Para llegar a Boxasní no sólo la nariz es guía, por el olor a pólvora, también el oído. Todos los días se escuchan cohetones que se prueban una y otra vez para garantizar la calidad de los productos.
Aureliano González Tovar es hermano de Pedro, forma parte de esa familia cuyo padre comenzó a trabajar en los talleres de pirotecnia. Aureliano tiene que pesar e introducir la cantidad exacta de materiales para crear bombas y chispas de colores.
El clorato, perclorato, nitrato de potasio, magnesio y aluminio son los elementos comunes. En el suelo deja una base de papel que ‘pisa’ con colador en un marco rectangular de madera y encima una malla para conformar un doble filtro. Toda la mezcla la hace con las manos.
Pesa una a una las sustancias, las deja sobre la malla y cuando está lista la mezcla comienza a colarla, añade un poco de alcohol, y al final del proceso queda un polvo extremadamente fino que seca al sol.
Unas horas después queda listo para pasar al siguiente proceso: la formación de bolas de pólvora que, al añadir color, darán como resultado las bombas. Se trata del ‘cohetón’ favorito, es ese que cubre el cielo con colores en un crisantemo colorido.
El más común, dice, es el crisantemo de seis colores que cuesta entre 250 y 300 pesos. Mientras él sigue este proceso, sus ayudantes Julio César y Víctor hacen algunas pruebas. En el sitio —alejado de la concentración de pólvora— dejan salir chispas brillantes: rojo y verde es el popular de las fechas, la intensidad y tono es lo que hace la diferencia.
“Aquí medimos todo el material, este lo compramos al proveedor del pueblo y es el proceso que se sigue, primero empezamos con la mezcla para después formar de a poco bolitas que van a dar el color, ese es el que le añadimos a la pólvora y que nos sirve para las bombas (crisantemos) o para los castillos en donde también ponemos muchos colores”, explica.
En el terreno hay un apartado en donde pruebas las estructuras de madera; miden la cantidad para dar la fuerza necesaria a la construcción.
Igual que Pedro y tres hermanos más, Aureliano, comenzó esta tradición por su papá: “Desde niño yo me estuve aquí, veía a mi papá y él nos decía cómo hacerle, ya luego todos mis hermanos le entramos”.
Con Aureliano trabajan sus hijos y otros jóvenes de la comunidad, todos aprendiendo el oficio a sabiendas que se trata de una tradición que difícilmente morirá. Son ellos los que están detrás de esos espectáculos que cada 15 de septiembre, navidad o año nuevo, esperan las familias.
También es consciente de la labor es constante, sin embargo, la experiencia les ha ayudado a tener las precauciones necesarias.
En cada pared del sitio se leen leyendas como “no fumar” y “peligro” además de las letras que indican en donde están los extintores. Las calaveritas también son importantes.
Hay dos bodegas, una en donde se almacena la materia prima: elementos químicos, la madera que usan para los castillos y los tubos desde donde salen las bombas, mismas que están marcadas con los colores que iluminarán el cielo al ser estallados.
Otra tiene el producto terminado, Aureliano nos enseña los letreros de VIVA MÉXICO listos para ser entregados en las plazas que concentrará a cientos de personas.
Hay piezas de los castillos en donde se distingue el escudo de la bandera nacional, unido con un papel rojo, la mecha forma el águila devorando una serpiente, y que irá al centro de uno de los castillos que llevarán a Guanajuato para las fiestas patrias.
Trabajan a marchas forzadas pues al terminar los festejos los siguientes días serán de dejar el sitio impecable: el terreno debe estar libre de maleza porque el día 22 llegará el Ejército a inspeccionar para determinar si son o no candidatos a la renovación del permiso para operar en 2017.