“Nos vienen a visitar demasiado [las autoridades capitalinas], pero las visitas no nos sirven. Lo que requerimos es que nos den una solución para que podamos construir poco a poco y esto cambie”, afirma Maritza Alcántara, habitante de Las Margaritas, asentamiento irregular de la capital del estado.
La bienvenida al lugar la dan una docena de perros que cuidan las casas hechas de madera y láminas de cartón. Pese a su fragilidad, los techos lucen antenas azules o rojas, según sea la empresa de cable.
Las calles, sin pavimentar, muestran por dónde corre el agua en temporada de lluvias, pues las corrientes han desgastado el suelo.
La parte alta del asentamiento está en mejores condiciones. Se ve urbanizado. Tienen calles empedradas, banquetas y el tendido eléctrico en forma. No es lo mismo para las casas que están al fondo de una pequeña cañada, que lucen sin servicios. Desde ahí se observa un fraccionamiento en construcción, con sus casas idénticas y unos edificios de departamentos. Más allá, del otro lado del anillo vial Fray Junípero Serra, un cerro verde cubierto de vegetación. Del lado del asentamiento, en la parte alta de la cañada hay casas sin pintar, “en obra negra” y una pila de cascajo.
Maritza señala que tiene cinco años y medio viviendo en Las Margaritas por falta de una vivienda propia: “Antes vivía por El Tepetate, pero me subieron mucho la renta y vi la opción para venirme a vivir para acá.”
La mujer, delgada y alta, recuerda que se enteró de los terrenos por la persona que los “vendía”. Al final la transacción no se concretó, sólo les pedía dinero cada semana, con lo que creían pagar sus terrenos. La mujer que le ofreció la vivienda, incluso, está detenida y en prisión por fraude en contra de más de 500 familias.
“Cada que hacía junta me pedía 500 pesos y era casi cada ocho días. Yo los daba con el afán de poder terminar de pagar mi terreno y poder construir. Las autoridades dicen que no van a vender, también estamos en pláticas con los ejidatarios y estamos viendo con el gobierno y con el ejido. Hay pláticas donde ya se puso precio a los terrenos y cómo nos van a dar las facilidades de pago”, explica.
Indica que la peor época del año es la temporada de lluvias, pues por la geografía del lugar los escurrimientos los ponen en peligro.
“Se hace como un río, en la calle ya le hemos echado tierra, pero con el agua se vuelve a deslavar. Donde batallamos más es en el tiempo de aguas, como nadie tiene bien los techos... se nos filtra la lluvia”, abunda.
Maritza explica que el único servicio que tienen es agua corriente, pues aún no introducen drenaje y energía eléctrica en el lugar.
El reino de los “diablitos”
Para tener luz los vecinos jalan cables de los postes que se encuentran dos calles más arriba, pero como tienen que repartirla, llega con poco voltaje. “Tenemos luz, pero muy baja, y es que de un cablecito nos colgamos bastantes”, explica la mujer, quien vive con su hija y su esposo.
Luego de que se le “acabó”el trabajo en el fraccionamiento vecino, de casas iguales y edificios de departamentos, abrió hace 15 días una tienda donde ofrece productos de consumo básico: huevo, azúcar, leche.
“Allá enfrente [en el desarrollo inmobiliario] pintaba y andaba en la obra, pero como ya se está deteniendo el trabajo, dije ‘haz algo’ porque la situación aquí está bien fea. No hay empleos, y luego hay lugares en donde a los de San José El Alto no nos dan empleo, está muy difícil.
Una vecina fue a buscar trabajo y dice que con el simple hecho de vivir en San José no nos dan chamba”, sostiene la mujer, quien platica que también sabe colocar yeso y pasta.
Indica que esta situación aumentó tras el hallazgo del cuerpo de una mujer en la zona, en octubre pasado. La violencia del crimen, dice, fue el argumento de varias organizaciones para solicitar la alerta de género en la capital.
Recuerda que en la zona han atrapado a varios ladrones, pero cuando son entregados a las autoridades son liberados al siguiente día y vuelven a delinquir. Acusa que los patrullajes no son constantes, y los robos a las viviendas son frecuentes, “por eso estoy llena de perros”.
“Cuando fue el operativo por la muchacha asesinada fue cuando empezó a bajar la inseguridad, pero se terminó la llamarada y volvió a estar igual”, añade.
Explica que el fraccionamiento que se construye también ha sido víctima de los delincuentes, pues cuando las casas ya están terminadas les roban las estufas y otros materiales para construcción.
El transporte público es otro problema para los residentes de Las Margaritas. Las unidades pasan lejos de sus viviendas, hay que caminar más de 15 minutos hasta donde pasan. Maritza dice que casi no sale de su domicilio, porque tiene todo lo que necesita a la mano, además de trabajar en su miscelánea.
Llama la atención que las calles de Las Margaritas, salvo un par de personas y una docena de perros, lucen desiertas durante el día. Situación que Maritza explica: buena parte de los habitantes son indígenas, la mayoría salen muy temprano a vender sus artesanías y regresan de noche.
Confía en que las autoridades solucionen las demandas de ella y sus vecinos en Las Margaritas, pues su calidad de vida se merma por las condiciones que existen. “No queremos ayuditas ni despensitas. Siento que sí les sirve a los que tienen hijos, pero a la comunidad completa lo que nos urge, más que una despensa, es que nos legalicen para poder fincar”.
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