En los años setenta, una niña llamada Claudia protestaba en su escuela contra la guerra de Vietnam, como quien cree que una carta a los Reyes Magos puede detener las balas. Hoy, esa niña es presidenta de México y tiene que dirigir un país que se desangra por las heridas que los abrazos no curaron.
Sheinbaum arrancó su administración con optimismo y hasta idealismo, ofreciendo una disculpa histórica por parte del Estado hacia las víctimas del 2 de octubre en Tlatelolco. Sin embargo, lo que parecía un comienzo prometedor y lleno de esperanza pronto se enfrentó con una realidad que no tardó en mostrarle sus feroces fauces.
La violencia en México no ha cedido: alcaldes decapitados, una guerra sin cuartel en Sinaloa entre facciones que alguna vez formaron parte de un poderoso cártel y una ola de crímenes que sacuden todos los niveles de la sociedad en todo el país. Es la confirmación del fracaso de la estrategia de “abrazos, no balazos”. Este es el gran pendiente de la autodenominada Cuarta Transformación.
A ello se suma un escenario internacional complicado, con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, quien ha retomado su viejo estilo amenazante e incluso humillante: llamó despectivamente “gobernador de Canadá” al hasta ahora primer ministro canadiense, quien ya presentó su renuncia que será efectiva en marzo. Ha sugerido que tanto México y Canadá sean anexados a EU, amenazó con recuperar el canal de Panamá e insistió en que Dinamarca le venda Groenlandia por razones de seguridad. Este carácter errático y provocador representa otro gran reto para la presidenta, quien deberá encontrar serenidad y una estrategia sólida para lidiar con un personaje tan impredecible.
Otro desafío crucial es la economía. Sheinbaum enfrenta un panorama marcado por la inflación persistente y los retos de la recaudación fiscal. ¿Cómo mantener los programas sociales sin recurrir al aumento de impuestos? Esta disyuntiva deja pocas opciones y apunta hacia una inevitable reforma fiscal, que deberá plantearse en los próximos años. De no hacerlo, el riesgo de un colapso económico podría desmoronar los cimientos de lo que se ha construido hasta ahora.
En política, el reto es aún mayor. Claudia Sheinbaum no es Andrés Manuel López Obrador —para bien o para mal— y las primeras fracturas ya son evidentes en el Senado y Diputados. Falta ese caudillo que mantenía unidas a las fuerzas políticas internas. Sheinbaum enfrenta el desafío de salir de la sombra de su antecesor. Aunque él se ha retirado a su rancho, allá muy, muy lejos, dejó suficientes alfiles —Adán Augusto en el Senado y a su hijo Andy junto con Luisa María Alcalde al frente de Morena— para mantenerse como algo más que un espectador. Como decía Obregón: desde su rancho alcanza a ver bien Palacio Nacional.
El mayor reto para Sheinbaum este año será consolidar su propio poder y sortear los conflictos que lleguen desde el norte.
Periodista y sociólogo. @viloja