Cuando sólo tenía 29 años fue nombrado comisionado en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), fue el primer embajador mexicano en Arabia Saudita, fue también canciller y subdirector general de Asuntos Económicos, además de cónsul en Denver y Houston.
Durante más de 30 años viajó a 86 países para representar a México e involucrarse en discusiones internacionales.
Ahora, después de tres décadas de trabajo en el servicio exterior, disfruta de su jubilación en la tranquilidad de su casa; después de viajar por el mundo para él no existe mejor lugar que donde se echaron las primeras raíces, Querétaro, su ciudad natal, y también la de sus padres y abuelos.
El embajador de carrera del Servicio Exterior Mexicano, Francisco González de Cossío, escucha música clásica 15 horas al día, pasa las semanas estudiando y leyendo sobre Ludwig Van Beethoven, Johann Sebastian Bach o Wolfgang Amadeus Mozart. Sirvió a México durante más de 30 años, pero la música fue su primer amor.
“Cada que me daban una nueva asignación en lo primero que pensaba era en salas de conciertos, teatros y galerías”, confiesa.
González de Cossío muestra en la sala de su casa, sobre un discreto mueble de madera, fotografías con grandes figuras reconocidas mundialmente, como Plácido Domingo, los presidentes de Estados Unidos George Bush y Bill Clinton, además de Fidel Castro, Saddam Hussein y el Rey Hussein de Jordania.
“Sería falsa modestia decir que me tardé mucho en conseguir mi nombramiento como embajador”, señala. González de Cossío fue nombrado embajador por el Presidente de la República Miguel de la Madrid cuando tenía 40 años, su nombramiento se le entregó casi como un premio por defender ante la ONU, el Plan Mundial de Energía lanzada por el presidente José López Portillo.
Antes de convertirse en embajador, González de Cossío fue agregado diplomático, luego tercer secretario, segundo secretario, primer secretario, consejero, ministro, y finalmente embajador. “Ser embajador es equivalente a ser general, esos son nombramientos para toda la vida".
Figura imprescindible.
Dice con orgullo que el papel del embajador nunca ha sido más valorado que ahora, pues discusiones como la del Tratado de Libre Comercio, las tensiones con Estados Unidos y la salida de Reino Unido de la Unión Europea deben tratarse únicamente a través del Servicio Exterior Mexicano. Aunque también reconoce que los actuales embajadores tienen menos libertad.
“Desafortunadamente el Servicio Exterior Mexicano sí ha sufrido cambios, pero es por la sumisión, antes eran más dignos, más independientes, últimamente, desde Vicente Fox para acá han sido más sumisos. La política exterior mexicana, de unos años para acá ha perdido prestigio, pero eso es por lo que dicta el presidente”.
González de Cossío considera que un político o académico que es nombrado embajador no demerita las representaciones de México en el extranjero; dice que el buen trabajo depende de cada persona, aunque no sean miembros del Servicio Exterior Mexicano. Actualmente México tiene 150 representaciones en el exterior, únicamente 103 de estos representantes son embajadores de carrera.
“Los que nunca han sido diplomáticos no tienen experiencia, pero depende de la persona, puede ser un burro que llegó ahí por ser cuate del presidente, aunque puede llegar a hacer un buen papel. Ha habido casos de designaciones políticas que han hecho un buen papel como Porfirio Muñoz Ledo, un intelectual reconocido, secretario del Trabajo, presidente del PRI, fue embajador ante la ONU y él no es de carrera; también Bernardo Sepúlveda que fue secretario de Relaciones Exteriores, también está el caso de Fernando Solana, ninguno de ellos son de carrera y todos ellos son ejemplares. También hay embajadores de carrera malísimos, que salieron pillos, borrachos o mujeriegos, depende del caso”.
El glamour no lo es todo.
El embajador recuerda las cenas de etiqueta llenas de glamour, las tardes en compañía de reyes, sultanes y presidentes de distintos países, las noches de ópera y de teatro. Sin embargo, advierte que el glamour no es lo único en la labor de un embajador o ministro; en realidad, señala, representar a México en el extranjero es como vivir en una zona de guerra intelectual y política; una labor extenuante en la que se tiene que defender políticas públicas con las que no siempre se está de acuerdo, lidiar con manifestaciones y descontentos sociales.
“Yo sé que hay una imagen de glamour en los embajadores, esas escenas de las fiestas, las cenas diplomáticas, la gente de etiqueta, manteles largos y mesas exquisitamente puestas, es cierto, es parte del glamour, sobre todo por el tipo de gente con la que tratas, pero eso no es lo más importante”.
Afirma que su puesto como cónsul en Houston fue la tarea más difícil de desempeñar; fueron años en los que padeció enfermedades y hasta depresión.
“La labor de cónsul es durísima, es la trinchera de la diplomacia, donde están los balazos. El consulado es el brazo armado de la democracia. Yo coleccionaba amenazas de muerte en Houston, fue el puesto más duro que tuve. Tenía manifestaciones todos los días enfrente del consulado, un día me pusieron un féretro en la banqueta, día y noche hacían fogatas, comían ahí, eran mexicanos en contra del gobierno mexicano. Imagínate un trabajo en donde te mientan la madre todos los días”.
“En ese tiempo se puso un impuesto a los mexicanos que entraban en coche a México, porque sólo llevaban los autos para venderlos allá, creo que hicieron mal en imponer ese impuesto, pero tenía que defenderlo, no podía decirle a los manifestantes que ellos tenían razón. Tú puedes no estar de acuerdo con las políticas o las instrucciones, pero las debes cumplir”.
Entre las vivencias más valiosas recuerda cuando presentó sus credenciales al rey de Arabia Saudita, o aquel tour que organizó por México para la reina Noor, en el que concretó un encuentro en Los Pinos con altos funcionarios del gobierno mexicano. Pero sin duda el mejor momento en su vida es cuando ocupó el podio en la asamblea general de la ONU.
“Había un voto muy delicado en la asamblea general de la cuestión palestina, el retorno de los palestinos a los territorios ocupados por Israel por la guerra del 67. Era una votación muy delicada porque votar en contra de Israel traía represalias, me pidieron que hiciera una explicación del voto, entonces esa noche no dormí, tenía que prepararme. Me temblaban las piernas, estaba nerviosísimo, pero cuando llegué al podio sentí una calma maravillosa y se convirtió en un momento muy importante”.
Con más pesar que alegría, Francisco González tuvo que jubilarse cuando cumplió 65 años. Su última encomienda ocurrió cuatro años antes de jubilarse, lo enviaron a Querétaro como delegado de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Describe esa última tarea como algo maravilloso, porque regresó a casa.
“Lo más difícil de mi trabajo es también lo más placentero: servir a México. Los embajadores de carrera somos embajadores para siempre, hasta la muerte”, comparte.