Los imperios, como las estrellas, mueren lentamente. Su luz se apaga lentamente. No mueren de un chispazo. Es un proceso largo y multicausal que, muchas veces, no se percibe sino hasta que se ha producido el colapso.
Traigo a colación esto por el discurso de Donald Trump en su protesta en su segundo periodo no consecutivo —que sólo había conseguido Groover Cleveland—, donde manejó una retórica para dibujar un Estados Unidos en decadencia por culpa de los demócratas para demostrar que es la única opción para salvar la grandeza del imperio americano casi derruido, según él, por el demócrata Joe Biden.
Trump supo dibujar un escenario apocalíptico a su conveniencia a través de sus discursos, donde construyó enemigos a su antojo e hizo promesas para recuperar, de acuerdo a su retórica, la edad de oro perdida. Su discurso no ha variado desde 2016: Make America Great Again, “haz grande a Estados Unidos de nuevo”.
Cierto es que, tras la Segunda Guerra Mundial, EU emergió como una de las naciones dominantes, pero que no estuvo exenta de contradicciones internas, que marcaron su historia: un presidente asesinado —Kennedy— y otro forzado a renunciar —Nixon.
Pero Donald Trump, como advirtió el escritor Ernesto Sábato, entiende que los humanos optamos por recordar lo mejor del pasado y lo malo lanzarlo al río del olvido. Así, dibuja una nueva edad de oro sobre un pasado idílico y logró convencer a un variado y contradictorio electorado estadounidense.
Y para abrir esa pretendida nueva era ha comenzado a amenazar a todo el mundo: Dinamarca y Groenlandia, Canadá y Panamá, sin olvidar a su objetivo favorito: México, personificado en la migración y el crimen organizado.
Y el fatídico día de rabia, miedo y furia —como la trilogía periodística de Bob Woodward sobre Trump—. Viene por la revancha, acompañado ahora por un equipo más empresarial y que tratará de lavar sus errores de hace cuatro años que le costaron la derrota frente a Joe Biden.
Ahora la pelota está en la cancha del gobierno mexicano, que ya ha enfrentado las embestidas de Trump de dos formas. La primera fue emprendida por Enrique Peña Nieto, quien, asesorado por Videgaray, le apostó a tener un aliado insider en el equipo trumpista para ganar complicidades y evitar las represalias anunciadas, muy al estilo priista. Estrategia que fracasó porque Trump no respeta a quien no considera un líder fuerte.
La segunda fue la de López Obrador, de ceder en cuestiones puntuales y granjearse directamente la amistad de Trump, que al menos le generó dividendos en el corto plazo.
Ahora, Sheinbaum está a la expectativa. Los fuegos cruzados entre ella y el mandatario estadounidense han sido meros escarceos —como lo de renombrar al Golfo de México como Golfo de América—. El verdadero juego comenzó este 20 de enero y Donald Trump amenaza con mantener el brillo de su estrella a costa de apagar la de otros, como la de México.
Periodista y sociólogo. @viloja