“Si llega la crisis o la guerra.” Ese es el título del panfleto que hoy se distribuye en Suecia, una guía de supervivencia que instruye a los ciudadanos sobre qué hacer en caso de un ataque nuclear. Finlandia, por su parte, está repartiendo recomendaciones similares, alertando sobre la importancia de localizar refugios, almacenar agua y alimentos, y mantenerse informados. Lo que podría sonar como un resabio de la Guerra Fría, es en realidad una respuesta concreta a una amenaza que parecía lejana, pero que vuelve a asomarse con inquietante claridad.
Imagine que esta mañana encuentra ese mismo panfleto en su buzón. Podría parecerle algo exagerado o alarmista, pero en Europa, esta escena es hoy una realidad. Los gobiernos están preparando a sus ciudadanos para lo que podría ser el peor de los escenarios: una guerra que trascienda lo convencional y escale al uso de armas nucleares. Las tensiones entre Rusia y Ucrania, las amenazas implícitas de Vladimir Putin y las provocaciones cada vez más explícitas entre potencias hacen que este tipo de prevención sea más que justificable.
Pero, ¿y si ese panfleto llegara hoy a México? ¿Qué nos diría? ¿Baje las persianas y guarde agua en botellas? ¿Busque un refugio? ¿O simplemente recen? Es fácil creer que estamos lejos del peligro, pero la historia, como siempre, nos demuestra lo contrario.
En 1962, durante la Crisis de los Misiles en Cuba, el mundo estuvo a 90 millas de la aniquilación nuclear. En ese entonces, México logró mantenerse al margen gracias a su diplomacia prudente y a la relativa simplicidad de su contexto geopolítico. Pero hoy vivimos en un mundo diferente. La globalización ha tejido una red tan compleja que un ataque nuclear en Europa no sería solo un evento regional; sería un terremoto global cuyas ondas llegarían a todos los rincones, incluyendo este país.
México no es ajeno a las implicaciones de un conflicto de esta magnitud. Nuestra proximidad con Estados Unidos nos convierte automáticamente en una pieza estratégica del tablero. No seríamos un blanco directo, pero sí un punto de apoyo vital para el hemisferio occidental. Puertos, rutas comerciales, corredores de suministro… Todo lo que nos conecta con el mundo se convertiría en una arteria clave para una maquinaria militar global.
Y si el conflicto escala, como inevitablemente hacen todos los conflictos, nos enfrentaremos a retos aún más inmediatos. Una ola migratoria masiva, no sólo desde Centroamérica, sino de otras regiones, podría poner a prueba la resistencia de nuestras instituciones. La economía, ya presionada por problemas internos, no resistiría un colapso en los mercados internacionales o una interrupción en las cadenas de suministro. Y sin embargo, no hay evidencia de que México esté siquiera considerando estos escenarios.