Cuando el cardenal Jorge Mario Bergoglio fue elegido Papa en marzo de 2013, el mundo estaba en otra frecuencia. No existía TikTok, el iPhone 5 era la gran novedad, y apenas comenzábamos a entender el poder de las redes sociales. La elección de Francisco, el primer pontífice latinoamericano y jesuita ya era histórica por sí misma. Pero también lo fue por lo que implicó su papado: fue el primer Papa plenamente digital.

Durante estos más de diez años, el Vaticano se transformó tecnológicamente. Francisco permitió que el catolicismo tuviera presencia activa en Twitter, Instagram y YouTube. Se transmitieron misas en línea desde la Plaza de San Pedro. Se abrieron canales de comunicación con jóvenes a través de apps religiosas. Incluso se exploraron alianzas con desarrolladores para crear plataformas de oración digital y guías interactivas de la fe. En tiempos de pandemia, fue uno de los pocos líderes globales que logró que el silencio virtual también fuera espiritual.

Pero su uso de la tecnología no fue solo una herramienta de difusión: Francisco abrazó la conversación crítica sobre sus límites. Habló sobre la vigilancia digital, la desinformación, la adicción a las pantallas y el riesgo de una economía controlada por algoritmos sin ética. En su carta encíclica Fratelli Tutti, hizo un llamado a la “amistad social” incluso en el entorno digital. Fue una voz serena frente al caos hipermediático.

Ahora, la Iglesia se prepara para otro cambio histórico. El mundo que recibirá al nuevo Papa ya no es el de la comunicación digital, es el de la inteligencia artificial, los deepfakes, la biotecnología, el colapso informativo y la automatización espiritual. Y la pregunta es inevitable: ¿cómo se guía una comunidad global de más de mil millones de personas en un tiempo donde los milagros pueden ser simulados por una máquina?

Los retos del próximo pontífice son inmensos.

Deberá responder preguntas que ningún Papa anterior tuvo que enfrentar:

¿Puede una homilía ser escrita por una IA?

¿Tiene valor una confesión en el metaverso?

¿Es posible que un algoritmo comprenda el pecado, el perdón o la gracia?

¿Cómo proteger la dignidad humana en un mundo donde la biotecnología desafía el concepto mismo de creación?

El nuevo Papa tendrá que defender el alma humana en un tiempo donde todo puede replicarse, incluso lo sagrado. Necesitará una teología que dialogue con la computación cuántica, una doctrina social que entienda el impacto de la automatización laboral, y una presencia pastoral en un mundo donde la presencia física ya no es la única forma de estar.

Quizá no pueda hacerlo solo. Quizá necesitará rodearse no solo de teólogos, sino de científicos, filósofos y jóvenes ingenieros. No para cambiar el mensaje, sino para que el mensaje siga siendo humano.

El próximo Papa no hereda una Iglesia en crisis, sino una humanidad en mutación. Hereda una nube. No solo la de la fe, sino la otra: la digital, la de los datos, la que almacena todo pero entiende poco. Y ahí, como siempre, la voz más antigua tendrá que volver a ser la más clara.

Google News

TEMAS RELACIONADOS