El reciente otorgamiento del Premio Nobel de Economía a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson no podría llegar en un momento más oportuno para México. Su trabajo, que arroja luz sobre el papel fundamental de las instituciones en el desarrollo económico, hace mucho eco en un país que ha intentado, sin éxito, escapar de la llamada "trampa del ingreso medio".

Si tuviéramos la oportunidad de preguntarles a estos galardonados sobre qué harían para acelerar el desarrollo económico de nuestro país, sus respuestas probablemente girarían en torno a una reforma profunda de nuestras instituciones.

En sus investigaciones, Acemoğlu y Robinson hacen una importante distinción entre instituciones "inclusivas" y "extractivas". Las primeras distribuyen el poder político y económico de manera amplia, creando incentivos para la innovación, el emprendimiento y el crecimiento a largo plazo. Las segundas, concentran el poder en una élite, perpetuando desigualdades y frenando el desarrollo. Este diagnóstico es particularmente relevante para México, donde muchas de sus instituciones, desde el sistema judicial hasta la regulación económica, presentan características que caen peligrosamente en el espectro de lo extractivo. No es difícil identificar ejemplos: monopolios, corrupción sistémica y el estancamiento en sectores clave de la economía.

Lo que Acemoğlu, Johnson y Robinson le dirían a México es que el país no está destinado a esta realidad. La historia económica no está predeterminada; el destino de las naciones se moldea a través de las instituciones que construyen. Y México tiene la oportunidad, incluso la obligación, de diseñar un futuro diferente. La tarea para México sería clara: transformar el funcionamiento de sus instituciones para que sirvan al conjunto de la sociedad.

Además, México debe navegar lo que Acemoğlu y Robinson denominan el “corredor estrecho” entre Estado y sociedad. No se trata simplemente de limitar el poder del Estado o de fomentar una privatización sin control. La clave está en encontrar un equilibrio donde el Estado sea suficientemente fuerte para garantizar la seguridad y el bienestar social, pero lo suficientemente abierto y controlado para que la sociedad civil pueda participar activamente en la toma de decisiones. Es una relación de mutuo refuerzo que, bien gestionada, podría desatar un ciclo virtuoso de crecimiento inclusivo.

Los Nobel de economía de este año nos recuerdan que las instituciones son la clave para resolver los problemas estructurales que han obstaculizado el progreso de México. Las reformas que México necesita deben centrarse en la creación de reglas del juego claras y justas, donde todos los actores puedan competir en igualdad de condiciones.

Con las instituciones correctas y una sociedad comprometida, México tiene el potencial de convertirse en un caso de éxito de desarrollo y prosperidad en la región. El reto es grande, pero el mensaje es claro: no hay destinos predeterminados, solo decisiones que debemos tomar hoy para garantizar un futuro mejor.

@RubenGaliciaB

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