En TikTok vi una imagen que parecía sacada de El viaje de Chihiro. Tenía los colores, la textura, hasta esa melancolía bonita de los mundos que dibuja Hayao Miyazaki. Pero no era Ghibli. Era inteligencia artificial. Bastó una frase escrita y un modelo entrenado para producir algo “parecido”.

Ahí fue cuando sentí el primer escalofrío.

Porque Estudio Ghibli no solo es un estilo gráfico, es una forma de ver el mundo. Es la ternura que aparece entre monstruos, los silencios largos, el viento que mueve el pasto en una colina japonesa. Es arte hecho a mano, cuadro por cuadro, con años de trabajo detrás. Y ahora, ese lenguaje único empieza a volverse fórmula replicable, propiedad de una máquina sin memoria ni alma.

No es nostalgia. Es una conversación urgente.

La inteligencia artificial generativa está transformando la manera en que se crea contenido visual, literario, musical. Y en medio de la fascinación tecnológica, los derechos de los creadores humanos han quedado en segundo plano. ¿Puede una red neuronal entrenarse con miles de obras sin pedir permiso? ¿Puede una empresa lucrar con lo que otros imaginaron y construyeron con su tiempo, su sensibilidad, su experiencia?

En México, el Congreso trabaja en una Ley General de Inteligencia Artificial. El borrador habla de gobernanza, transparencia y ética algorítmica. Pero todavía no entra de lleno al terreno de lo creativo. No hay reglas claras que obliguen a las plataformas de IA a declarar con qué se entrenan, ni a pagar regalías a los artistas cuyos estilos son imitados. Y mientras tanto, diseñadores, ilustradores, escritores y músicos ven cómo su trabajo empieza a ser reemplazado por algo que no sienten como competencia justa.

Muchos dicen: “la tecnología no es buena ni mala, todo depende de cómo se use”. Pero sin reglas claras, lo más probable es que se use para abaratar, para acelerar, para sustituir.

Se viene una batalla: “Hecho por humanos” vs “Hecho por robots”. Y esa frase que suena exagerada puede volverse un sello de valor en el futuro. Como cuando un vino dice “artesanal”, como cuando un café presume que fue tostado por una persona. Lo humano podría volverse un lujo. Y si eso ocurre, hay que decidir si queremos que el arte sea un producto de nicho o un derecho universal.

No se trata de rechazar la tecnología. Se trata de que no borre lo que nos hace humanos: la emoción, el error, la intención, el silencio. Ghibli nunca fue sólo animación. Fue un acto de resistencia poética. Y hoy nos toca a nosotros resistir también, para que la creación siga teniendo corazón.

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