El arte y la cultura han sido, a lo largo de la historia, expresiones que enaltecen lo mejor de nuestras sociedades. Nos conecta, nos define, y, sobre todo, proyectan hacia el futuro las ideas y valores con los que queremos trascender.
¿Qué sucede cuando las expresiones artísticas están subordinados a intereses poco éticos, que promueven el miedo, el crimen, la violencia y la ilegalidad?
Gustavo Petro, Presidente de Colombia, ha iniciado un debate al respecto al cuestionar cuál es el límite de lo que consideramos cultura cuando ésta glorifica la violencia y los códigos de conducta del crimen organizado.
En su crítica a la canción “+57”, Petro cuestiona si podemos llamar cultura a una producción artística que glorifica el sufrimiento humano y la ilegalidad. Esta canción, como muchas otras, aborda temas como la explotación infantil, el narcotráfico, la vida en el crimen, dejando poco espacio para una reflexión ética o una crítica a estos problemas. Es así como el presidente Petro se plantea la diferencia entre “narcocultura” y “narcoanticultura”: una distinción que, considero, deberíamos adoptar también en el contexto mexicano, donde los narcocorridos se han vuelto formas populares de entretenimiento y consumo, pero que a menudo incitan a la violencia y normalizan estilos de vida del crimen organizado.
¿Qué es la cultura sino la búsqueda de una identidad social, ética y creativa? Las canciones y narrativas que se alinean con el crimen organizado, que no sólo cuentan historias de violencia, sino que las convierten en objeto de apología, han cruzado el límite que lleva al concepto de anticultura. Llamarlos cultura traiciona el valor de una sociedad que quiere evolucionar y mejorar; en cambio, necesitamos una reflexión crítica y colectiva sobre lo que estos mensajes realmente transmiten. Narcoseries, corridos que enaltecen el tráfico de drogas y la cultura de la violencia no son elementos que ennoblezcan a una sociedad: al contrario, son discursos que detienen su progreso, que glorifican un estilo de vida y conductas que destruyen familias, comunidades y, en muchos casos, generaciones enteras de jóvenes.
Bienvenido el debate cultural, no se trata de censurar o prohibir, sino de abrir un debate cultural profundo y necesario. Que los gobiernos, instituciones académicas, organizaciones culturales y la sociedad civil nos unamos para confrontar ideas, y para reflexionar sobre lo que realmente constituye la identidad cultural de nuestro país.
Abramos este diálogo, cuestionemos, analicemos y, sobre todo, replanteemos el concepto de cultura como algo que representa lo mejor de nosotros mismos.
En este proceso, México y otras naciones afectadas por el narcotráfico y el crimen organizado podemos empezar a ver la cultura como un escudo ético que defienda a sus ciudadanos, en lugar de como una herramienta que, desde la industria del entretenimiento, perpetúe el ciclo de violencia y marginalización.
@RubenGaliciaB