Civiles, militares, presbíteros y distinguidos sanjuanenses descansan en este cementerio, hoy museo. La tumba más antigua es de doña Victoriana Cervantes de Martínez, quien falleció el 20 de febrero de 1857. En el sepulcro más reciente descansa don José Yarza Azcue, enterrado en 1971.

El panteón de la Santa Veracruz se convirtió en el Museo de la Muerte el 24 de junio de 1997 y es el único espacio en su tipo en el país. Además, es uno de los atractivos más importantes de San Juan del Río y ha colocado a ese municipio en el mapa turístico nacional.

Este espacio, localizado detrás de la Capilla del Calvario, data de siglo XVIII y operó como cementerio hasta mediados del siglo XIX. Hoy atrae a miles de curiosos de diversas partes del país.

Denominado museo de sitio, al fundarse precisamente en el cementerio de la Santa Veracruz; fue construido por los sanjuanenses en 1853 y durante muchos años permaneció en el abandono hasta que Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) logró rehabilitarlo en 1981 y 16 años después, formalizado como centro de exposición, de las diversas tradiciones en torno a la muerte.

Al ingresar a este museo, los visitantes se encuentran con un frontón neoclásico con dos calaveras laterales esculpidas en cantera y al centro una cruz que le da el nombre de Santa Veracruz.

Desde su presentación, exhibe los elementos de la muerte: una antorcha hacia abajo, una guadaña y una corona de olivos. Estos símbolos adornan la calavera de cantera negra que aun recibe a los visitantes cada inicio de noviembre.

Sin embargo, el paso del tiempo y la falta de un mantenimiento adecuado ha hecho que se pierdan detalles de la construcción, como dos ángeles sosteniendo un listón azul, que antiguamente se encontraban plasmados en una de las paredes de este espacio, de acuerdo a la información de la Dirección de Cultura.

En el interior se puede ver la representación del cadáver puesto en vasija, ritual típico de las culturas agrícolas del mundo y, de acuerdo con el arqueólogo Eduardo Matos, se les ponía ahí como si volvieran a la matriz de la madre tierra para reintegrarse a la naturaleza que les había dado la vida.

También existen altares que antiguamente sólo eran destinados a los ricos y el clero. Presente en el inmueble se encuentra la representación de la caja que guarda las reliquias en el altar denominada ara.

En el recurrido pueden verse fotografáis de difuntos, costumbre de familias adineradas, también se aprecia una colección de antiguas esquelas.

En otra parte del recirrido hay una celda en homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz, pues parte de sus versos fueron dedicados a la muerte; la iniciativa de rendirle homenaje fue de Víctor Manuel Ruiz Lazcano.

Historia

La creación de este panteón, data del siglo XVIII, los reyes de España, los Borbones impusieron las reformas Borbónicas. Entre ellas solicitaban que los cementerios se sacaran de las iglesias pues decían que los “miasmas” (así se llamaba a los microbios aún no descubiertos), dentro de los pueblos, producían las grandes epidemias y enfermedades.

Fue así que el arquitecto Guadalupe Perrusquia presentó en 1853 un proyecto para crear un cementerio de cinco pisos de tipo colombario (palomar), pues el terreno era pequeño de gran utilidad para impedir que los panteones uno y dos se saturaran.

La construcción contó con varios elementos, heredados de costumbres coloniales, como las pinturas en las paredes, los versos en sitios claves para la reflexión y la meditación y objetos cristianos que identifican el poder de la iglesia, como una torre que se erige en el museo.

Destaca el sepulcro que alberga los restos de doña Rafaela Díaz y Torres, quien, de acuerdo a su acta de defunción, declara ser doncella de 30 años que fue enterrada en el Beaterio el 4 de enero de 1860.

También yace Teodoro de la Troupiniere, director de Obras del Camino de Tierra Adentro, hoy patrimonio de la humanidad; el General Juan B. Domínguez y Gálvez, nativo de La Habana, Cuba, quien participó en la Independencia de México.

Cuando fungía como panteón, el espacio combinó arquitectura, pintura, poesía, escultura, música, a través de procesiones que ingresaban y acompañaban el ritual luctuoso del siglo XIX.

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