Les molesta la Constitución, les disgustan las formas que generan tranquilidad y seguridad. En sus argumentos campean falacias e insultos. Así avanza la destrucción del Poder Judicial.

El pasado miércoles 30 de octubre, día de San Marciano de Siracusa, los diputados del gobierno, en una atropellada sesión, votaron, sin mover una coma, una reforma a la Carta Magna, a la que bautizaron de forma patética: “de Supremacía Constitucional”. Una maroma legislativa para burlar al Estado de derecho.

En la taquería a la cual asisto un día sí y otro también, al término de mi plato de frijoles negros con cebolla, un hombre me suelta: “Yo voy a Saltillo y todo está seguro”. El postre me supo a gloria. 16 horas más tarde en el restaurante del señor Slim, donde pido los motuleños para recordar a mi querido Campeche y al tío Fito, un comensal me confiesa: “Me voy de México, mi abuelo vino huyendo de la dictadura y el fanatismo, no soporto el odio”. Los motuleños no fueron lo mismo.

En menos de 24 horas, más de 17 legislaturas locales aprobaron la reforma constitucional. López de Santa Anna envidiaría tal operación política. Eran otros tiempos y su alteza serenísima optó por terminar con el Estado federado y transformarlo en uno de tipo unitario. De paso, y junto con sus cuates que aplaudían como focas, endeudó y mutiló al país.

Hace unos años, el líder de Morena interponía una acción de inconstitucionalidad en contra de una reforma. Argumentaba, con otras palabras, afectación a las cláusulas pétreas, al procedimiento legislativo y a la deliberación democrática en los congresos locales. Un exministro, entonces en funciones, le daba la razón y recordaba en la sentencia su postura de años en favor de contar con mecanismos para revisar las reformas constitucionales.

Mientras los gobernadores de Morena compiten por agradar al Ejecutivo y presionan a sus congresos para votar de inmediato, la violencia reina en la mayoría de sus entidades. Claro, “también en Guanajuato”, es el mantra que repiten como matracas los voceros del régimen.

En mis manos Idos de la mente. La increíble y (a veces) triste historia de Ramón y Cornelio, libro de un norteño del oeste, Luis Humberto Crosthwaite, que compré por la recomendación que en la contraportada hace mi cuate Julián Herbert.

En la Cámara de Diputados, ya no es novedad que la mayoría vote sin reflexionar, tampoco que haya erradicado de sus huestes esa “inútil” costumbre de leer antes de levantar la mano, lo nuevo y original es votar una reforma a la cada vez más conservadora Constitución, sin levantarse de un palco en el Yankee Stadium.

El libro sobre Ramón y mi paisano Cornelio me hace reflexionar: 1.—que también de amor se muere, 2.— que los corridos tumbados son una basura y 3.—que la próxima semana puede ser peor, o como dijo el nefasto señor Velasco: aún hay más.

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