En los últimos días, la votación sobre la reforma judicial ha ocupado todos los titulares, con muchos señalando a ciertos legisladores como los “traidores a la patria”. En la vorágine mediática, la opinión pública ha sido rápida para señalar con el dedo, buscando culpables en un solo voto. Pero esa visión simplista sólo alimenta la faramalla de las redes sociales y de una ciudadanía ansiosa por quemar brujas.
El verdadero problema no reside en una votación puntual. El verdadero acto de traición está en la perpetuación de estructuras que niegan la participación ciudadana, que secuestran los procesos políticos y que, año tras año, siguen drenando recursos públicos mientras mantienen un férreo control sobre la elección de liderazgos.
Los partidos que hoy se llaman oposición —PAN y PRI, para ser precisos— son responsables de traicionar los principios democráticos desde sus raíces. ¿Qué vemos en su seno? Procesos internos cerrados, líderes impuestos desde arriba, candidatos que no surgen de la voluntad popular sino de pactos y acuerdos en las cúpulas. El ciudadano común queda apartado, no es más que un espectador en un teatro político donde el guion ya está escrito.
Estos partidos siguen erogando millones del presupuesto público, destinando recursos a asociaciones políticas que nada tienen que ver con los intereses de la gente. Mientras tanto, los liderazgos se eligen con la misma opacidad y desprecio por la democracia que se criticaba en épocas pasadas.
El verdadero culpable no es un voto aislado en el Congreso. Los verdaderos traidores son aquellos que siguen manteniendo un sistema político cerrado, alejado de la ciudadanía, y que usan el dinero de todos para perpetuarse en el poder. Estos dirigentes de partido no solo han fallado a la patria, sino que han condenado a la oposición a ser una sombra de lo que alguna vez fue.
Como Maquiavelo advertía en El Príncipe: los líderes que anteponen sus intereses y los de su corte a las necesidades del pueblo están condenados a la ruina. PAN y PRI, al continuar por este camino, se hunden cada vez más en la irrelevancia, no por traicionar un voto, sino por traicionar la esencia misma de la política: representar a su gente.
El debate no es sobre un solo voto; es sobre quienes realmente traicionan a la patria al ignorar las voces que dicen representar.