Manuel fue un niño que sufrió la excesiva exigencia de su padre. Tenía que aparecer siempre en el cuadro de honor del colegio, para que Don Nicolás, su padre, pudiera sentirse muy orgulloso de él. La exigencia era tal que en época de exámenes el pequeño sufría de insomnio, porque, aunque estudiaba lo suficiente la angustia de fallar le causaba demasiado estrés.
Creció Manuel, formó una familia y tuvo sus propios hijos. Oscar, su primogénito, nació con un talento nato tanto para la escuela como para los deportes; a pesar de que Don Manuel ejercía la misma presión que él sufrió en su infancia, Oscar parecía disfrutar cada actividad que realizaba.
A sus 15 años, su talento en el deporte y su estatura, que rebasaba el metro ochenta, le ayudaban a sobresalir en la disciplina del basquetbol. Sus entrenadores aseguraban que la combinación del físico, la destreza y la pasión del adolescente lo llevaría a las grandes ligas.
Pero estos no eran los planes de Don Manuel, su sueño era que su hijo fuera reconocido por su inteligencia, por su habilidad en las ciencias y no en el deporte. En todos los concursos académicos tenía que ser el primero.
Cierta mañana, después de haberse ausentado por negocios un par de meses, Don Manuel dejó a su hijo en el colegio, al despedirse la directora del colegio lo aborda.
—Qué gusto verlo Don Manuel—.
—Igualmente— contestó parco.
—Oiga, felicidades por el triunfo de su hijo en el Nacional de basquetbol—.
—Gracias— le dijo él, mecánicamente ya acostumbrado a los elogios—.
—Lástima que eso lo hizo perderse la Competencia Nacional de Química—.
Don Manuel sintió un nudo en su estómago —¿De qué habla?— le dijo.
—Es que las fechas se empalmaban Don Manuel, le dimos la opción a Oscar de elegir entre la final de basquet o la de química, y bueno, por supuesto eligió el deporte que tanto le gusta—.
Seguramente la directora observó la cara desencajada de Don Manuel, e intentando aligerar la pesadez del ambiente solo sonrió y dijo:
—Bueno, lo importante es que en todas las actividades que su hijo realiza es brillante—.
Don Manuel no contestó. Mudo y decepcionado llegó a su casa. Su frustración era tal que desapareció todos los balones que su hijo tenía, prohibiéndole volver a jugar ese “estúpido deporte” que le había quitado la oportunidad de una disciplina seria como la química.
Oscar lloró. Había perdido el más grande de sus sueños por la férrea necesidad que su padre tenía de cumplir los suyos en su persona.
Nunca lo entendió, solo terminó comprendiéndolo y con toda conciencia con sus hijos soltó la necesidad de realizarse en ellos y respetó uno a uno sus pasos, sus aciertos y sus errores.
Aprendamos a valorar la individualidad de nuestros hijos y respetar sus sueños. Acompañémoslos en sus miedos, pero nunca cometamos el terrible error de pretender vivir nuestras vidas mediante las suyas.
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Frase de la semana:
“Tus heridas posiblemente no son culpa tuya, pero tu sanación es tu responsabilidad”, Denise Frohman
Libros recomendados:
—Reconcíliate con tu niño interno, de Juan Rosales.
—El poder del Ahora, de Eckhart Tolle.
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Gloria Villalobos Corral
Terapeuta de Psicología Clínica
y Programación Neurolingüistica
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