Por suerte, hoy ya se puede decidir quién es santo. Y hasta quién es Dios. El padre del tenista serbio Novak Djokovic, compara a su hijo con Jesucristo, y el cura mexicano Alejandro Solalinde, dice que Andrés Manuel López Obrador es santo. Con esas palabras, dio un paso más allá del subsecretario López-Gatell, quien alguna vez afirmó que el Presidente no se contagiaba de Covid debido a su fuerza moral.
Santo, dice el diccionario, es alguien cuya principal virtud es su capacidad para amar a Dios y a los demás seres humanos y que tiene el empeño por construir justicia y paz para todos.
Según Solalinde, AMLO cumple con esta definición, pues con él “estamos viviendo un cambio profundísimo, no solo de gestión sino de modelo económico y político, hecho con el fortalecimiento de la base popular, que nos permite ir caminando hacia la democracia, lograr la soberanía y autosuficiencia, y la construcción de la paz no a base del fuego sino del convencimiento”.
La idea de santidad de don Alejandro parece más bien política que religiosa y esto se confirma cuando ya entrado en eso de hablar (a pesar de que asegura que no le gustan los reflectores ni el protagonismo y que lo suyo es la soledad y el silencio), aprovecha para referirse a nuestro futuro político: para él Claudia es la buena para ser la próxima presidenta, por tres razones: que es muy apreciada por AMLO, que es mujer, y que es mejor que Marcelo, porque éste es de cuna rica, no sabe de carencias ni tiene arraigo con los indígenas.
Así es como los ciudadanos nos enteramos, gracias al cura, de varias cosas: que para ser candidato hay que ser querido del Presidente y que esa es la virtud más importante y necesaria; que la iglesia en la que las mujeres no pueden ni por error formar parte de la jerarquía, se quiere poner a tono con la moda de la época de aplaudirlas y apoyarlas; y, lo más sorprendente, que Claudia Sheinbaum es de cuna pobre, pasó carencias y tiene arraigo con los indígenas.
Pero más allá de estas afirmaciones, lo impresionante de su prédica es lo que dijo de la Iglesia a la que pertenece, a la que acusa de corrupción, de connivencia con los gobiernos anteriores, de chayotera, de solo adoctrinar a la gente y no hacer nada por ella. Esas sí que son palabras mayores como diría el novelista Luis Spota.
Y volviendo a lo principal, la declaratoria de santidad de nuestro Presidente, está avalada por los discursos del propio López Obrador. Por ejemplo, en su mensaje de fin de año dijo: “Hay que ser buenos, solo siendo buenos podemos ser felices y la felicidad no es lo material”.
Lástima que tantos no se han enterado de esto y quieren bienes materiales que según ellos, sí les dan felicidad y hasta son malos con tal de conseguirlos.
Me parece que al buen cura le faltó proponer para la santidad a la esposa de AMLO, pues ella también tiene hermosos discursos, en los que dice que hay que aceptar a todos como son, agradecer lo que se tiene, ayudar al que se ha quedado atrás y perdonar a quienes nos ofenden. No es que ella y su esposo lo ejerzan muy seguido (basta escuchar las mañaneras o leer sus tweets), pero por lo visto la cercanía de la Navidad la puso emotiva.
Tan dulces palabras me han convencido. Así que como diría Lupita D`Alessio, hoy voy a cambiar. En adelante, todo será admiración por los nuevos santos y nada de críticas por lo que hacen o dejan de hacer.
Escritora e investigadora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com