A partir de la derrota política de la alianza PAN-PRI-PRD en las elecciones del 2 de junio y el triunfo de Morena y sus aliados, se abrió el camino hacia la reforma judicial. El debate calorífico en torno a reconfigurar el Poder Judicial se está librando en diversas latitudes y escenarios del país; sin embargo, el denominador común ya está definido, a saber: la elección de jueces y magistrados entre otros será a través de la vía del voto directo, universal y secreto.
Los funcionarios públicos del poder judicial se defienden por todos los medios para evitar el “Plan C”, iniciativa del gobierno federal. Los más reticentes han sido y son ciertos magistrados pertenecientes a la élite del Tribunal Superior de Justicia (TSJ), los cuales han disfrutado de todos los privilegios del puesto. Este fenómeno no sería tan discutible sino los hubiera cancerado la corrupción en lo personal y, en consecuencia, ese cáncer se expandió a la mayoría del cuerpo judicial.
El fenómeno de la corrupción ha lastimado a ciudadanos, a los cuales el Poder Judicial les ha roto su dignidad, su autoestima y recursos materiales. A este hecho se le llama injusticia. A contrapelo, la corrupción fluye de arriba hacia abajo. Por lo tanto, la demanda ciudadana por medio del voto es alterar la naturaleza del Poder Judicial cuyo espacio estratégico de descomposición es el TSJ sin más ni más.
Aristóteles en su texto Política afirma: “El bien en política es la justicia; en otros términos, la utilidad general. Se cree, comúnmente, que la justicia es una especie de igualdad y esta opinión vulgar está hasta cierto punto de acuerdo con los principios filosóficos de que nos hemos servido en la moral”. (Capítulo VII). A la vista, el TSJ renunció a la moral individual y a la moral pública. Se ejecutan decisiones jurídicas a favor de los sectores más privilegiados en detrimento de los ciudadanos de a pie los cuales no son tratados con mínimo respeto.
En cuanto a la elección de los funcionarios de la justicia, Aristóteles se pregunta: “¿Quién podrá entonces reunir esta doble virtud, la del buen ciudadano y la del hombre de bien? Ya lo he dicho; el magistrado digno del mando que ejerce, y que es, a la vez, virtuoso y hábil: porque la habilidad no es menos necesaria que la virtud para el hombre de Estado”… Esta es la autoridad política que debe tratar de conocer el futuro magistrado, comenzando por obedecer él mismo; así como se aprende a mandar… En este sentido es en el que puede sostenerse, con razón, que la única y verdadera escuela del mando es la obediencia.” (Capítulo II).
La nueva estructura corpórea del Poder Judicial en marcha interpela, sin duda, a los ciudadanos de oposición al Poder Ejecutivo actual. Hasta donde el ciudadano opositor recurriría humildemente al buen uso de razón a fin de distanciarse de posiciones iracundas para alentar el debate hacia el territorio de la moral pública en beneficio de todos los individuos de México. Escuchemos el eco de la voz del filósofo Aristóteles en el contexto del espíritu del tiempo. Esto sería realmente extraordinario.