corrupta.
“Resiste”, “diste tu palabra”, “no te dejes seducir”, “todavía puedes ser un héroe”, “colócate del lado correcto de la historia”.
¿En serio?, ¿su mejor salida es el reduccionismo simplista?, ¿la narrativa de héroes o villanos?, ¿el señalamiento de un solo traidor?, ¿en verdad no hay espacio para la autocrítica?
Es cierto: hubo evidentes actos de traición por parte de al menos cuatro senadores, ya sea por intimidación, coacción o compra de voluntades por parte del oficialismo rampante, corrupto e impune; hubo también evidentes “sesgos de indignación” en ambos bandos. Pero, ¿cuál fue la traición originaria que dio lugar a esta nueva traición?
Quizá lo fue apoyar alianzas perversas, proponer perfiles corruptos y corrompibles, postular candidatos con cuentas pendientes con la justicia, repartir candidaturas como cuotas de poder, creerles a los traidores ingenuamente, someterse a los designios de dirigencias sin rumbo, tener “manga ancha” con un poder corruptor, construir una oposición mezquina, normalizar la extorsión como forma de hacer política, corromper la partidocracia desde adentro, integrar instituciones y organismos sin responsabilidad ni cultura cívica.
La traición tiene muchos nombres; está firmada por quienes se convirtieron en aquello que juraron combatir. El que pierde, una vez más, es nuestro querido México. Y los que podemos levantarlo somos nosotros: las y los ciudadanos que debemos movernos y alzar la voz porque amamos este país; ellos no.
La despedida.
Querida “R.”: no hay 30 monedas de plata que alcancen para una conciencia tranquila; siembra y cosecha lealtad contigo misma y recuerda, con Clive Staples Lewis: “si nos reímos del honor, luego no nos sorprendamos de encontrar traidores entre nosotros”.
La firma.
Tu amigo: “El Discursero”.
P.D. En espera de una próxima carta, deshazte del sobre amarillo.