E l 2 de febrero pasado, la vida de Martín Alejandro Rodríguez Orta, de 37 años de edad, dio un giro radical. Ese día tuvo un accidente en motocicleta mientras se desempeñaba como vigilante en La Pradera y hasta la fecha no puede recuperarse. No tiene apoyo económico para mantener a sus dos hijos, pues es padre soltero. “Me quedé sin empleo y sin ningún tipo de apoyo”, indica.
En su silla de ruedas, afuera del negocio de su madre, Martín narra el accidente: trabajaba como vigilante en el fraccionamiento La Pradera, en El Marqués, cuando una de las vecinas reportó un robo, por lo que fue al módulo de policía a pedir apoyo, pero se le atravesó una mujer con sus hijos y tuvo que frenar de emergencia; la motocicleta derrapó y le cayó sobre la pierna izquierda, lo que le causó fractura de tibia y peroné.
Con una operación y siete clavos en su extremidad inferior, además de una infección en la herida, Martín tiene que vivir a diario con la preocupación de cómo mantener a sus dos hijos, Iván y Christian, de 15 y 11 años de edad, respectivamente, quienes tras su divorcio, decidieron vivir con él y cuenta con su custodia.
“Ellos [sus hijos] decidieron vivir conmigo. Ahorita los tiene su mamá porque se me infectó la herida y estuve un mes internado y le pedí el apoyo para que ella los tuviera mientras me recuperaba un poco más, pero como no me he podido mejorar del todo ella los tiene ahorita. Los niños estaban viviendo conmigo”, menciona Rodríguez Orta.
Endurece el gesto, su boca se seca y su mirada por unos segundos se pierde en la calle. Luego agrega que sus hijos los visitan los fines de semana, pero están tristes porque siempre han estado con él y quieren regresar a su casa, pero no tiene ingresos para solventar los gastos de la escuela, los pasajes y comidas, explica que el mayor va en secundaria y el menor está por concluir la primaria.
“Es difícil, porque no tenía ningún tipo de prestaciones en mi trabajo, entonces le estoy batallando, porque no tengo ningún tipo de apoyo económico ni servicio médico por parte de la gente para la que trabajaba. Me dejaron sin trabajo y me dejaron en esta situación”, asevera.
Señala que para subsistir tiene que salir a los mercados a tocar su guitarra, actividad con la que gana entre 50 y 100 pesos diarios, aunque es poco y debe destinar buena parte del dinero para taxis que lo lleven y regresen a su casa, en La Pradera.
“Es muy poco lo que me queda de lo que saco cantando, 50, 100 pesos. Cada ocho días tengo que ir al médico a revisión y pues igual, es pagar taxis de ida y vuelta”, explica.
Recuerda que antes del accidente vivía en San José el Alto, en una casa que fue propiedad de su padre, pero ahora debe vivir en otro lugar, donde está solo, aunque cercano al negocio de sus padres, quienes lo apoyan con la comida.
Comenta que los médicos del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que lo atienden, gracias a que su ex esposa lo dio de alta para así recibir atención, le dicen que la herida aún no termina de cicatrizar por dentro, además de que necesita rehabilitación, aunque no le aseguran que quede del todo bien.
Hace una pausa en su relato. Pasa saliva y sus ojos se humedecen. “No me aseguran que quede del todo bien... si le voy a batallar, van a quedar secuelas, como no poder caminar normal, ya no quedaría igual. Ya no voy a poder moverme como antes lo hacía”, se lamenta.
Sin embargo, la atención que recibe en el IMSS peligra, pues su ex esposa, quien cuenta con seguridad social por parte de su trabajo, está en riesgo de perder su empleo, ya que padece una enfermedad que la obliga a acudir a citas médicas constantemente.
“Andamos preocupados por eso, porque donde me voy a atender y ella también. Ella tiene una infección, la están tratando por eso, pero la citan en Seguro Social y sus jefes ya no están de acuerdo en que falte tanto, pero también es necesario que la atiendan a ella. Esa es la preocupación de los dos, que si le quitan el trabajo pierde el Seguro Social”, abunda.
Antes de trabajar como vigilante en La Pradera, Martín laboraba en una empresa que se ubica en Santa María Begoña, también como vigilante. La corporación en la que se encontraba era parte de la Policía Auxiliar del Estado de México, supuestamente, pero nunca les dieron prestaciones a los empleados, por lo que muchos dejaron el servicio.
En La Pradera ganaba 2 mil pesos a la semana y su horario era de las 7:00 a las 19:00 horas, aunque a veces estaba más tiempo, previendo que pasara algo y poder pedir apoyo al módulo de la policía marquesina.
Precisa que los vecinos que lo contrataron como vigilante le pagaron las dos primeras semanas, pero luego la presidenta de la calle los convenció de que no lo siguieran apoyando, pues el accidente había sido fuera de su horario de trabajo, aunque de vez en cuando algún buen vecino lo ayuda con una dinero.
“A veces me desespero mucho, porque tengo a mis hijos, ellos tienen que seguir estudiando. Mis papás están grandes, no puedo depender de ellos ya, tengo que cubrir mis gastos personales y los de mis hijos, aunque en este momento no están conmigo, tengo que darle un apoyo económico a su mamá. Ella no me lo pide, pero pienso que la responsabilidad es de los dos y que su sueldo tampoco es mucho y que no le alcanza para tener esa responsabilidad ella sola. Me desespera esta situación”, precisa.
Rodríguez Orta detalla que cuando se libere de la silla de ruedas lo primero que quiere es conseguir un empleo y un lugar para vivir con sus hijos.
“Si mis hijos van a regresar conmigo, tener un lugar que ofrecerles para que estemos los tres juntos”, concluye el hombre.