Empujando su carrito de paletas, Cayetano Loya López recorre las calles queretanas, como un emisario de otros tiempos, despertando recuerdos de la niñez en muchos y llenando de sabor a otros más jóvenes. Los paleteros, en este siglo son ya una especie en extinción.

La figura de don Cayetano luce pequeña en la lejanía, apenas se percibe como un punto blanco en la distancia. Avanza a un costado de la avenida Fray Luis de León, muy cerca de la sede del Congreso local y de los tribunales del Poder Judicial de la Federación.

Poco a poco su silueta toma forma. Es casi un viajero del tiempo, de décadas atrás. Camina lento, sus 70 años de vida le impiden agilizar el paso. Comenta que ya no tiene la misma fuerza de antes, que ya no puede subir más rápido por las calles, que tiene que aminorar el paso.

Relata que muchos de sus clientes se acercan a él y al carrito con nostalgia, pues les trae recuerdos de los tiempos de la niñez. “Mucha gente grande, ya de edad, se acerca y me dice que le dé una paleta, porque se acuerdan de cuando eran chavos o cuando estaban en la escuela”, asevera.

Narra que cuando va a las escuelas los niños les piden a sus papás que los lleven a la tienda, pero los progenitores les dicen que les compran una paleta en el carrito, porque quieren recordar cuando tenían la misma edad que su vástagos.

“Los recuerdos es lo que queda ya de la vida. Después de todo, como dice la canción, nada más los recuerdos quedan. Ya uno va para abajo, ya se acaba todo, pero los recuerdos no, y recordar es volver a vivir”, puntualiza.

Dos hombres se acercan al carrito. Después de dar las “buenas tardes” piden una paleta y una sándwich de helado, tradicional producto de los carritos que en otros tiempos era muy común ver en plazas, parques, jardines y afuera de escuelas, iglesias y hospitales.

Toman sus productos, los pagan y, como marca también la tradición, devuelven las envolturas plásticas a don Cayetano, quien las guarda en una bolsa de plástico que cuelga a un lado del carrito.

“Aquí no hay un sueldo. Aquí lo que Dios le dé a uno, como esté el tiempo. Ya ve, ahora el tiempo está muy frío, y ahí andamos luchando por sobrevivir”, dice.

Explica que tiene 20 años vendiendo paletas, helados y nieves en el carrito blanco, rotulado con el letras de colores que anuncian su mercancía, aunque no hace falta. Casi todos conocen lo que vende.

Recuerda que toda la zona de Centro Sur la vio construirse, pues vende por el Mercado de Abastos, por lo que luego le era sencillo acudir a donde se hacían las obras para vender la refrescantes paletas y nieves de diferentes sabores.

“De Abastos, me voy a [la colonia] Presidentes, y todo esto de Centro Sur. Ya es lo que puedo caminar, ya no puedo. Ya mis pies no me responden por la edad. Antes trabajé en México, en empresas. Trabajé en derivados de aceites comestibles, en México, por Tlalnepantla. Trabajé aquí en conos para helados”, indica.

Una vida en tierra queretana

Originario de Guanajuato, indica que lleva 40 años viviendo en Querétaro, y con el tiempo, cuando por la edad ya no le dieron empleo en las empresas, buscó al dueño del carrito de paletas, que pertenece a una paletería que está en la colonia Presidentes.

“Ya casi no tiene [carritos], ya están en extinción. Ahorita lo que se está usando más en los negocios es el refrigerador. Todos los que tienen una tienda pone un refrigerador [para helados]. Este, el carrito, ya pasó a la historia”, asevera.

Precisa que no hay mucha venta, por lo que no lleva mucha mercancía, pues la competencia de las tiendas avasalla a su negocio, sólo los clientes que logra “pescar” en las calles.

“Luego me voy a las escuelas. Me les pego a las escuelas, a ver qué vendo, pero ahí hay cooperativas, y hay escuelas que no dejan. Luego ya por compasión lo dejan vender a uno, pero las cooperativas no dejan porque se les perjudica, pues tiene de todo ahí y quieren que todos les compren ahí. Me dicen: ‘Camínale, no puedes estar ahí’. Algunos, no todos. Algunas escuelas son delicadas”, asevera.

Entre risas, el hombre subraya que saca para comer y vivir el día a día, pues como negocio ya no es redituable. Además, precisa que este trabajo le sirve para estar activo, pues a su edad la inactividad mina su estado físico.

“Ya va uno perdiendo la fuerza, ya no es lo mismo que cuando uno tiene 20, 25 años. Yo antes, por decir, me subía a una barda, andaba arriba. Anduve colocando aluminio en unos hoteles en Guadalajara y podía, pero ahora ya no puedo, los años”, explica don Cayetano, padre de tres hijos y abuelo de tres nietos, quien recibe el apoyo federal para adultos mayores, aunque desde hace cuatro meses no recibe nada.

Asevera que su jornada laboral inicia a las 10:00 horas y termina a las 17:00, cuando las ventas disminuyen, más cuando hace frío. Trabaja de lunes a viernes, y los fines de semana los pasa en su casa, donde arregla lo que hace falta, o simplemente descansando. A veces se va con su hijos a visitarlos, o a ver a alguno de sus dos hermanos.

Don Cayetano hace una pausa, reflexiona un poco, piensa que quizá, por sus mismas condiciones físicas sólo pueda trabajar uno o dos años más, y se acabe poco a poco la tradición de los carritos, pues apenas sobreviven tres paleteros en la ciudad.

“Somos tres como de 17 que había. Han muerto. El año pasado murieron dos, los paleteros más antiguos de todos, los que iniciaron el negocio con otros patrones. Antes había negocios de esto. Había una paletería que se llamaba La Trópica, y ese señor [de nombre Leandro] tenía muchos carros. Se dedicaba a llevarlos a los ranchos. Cargaba una camioneta y en cada rancho iba dejando a un paletero. Él también se llevaba un carro y se iba a vender. Después en la tarde ya pasaba por ellos. Eso lo hacía los domingos, porque jugaban esos días en los campos de futbol”, acota.

Recuerda que él llegó a trabajar así. A él el señor Leandro lo dejaba en El Colorado, en el templo de la comunidad, de donde luego se iba a un rancho que está en la zona, y ahí terminaba su venta. En esa época, 1982, dice que las paletas valían 50 centavos.

Sus días no están exentos de problemas, pues recuerda que un día se le ponchó una llanta al carrito, quedando varado a un lado del camino. Para su fortuna, un trailero pasó y al verlo en aprietos se detuvo. El conductor le vendió una llanta nueva, de las que usan en los remolques para transportar las cargas.

Esa ocasión tuvo suerte, y la llanta, dice, le ha salido muy buena, pues a pesar de los años sigue como nueva y rodando.

Una pareja pasa a un lado del carrito de don Cayetano. Ella pasa indiferente, como si hombre y carrito fueran invisibles, pero él no. Se detiene en seco mientras su acompañante sigue avanzando. Le habla para decirle que se regrese, a lo que la joven pregunta para qué. Él le responde que para comprar una paleta. “Estas son buenísimas. Ven a probarlas”, dice emocionado el joven, a quien seguramente, como a muchos, los sabores de vainilla, fresa, limón, grosella, entre otros de esas paletas, helados y nieves remontan a tiempos pasados.

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