Las escenas de lo sucedido en el estadio de futbol del Santos Laguna recorrieron el mundo. En las cercanías del inmueble se suscitó una balacera y las detonaciones generaron una natural alarma entre los aficionados.

Era agosto de 2011 y Coahuila padecía la violencia. Las bandas criminales invadieron la entidad y generaron diversas manifestaciones de su actividad delictiva. De igual forma, veíamos el enfrentamiento entre ellas para lograr su hegemonía y de esta forma secuestrar territorios completos.

La venta de droga al mercado local, el control de las rutas de trasiego de narcóticos y el sometimiento de las actividades legales e ilegales al pago de cuota, era cosa de todos los días y un gran generador de violencia. La autoridad atendió la emergencia con una estrategia que llevó a mandos de origen militar a las direcciones de las corporaciones locales. Las cosas no mejoraron.

La paz se rompió desde los primeros años del siglo, uno de los más violentos grupos de sicarios penetró a la entidad por la frontera con Nuevo León; ellos provenían de Tamaulipas y su avance dentro del territorio los llevó hasta la comarca lagunera. Allí se enfrentaron con otra organización de maleantes. A su paso dejaron muerte, desaparición de personas y terror.

Una tarde-noche, desde uno de los balcones del edificio que ocupaba de manera provisional la presidencia municipal de Torreón, me tocó ver un enfrentamiento que en los cerros se daba entre delincuentes. Semanas antes, en mi campaña para gobernador, tuve que retirarme de un evento cuando los compañeros advirtieron que esos mismos cerros se llenaban de tiradores.

Para la autoridad no hay opción, ni pretexto: es una obligación combatir al crimen. Durante mi gobierno confirmé mi hipótesis: la paz es posible y depende en buena medida de la actuación de los gobiernos estatales. No es fácil, pero tampoco imposible. Eso quedó demostrado con la actuación de varios gobernadores que enfrentamos con éxito al crimen.

Torreón en 2012 era una de las cinco ciudades más violentas del mundo, como ahora lo son Colima, Obregón y Zamora. Con el tiempo se fue imponiendo la estrategia de paz. Para el 2013 mejoró y se colocó en el lugar 18, en el 2014 en el 48 y en 2016 había salido del ranking de las ciudades más peligrosas.

El éxito se debe a varios factores; el primero, y en buena medida el fundamental, se encuentra en la solidez de los valores del coahuilense. El crimen no pudo destruirlos. Junto a ello, los tres órdenes de gobierno y la sociedad emprendieron acciones para ejecutar la estrategia que diseñó el gobierno del estado y que en la medida de lo posible se consensuó con la comunidad.

La parte nodal era muy sencilla, enfrentar, sin pretexto y con toda la fuerza del Estado a los delincuentes. No hay organización criminal que resista la voluntad de un gobierno para recuperar la paz y proteger al pueblo. Ellos, los malos, triunfan cuando hay división, indolencia u omisión.

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