El Pirru se anuncia con un grito familiar para los queretanos, un grito que forma parte de los barrios y colonias de la entidad. “Garbanza”, es la tarjeta de presentación de Juan León, que vende este producto en La Cañada desde hace 17 años.
Pedaleando o empujando su triciclo, donde lleva garbanza, jícamas y elotes amarillos bajo una sombrilla roja, avanza por las angostas calles de la cabecera del municipio de El Marqués.
Los peatones y vecinos, al escuchar el grito de El Pirru salen de sus casas o se detienen por el snack natural, que forma parte del paisaje queretano y está de lleno en el gusto del paladar de los habitantes del estado, a tal grado que desde hace tiempo la garbanza también se vende en el estadio Corregidora, durante los partidos de Gallos Blancos.
Juan, oriundo de Salamanca, Guanajuato (donde radica), dice que se inició en el negocio de la garbanza debido a que se quedó sin empleo, luego de trabajar en una empresa ubicada en Celaya.
En 1999, tras renunciar a su trabajo, lo invitaron unos conocidos a trabajar vendiendo garbanza. “La verdad, no había mucho transporte (por parte de la empresa) y me tenía que trasladar hasta Celaya, y en ese tiempo no había mucho transporte, no ponía transporte la empresa”, indica.
Sus vecinos le recomendaron venir a Querétaro a vender garbanza, un producto socorrido por los queretanos, aunque también un cultivo delicado, pues el cambio climático le afecta significativamente, explica.
“El clima ha cambiado mucho, los cambios climáticos han afectado a este producto. De esta manera, escasea y ha subido de precio. Muchas lluvias, falta de lluvias, las heladas, todo afecta a este producto”, abunda.
Explica que la garbanza se siembra en Salvatierra, Corralejo, Salamanca, Guanajuato, además de zonas de Michoacán y Jalisco.
Ellos, el producto, lo reciben de los proveedores, mismo que luego se elabora, tras conseguirse en mata, separar la vaina, lavarla y cocinarla al vapor.
Para compensar el costo de la garbanza, El Pirru lo compensa con la venta de jícamas y elotes, de a 10 pesos, para obtener una ganancia libre de 300 pesos diarios.
La gente de La Cañada busca al vendedor. En menos de 15 minutos vende tres bolsas de garbanza, dos de jícama y tres elotes amarillos.
Lo mismo le compran hombres adultos, que compran su garbanza para “espantar el hambre” en lo que llegan a su casa, que padres que compran los elotes a sus hijos o la mujer joven que pide su bolsa de jícama, nada más por el antojo.
La Cañada en sábado tiene otro ritmo. La presidencia municipal luce cerrada, pero la iglesia de San Pedro espera recibir a los asistentes a una ceremonia religiosa cuyo motivo es una fiesta, pues sus elegantes atuendos revelan que es una ocasión especial.
Frente al jardín que se ubica a un costado de la llamada Iglesia Chiquita, Juan se detiene y pega un par de gritos anunciando su mercancía.
El llamado es respondido. Algunos de los clientes, dice Juan, son conocidos. Incluso a muchos les venden bolsas de menos de 10 pesos, pues conoce que no compran los 10 pesos, sino 5 pesos, o algunos niños inclusive 3 pesitos de jícama o garbanza.
La garbanza, explica, se mide con botes de 19 litros, cuyo costo actual es de 250 pesos, crudo, cuando anteriormente, hace cinco años, costaba entre 90 y 100 pesos el bote.
Juan bromea. Dice que la gente de La Cañada ya lo conoce tan bien que ya es más marquesino que de Salamanca, pues tiene tantos años ofreciendo su mercancía en la localidad que ya todos lo saludan.
El Pirru no trabaja diario. Sólo acude a El Marqués cuatro veces a la semana, pues necesita conseguir la mercancía fresca, para ofrecer un producto de calidad a los clientes que le son fieles.
“Si viviera aquí tendría que traer producto en cantidad para almacenarlo, y no. Pierde sabor el producto”, sostiene, al tiempo que precisa que descansa martes y viernes.
Narra que su jornada laboral comienza a las 5:00 horas en Salamanca, cuando comienza a preparar toda la mercancía. Luego, agrega, pasa a Celaya a comprar limones, chile en polvo y lo que ocupe para vender.
Llega a las 10:00 horas a El Marqués y termina a las 18:00 horas, cuando regresa a su casa.
Añade que en este trabajo le ayuda su esposa, quien prepara también los productos, pues este trabajo permite a Juan mantener a su familia de cuatro hijos, dos niñas y dos niños, los cuales estudian. La mayor, de 16 años, cursa actualmente la preparatoria.
A pesar de que no le va mal en su negocio, Juan no es optimista sobre el futuro de la venta de garbanza. Además de que apunta que después de tantos años, como cualquier trabajo, se vuelve rutinario.
“Como ya tengo mucho tiempo laborando esto se enfada uno, se fastidia, como cualquier trabajo. Por eso hay planes más adelante de poner un pequeño negocio en la casa, una papelería, algo que genere entrada y ya no mueva de mi hogar. Ese es el plan”, apunta.
Precisa que por el clima variable ve que la cosecha y precio de la garbanza es muy variable, haciendo inestable el precio del producto, por lo que quiere algo más seguro para él y su familia.