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Durante 30 años Luisa Ambriz dedicó su vida a las leyes, pero no se sentía satisfecha, le hacía falta algo, y eso era la pintura, actividad de la que se enamoró desde niña, pero que no pudo practicar en forma porque, le dijeron, del arte no se vive.
La mujer exhibe su trabajo artístico los sábados en el jardín Guerrero. “Aunque no venda me gusta venir, por ver a los compañeros y ver a la gente”, dice.
Su trabajo artístico, en acuarela o al óleo llama la atención de los paseantes, quienes ven los distintos puestos donde los artistas plásticos exhiben sus obras. Aquí y allá se exhiben cuadros elaborados con distintas técnicas.
“De pintar en forma tengo dos años y medio, de niña no me dejaron pintar, a pesar de que me gané algunos concursos, no me permitieron, porque se decía que el arte era para perder el tiempo y me quedé con esa idea durante muchos años.
Sin embargo, no me sentía completa. Terminé durante muchos, muchos años dedicándome a carreras comerciales, tuve a mi familia, a mis hijas y quise terminar la carrera, yo soy abogada, hice una maestría en materia fiscal, trabajé mucho tiempo en relación a ese rubro. En mis escapadas, en mis ratos libres trataba de pintar. Sólo así me sentía completa”, comentó Luisa.
Cuando llegó el momento de jubilarse, dice, su vida llegó a una encrucijada en donde podía dedicarse a las leyes, que no le gustan tanto, pero en las cuales se considera buena, o a algo que realmente le apasionaba y formaba parte de su propio ser, por lo que cerró el ciclo de la abogacía en su vida, regresando a sus inicios, al arte. Desde entonces se siente completa, se siente viva.
Luisa muestra su trabajo en una mesa que instala en el jardín Guerrero, sitio donde igual se dan cita artistas que jóvenes estudiantes de fotografía que aprovechan la luz de media mañana para tomar fotografías de la fuente y de las familias que pasean.
Originaria de la Ciudad de México, narra que viene de una familia con recursos económicos limitados, donde el arte no era la prioridad, se tenían que buscar el dinero y se pensaba que lo importante era solventar los gastos de la vida diaria.
“Dejamos de soñar un poco para poder los pies en la realidad y nos vamos apagando. Afortunadamente provengo de una familia que tuvo que luchar mucho para tener comida en la boca y todo fue a base de trabajo. Obviamente ellos tenían la mentalidad de trabajar y trabajar, mientras que el arte, la pintura, todo quedaba a un lado, entonces no tuve otra opción de dejarlo y apoyar económicamente a mi familia”, abunda.
Luisa tiene 30 años viviendo en Querétaro, pero quiso salir de la capital del país, para conocer otras ciudades, pero cuando llegó con su familia a la capital queretana se enamoraron de la ciudad y decidieron quedarse a vivir.
Luisa siguió con su vida, con la crianza de su hijas y su matrimonio. Acepta que la vida de este tipo es estresante, “y va matando poco a poco el espíritu, volviéndome una persona muy estresada, trabajando con tiempos, con metas, y se me había olvidado salir un momento, sentir el sol, la lluvia en la cara, oler un momento la tierra mojada.
Esa parte de mi es la que se había perdido en mi ser. De repente me encuentro sin ese trabajo agobiante, sin ese estrés del día a día, y vuelvo a sentir el aire fresco, vuelvo a escuchar los pájaros, me permito volver a escuchar los pájaros. Vuelvo a tomar eso y por lo tanto regresó automáticamente todo lo que tenía oculto. Me volví a sentir viva, me volví a sentir humana, tranquila, con amor a todo lo que me rodea”, asevera.
El reencuentro con los trazos fue feliz. Ahora tenía que encontrar una técnica. Le gusta la acuarela porque es más libre, el agua fluye y experimenta con los materiales, pues de la imperfección surgen las mejores obras.
Luisa explica que con la jubilación y con el tiempo libre, se sentía como un niño en juguetería. Quería pintar todo el día, a todas horas, pero estaba nuevamente estresada, por lo que ahora busca equilibrar el tiempo que dedica a la pintura y el que dedica a sus labores diarias.
Dice que en la mañana atiende a sus hijas, está con su esposo, y durante la mañana sube a su estudio, al que llama cuartito, donde escucha música y pinta, mientras su familia lleva a cabo sus actividades diarias, aunque cada cierto tiempo baja, para descansar y ver a su familia.
Dice que su trabajo está expuesto en algunas galerías, además de llegar a exponer parte de su trabajo en el museo de la Restauración, algunas obras suyas también cuelgan en las paredes de la Casa de la Alegría, además de decorar un cafetería nueva donde los dueños quieren que sus paredes luzcan obras de arte, aunque afirma que lo que más disfruta es acudir los sábados al jardín Guerrero a convivir con sus compañeros artistas, y con la gente, pues le gusta explicarle a la gente sus técnicas de trabajo.
Luisa aconseja a quienes se quieren dedicar a las artes que si bien hay que cumplir con los deberes, como pagar las cuentas, las deudas, y salir a trabajar, pero si se equilibra la vida material y la parte artística, manejando esa dualidad, sin dejar que las personas o el mundo digan que no funciona, porque “nosotros mismos nos vamos destruyendo”.
bft