La primera vocación de Salvador Elizondo fue de torero y aunque también se dedicó a la pintura y al cine, su vida se concentró en la literatura. Diariamente escribía, su vida era escribir. “Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo”, escribió, sin duda, Elizondo en El grafógrafo.
Del Salvador niño al hombre coronado por su propia escritura, la fotógrafa Paulina Lavista curó la exposición Los caminos de Elizondo que se presenta en el Museo de la Ciudad de Querétaro, en el marco del décimo aniversario luctuoso del escritor. La exhibición muestra documentos originales y fotografías que capturó la propia Paulina, quien fue esposa del escritor.
“La exposición es un acercamiento a la vida y obra de Salvador. Él tuvo un muy curioso destino, su padre fue nombrado en un puesto diplomático en Alemania en 1936, de manera que el niño llegó a los tres años y medio al nazismo, pueden ver en sus dibujos infantiles que él aprendió a leer y escribir en Alemán. Cuando regresa a México lo ingresan en el Colegio Alemán, que estaba en México, pero por la Segunda Guerra era mal visto que los niños fueran a una escuela alemana y lo cambian al Instituto México, y empieza a desarrollar su primera vocación: torero. Tenía apenas nueve años”.
Salvador Elizondo (1932-2006), narrador, ensayista, poeta y traductor. Ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua en 1976 y en 1981 al Colegio Nacional. Recibió el Premio Xavier Villaurrutia. De su obra destaca Farabeuf (1965); Narda o el verano (1966); El hipogeo secreto (1968); Cuaderno de escritura (1969); El grafógrafo (1972); y Elsinore: un cuaderno (1988).
Qué hombre tan interesante. Nadie puede hablar a detalle y con tanto amor de Salvador Elizondo como Paulina Lavista. La fotógrafa conoció al escritor cuando ella tenía apenas 13 años de edad y él 26 años. El escritor frecuentaba la casa de los padres de Paulina para escuchar la gran colección de música clásica que resguardaban. “Así lo conocí, tenía 13 años y dije: ¡Qué hombre tan interesante!”.
El curioso destino, como la misma Paulina dice, los unió. Salvador se convirtió en su maestro cuando ella estudiaba en el CUEC. “Y después me habló un día y me dijo: Quiero que seas mi chamaca. ¿Pero así tan pronto? Sí, quiero que seas mi chamaca, contestó. Y le dije: Pues ya vas. Pero bueno, pues vámonos entendiendo, le dije. Hicimos la primera cita y nunca más nos separamos, nunca más, del 17 de diciembre de 1968 hasta que se murió, nunca nos volvimos a separar”.
Paulina se volvió testigo presencial de cada momento de Salvador, desde el más sublime hasta el más lúdico. En la exposición, las fotografías captadas por Lavista muestran a Salvador dibujando en la playa, bailando; en otras imágenes aparece junto a Juan Rulfo, Vicente Leñero, Juan José Arreola, Ernesto Sabato, con Octavio Paz y el escritor argentino Jorge Luis Borges.
“Los momentos más importantes para mí fueron junto a Borges, que mi marido conociera a Borges fue algo muy importante, a mí me conmovía muchísimo ver a Salvador platicando con Borges y Octavio Paz, esos son momentos de emoción. Vivir con Salvador fue vivir con inteligencia, vivir con el buen humor, vivir con el interés de todo, desde la comida, de México, fue un hombre muy entusiasta de la vida, amaba su país y amaba la escritura, nunca sufrió al escribir, decía con tristeza: Hoy no pude escribir. Esa era su desgracia, no poder escribir”, platica la fotógrafa y colaboradora de EL UNIVERSAL.
De las fotos que exhibe Lavista, algunas, dice, fueron tomadas sin que él se diera cuenta y en otras posaba con gusto, haciendo gala de su humor.
“Para él la fotografía era importantísima, siempre le gustaba posar, nunca decía que no. Tuvimos unos códigos muy especiales él y yo, entonces yo tenía mi espacio pero él era mi primer espectador, siempre me animó con mis fotos y él me hizo mi primera exposición, él me ayudó en todo, yo se lo debo todo a él, claro que yo era muy lista y quería ser fotógrafa, pero él fue quien me dio toda la idea del arte, muchas cosas aprendí de él”.
La exposición, además de un gran acervo fotográfico, presenta primeras ediciones y traducciones de la máxima obra de Elizondo: Farabeuf. También se exhiben algunas de sus pinturas, dibujos y, por supuesto, sus diarios.
Elizondo escribió 83 cuadernos de diarios, “era el escritor más prolífico de diarios que ha habido en México”, dice Lavista. Además de sus cuadernos de escritura y borradores, tenía sus noctuarios y diarios de la infancia.
“El germen de mi vocación literaria se encuentra en los diarios y cuadernos de notas que a partir de mi adolescencia he ido llevando, muchas veces intermitentemente o desordenadamente[…] En realidad escribimos nuestros diarios con un afán tácito de que alguien, alguna vez, los lea y se forme una magnifica imagen de lo que fuimos”, escribió Elizondo.
Como parte de Los caminos de Elizondo está en el Museo de la Ciudad una cápsula del tiempo, para aquellas personas que quieran dejar algún documento referente a Elizondo y su obra, la cápsula quedará resguardada por 50 años en El Colegio Nacional.
La exposición sobre Salvador Elizondo permanecerá abierta hasta el 13 de noviembre en el Museo de la Ciudad. Y Paulina Lavista planea, para el 2017, traer más de su obra fotográfica a Querétaro, el tema aún no está definido, pero contempla una exposición de instantáneas o desnudos “para hacer algo más interesante”, adelantó la fotógrafa.