A José Antonio Cruz Elías no le gustaba la historia, pero un día le notificaron que se cambiaría de área. Tendría que encargarse del Panteón de los Queretanos Ilustres, lugar que en un inicio le daba miedo. Luego de 13 años de labor continua en ese lugar, y 25 en el municipio de Querétaro, se dice aficionado a la lectura y acostumbrado al monumento, donde a veces no se siente solo.
Entrevistado en el lugar, dice que llegó al mausoleo a regañadientes, porque sentía miedo. Señala que antes que llegara, había una mujer encargada, pero únicamente duró un mes en el puesto, porque no quiso quedarse, por lo que él tuvo que hacerse cargo del panteón, puesto que nadie quería trabajar ahí.
Indica que un guía federal, llamado José Manuel Ramos Guzmán, le motivó a que aprendiera algo de historia, pues inevitablemente tendría que responder preguntas de los visitantes. El mismo guía de turistas le enseñó datos de los personajes ahí sepultados, tomando un gusto especial por la historia y sus protagonistas.
“Empecé con los de aquí, luego ya con otras cosas que la mera verdad sí, es muy bonita la historia y entre más le busque uno en la historia, más le gusta a uno”, apunta.
Mientras come una naranja, José Antonio platica que a veces, cuando barre la parte de atrás del monumento, que en la antigüedad era una capilla para realizar misas de cuerpo presente, y en cuya parte posterior se pueden observas lápidas de personas fallecidas en el siglo XIX, no se siente solo. “Uno anda barriendo y de repente siente que anda alguien con uno, se enchina la piel y todo, luego cierran la puerta, luego silban, oigo que hablan, pero no hay nadie”, asevera, al tiempo que dice que en ocasiones siente miedo por ello.
Agrega que antes eran tres los encargados del Panteón de los Queretanos Ilustres, pero cambiaron a dos, y lo dejaron solo a él, pues dijeron que con una persona bastaba.
El panteón recibe en un día normal a alrededor de 800 personas en temporada baja, mientras que en vacaciones o días festivos, lo visitan hasta dos mil personas, la mayoría de otros estados de México.
“De aquí (de Querétaro) viene muy poca gente, les digo que promuevan el turismo, que traigan a los de las escuelas, que la gente que pueda venir que lo haga, que visite estos lugares que son bonitos e históricos y que mucha gente no sabe”, precisa.
Resalta que la mayoría de los visitantes se conducen con respeto al interior del recinto, pero como nada es perfecto, apunta que son los jóvenes quienes violan las reglas del espacio, al subirse a los pedestales vacíos.
Mientras platica un grupo de estudiantes que se identifican como alumnos de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, llegan y se suben a los pedestales para tomarse fotografías, pese a los avisos que señalan que eso está prohibido y a las cámaras de vigilancia ubicadas en el lugar.
Ante ello, también solicita mayor presencia policial, para disuadir a quienes pretendan vandalizar el lugar, pues se debe respetar el panteón.
José Antonio indica que atrás del mausoleo hay lápidas que evidencian la presencia de tumbas que se usaron en el siglo XIX, como puede leerse en las mismas. Destaca una, la del menor Ignacio Hernández y Castro.
“Ese niño es diferente a los demás porque le dejan paletas, dinero, juguetes, veladoras, muchas cosas. Él murió el 27 de enero de 1869. Lo que no sabe es cómo le dejan las cosas si para acá (atrás del museo) no hay acceso. Hay veces que gente pide permiso para pasar y dejarle un dulce a Nacho, pero a veces, sencillamente aparecen los dulces”, narra.
Muchos de sus compañeros que van a hacer algún trabajo de conservación, agrega, toman el dinero que ocasionalmente aparece junto a la lápida del niño y le preguntan si él no lo hace, respondiendo que no, pues ese dinero es del pequeño.
Precisa que el sitio fue el primer panteón de la ciudad de Querétaro, que se abrió en 1847, y la Capilla Dolorosísima, donde actualmente están sepultados los restos de Epigmenio González e Ignacio Pérez, era usada para las misas de cuerpo presente de los difuntos.
En las lápidas aún se pueden leer los nombres de las personas sepultados ahí, destacan los nombres de muchos niños, quizá por la esperanza de vida y sobrevivencia de los menores de edad hace dos siglos.
Al interior de la capilla, además de los restos de los héroes queretanos de la Independencia, se encuentran documentos históricos, como cartas e ilustraciones de Josefa Ortiz de Domínguez, Manuel Domínguez y algunas de los conventos donde la Corregidora pasó su juventud.
Aún en el panteón hay espacio para los queretanos que las autoridades consideren ilustres y que merezcan la gloria de descansar en el monumento, ubicado a no más de 60 metros del sitio donde el Ejército Republicano entró a la ciudad el 15 de mayo de 1867, y cuya huella permanece en uno de los muros en forma de cañonazo. La historia en el lugar está presente y los espíritus de la misma también.