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Al sonar los tambores, los concheros más pequeños del grupo comienzan a moverse dando una muestra de que el gusto por esta tradición se lleva en la sangre y persiste gracias a que se ha heredado por generaciones.
Dentro del grupo, ellos tienen un lugar especial en medio de todo el contingente; nadie les ha enseñado cómo bailar, ellos danzan imitando a sus padres, tíos, abuelos e incluso a alguno de los compadritos —como usualmente se llaman entre sí—, puede tratarse de alguien que captura su atención por su forma de moverse y sus atuendos llenos de plumas, pieles y animales disecados.
La fiesta, que se realiza cada año, comienza el 12 de septiembre con la velación, una ceremonia de preparación en la que alaban y rezan durante toda la noche a la Santa Cruz; el 13, en la mañana, instalan ofrendas en el atrio del templo y se alistan para salir a desfilar por las calles del Centro Histórico de la capital queretana.
A lo largo del recorrido, los pequeños son los que atrapan la atención de turistas locales e internacionales y ellos, sin saberlo, representan la preservación de esta hermosa tradición.
Tales son los casos de José Ramón, Elena y Nicolás, de 10, 7 y 4 años, respectivamente, quienes a su corta edad llevan tiempo bailando y han adquirido un gusto muy especial por las danzas.
“Me gusta mucho bailar, es una tradición que tenemos en la familia, cada año mi papá me hace mi traje. En esta ocasión le pedí que le pusiera unas alas porque se las vi a alguien de la danza y me gustaron”, comentó José Ramón, quien lleva sus 10 años de vida participando en esta fiesta.
Por su parte, Elena Hurtado, mamá de José Ramón, aseguró que se trata de una manifestación de fe y pasión que ella misma ha heredado a sus hijos.
“Empecé a danzar hace 20 años por invitación de una de mis primas, después se unió mi hermana y un sobrino, en la mesa de concheros en donde bailo conocí al que ahora es mi esposo, así fue creciendo esta tradición dentro de la familia”, relata y recuerda que cuando estaba embarazada de su primogénito, hizo una promesa (manda) a la Santa Cruz de los Milagros, siendo este acto el primer acercamiento del pequeño con la tradición.
“Mi hijo José Ramón nació en mayo, y en septiembre ya lo llevaba vestido de danzante para agradecer a Dios que había nacido bien, desde ese momento baila cada año y ahora ya se desenvuelve mejor”.
Ataviados con coloridos trajes de piel o lentejuelas e impresionantes penachos llenos de plumas de cóndor, quetzal, águila, faisán, gallo o guacamaya —que tienen un valor superior a los 7 mil pesos—, estos pequeños se mueven con gran agilidad para marcar cada una de las danzas, cautivando las miradas de la gente que se reúne en las principales calles para ver el desfile.
Además de los diseños estéticos sobre los atuendos, también se adornan la piel y el rostro con símbolos antiguos, cada uno con un significado especial, por ejemplo los guerreros se pintaban el rostro a modo de cuervo para mostrar fiereza, rudeza y fuerza en sus combates.
Los niños se preparan y planean sus trajes con tiempo para unirse a la celebración que continúa hoy durante todo el día y terminará mañana con la llamada “Misa de Ánimas”, en la que se honra a los danzantes ya fallecidos.
bft