Con ocho hijos, seis de ellos adoptados, que crió con su pareja en Estados Unidos, Luis eligió a Querétaro para pasar sus últimos años de vida, en los que incluso intentó volver a adoptar, ahora en territorio nacional, para demostrar que la paternidad también es un derecho de las personas homosexuales.
Convencido de que la reproducción no sólo es biológica, sino también de ideas y de heredar tradiciones, tuvo dos hijos biológicos y seis adoptados con diferentes tipos de discapacidad, a quienes conoció durante su trabajo en Estados Unidos.
Acompañado de su pareja, a todos les garantizó una manera de ganarse la vida, y después de separarse de su compañero de décadas, llegó a vivir a México, donde sus hijos lo visitaban con frecuencia en el municipio de Ezequiel Montes.
“Todos los hijos que tuvo están trabajando: en tiendas de ropa, en centros comerciales, todos están bien colocados y con la vida resuelta”, recuerda su amiga más cercana y confidente.
Luis tuvo dos hijos naturales o biológicos, “uno de él y otro de su pareja; los otros seis los adoptó ya con su compañero de vida”.
Su trabajo le facilitó las adopciones. Luis se dedicaba a colocar en empleos a personas con discapacidad y pidió a un niño en adopción, “pero como él y su pareja eran homosexuales, no se los daban”, recuerda.
Al primer niño con discapacidad que adoptó lo regresaron en varias ocasiones a la casa-hogar. Lo rechazaron por lo menos 10 familias.
Ante la insistencia de Luis de hacerse cargo del niño, en la casa de adopción lo retaron a que lograra pasar media hora con él, pero los sorprendió cuando platicó más de ocho horas con el niño, se hizo cargo completamente de él y después, junto con su pareja, logró adoptar a otros cinco pequeños.
A los niños, recuerda su amiga, se los dieron porque tenían Síndrome de Down, retraso mental grave, eran difíciles y no tenían esperanza de quedarse en alguna familia.
“Él nunca los vio con etiquetas de discapacidad. Siempre los consideró como almas, él creía que somos almas, que eso es lo más importante, y con su pareja tenía recursos, vivieron en Haití, en Estados Unidos, le enseñaron a los niños a valerse por sí mismos, a resolver cuestiones cotidianas”, recordó.
Ya con los hijos grandes, se separó de su pareja en el año 2000 y se instaló en Querétaro, donde mantuvo siempre una relación cercana con sus ocho hijos, “ellos venían a visitarlo aquí muy seguido”, dice su amiga.
Luis mantuvo la misma relación de cercanía con su ex pareja sentimental, con quien lo unía una buena amistad hasta el momento de su muerte, y con quien nunca contrajo matrimonio porque no había esa posibilidad hace varios años en el país.
Como residente de Querétaro, se casó con otra pareja, en la Ciudad de México, pero su compañero falleció por VIH-Sida y en noviembre de 2014 volvió a contraer matrimonio —a los 70 años de edad— con la esperanza de adoptar a un hijo más, por lo que iniciaron un largo proceso.
Sin embargo, Luis falleció el pasado 14 de junio de 2015, sin cumplir con ese sueño que consideraba, más que su deseo de ser padre otra vez, una lucha social para demostrar que las parejas homosexuales en México y en cualquier país merecen tener una familia.
“Él estaba buscando adoptar a un niño con su actual pareja. Él era un buen padre, era una necesidad de ayudar a otros, a los niños, a salir adelante. Hay mucha ignorancia de la sociedad que piensa que las personas, por tener otra opción sexual diferente a la heterosexual no tienen los mismos deseos de cuidar, de criar, esa es una necesidad humana”, lamentó.
Frente a las discusiones de si los homosexuales pueden ser buenos padres, la amiga de Luis rescata su experiencia con él, la manera en la que le ayudó a educar a su propio hijo, quien también tiene una discapacidad, y el respeto que le guardan los menores de edad que adoptó.
“La reproducción no es sólo biológica, la mayoría de las personas necesitamos, en un momento dado, trascender y heredar nuestros conocimientos y lo que sabemos, él sí estaba tratando de adoptar aquí [en México], pero nuestras resoluciones [jurídicas] son muy recientes”, añadió.
A su avanzada edad, Luis decidió casarse e iniciar el proceso de adopción en México, como parte de una lucha social, “estaba tratando de demostrar que es un derecho humano, que es una necesidad y algún día la gente debe de respetar y de aceptar a todas las personas como que tenemos los mismos derechos y necesidades humanas de amor, de afecto, de familia, de reproducción biológica y no biológica”.
Todavía en sus últimos años, Luis escribió sus memorias sobre la adopción y la paternidad entre las parejas homosexuales, pero las obras se encuentran en resguardo de su última pareja, que se trasladó a vivir a Oaxaca.
Hasta ahora, sus amigos y conocidos —la mayoría activistas y defensores de los derechos de los grupos de la diversidad sexual— lo ven como un ejemplo de la lucha por el reconocimiento legal a la adopción de parejas gays.