Llegan. Con el polvo de los huaraches, zapatos y tenis. Cuando llueve, andan a salto de charco, aunque hoy es día de fiesta y todo está más o menos barrido. Llegan. No sólo de comunidades de Amealco, Querétaro, sino del Estado de México y Michoacán, entidades que están a un tiro de piedra de los linderos de este barrio de Mexquititlán (“lugar donde se comen quelites”, en voz náhuatl), el cual habitan alrededor de 16 mil habitantes en seis barrios periféricos.

Antes de llegar, el lector de EL UNIVERSAL Querétaro debe saber que Santiago Mexquititlán está considerado por el Consejo Nacional de Evaluación a la Política del Desarrollo Social (Coneval) como la población más pobre de Amealco de Bonfil, municipio que a su vez ocupa el tercer lugar, de abajo para arriba, en la tabla econométrica de la pobreza, tanto “moderada” como “extrema”, de entre los 18 municipios que constituyen la tan industrialmente boyante entidad queretana.

Llegan, pues, chicos y chicas, a este centro cívico para mezclarse con los adultos y celebrar a San Isidro Labrador (“quita el agua y pon el sol”, dice la voz popular, aunque a decir verdad hay más sol que agua). Es domingo por la tarde. Llegan hasta los distintos puntos de encuentro: iglesia, panteón, feria, templete, conjunto que prueba el sonido, puestos de zapatos, cosméticos, gorras, ropa de paca, y también de alimentos y bebidas: dobladitas, chicharrón, elotes, papas fritas, pollo rostizado, sopas marruchan, aguas en bolsita con popote, refrescos, cervezas en tamaño caguama; aguamiel y pulque; mucho pulque, curado y natural.

La mujer indígena

Jovencitas descienden de calles intrincadas, portando trajes típicos como los que usan del diario: faldas amponas blancas y blusas rosas o azulitas bordadas. Las acompañan chicas que ya cambiaron esas prendas por jeans y tenis. Las siguen galanes que se atavían con playeras obscuras, cadenas-baratija y cortes de pelo como de tribu urbana: emos, punquetos, darquetos y nuevas ramificaciones ajenas al dominio de los neófitos. Se ven relajados y pacíficos, aunque no falta el adulto que asegura que algunos de ellos se vuelven pandilleros o se ponen erizos por las noches.

Para llegar a Mexquititlán, desde la cabecera de Amealco, hay que treparse a una colectiva en las afueras de la central camionera, por cuyo pasaje el chofer cobra casi un peso por kilómetro. En total, son 14.5 km y 13 pesos. El tramo se recorre en hora y pico, debido a lo angosto del camino, paradas, curvas y hasta el alegato del usuario a quien le parece elevado el costo. Hay enojo del manejador cuando el campesino no completa el pago por el viaje emprendido con la familia a cuestas. Alguien se inquieta, preguntándose cómo es que el clan planea regresarse, concluido el agasajo a San Isidro.

Se llega, entonces, a Mexquititlán, uno de los 15 cinturones de miseria de Amealco, donde la mayoría de la población es de extracción indígena: ñañhú (antes otomí). De aquí es Jacinta y Alberta, comerciantes que cobraron fama tras ser acusadas por un mal juez sanjuanense de secuestrar a policías federales, encarcelamiento que luego sería suspendido por la Corte. La historia es conocida. También de aquí son las muñequitas de trapo, alegres y multicolores, tal y como algunos turistas quieren ver a la mujer indígena, mientras que la de carne y hueso es sufrida y guerrera como pocas.

Y aquí llega Juan Álvarez, delegado de esta comunidad ante el gobierno amealcense, quien para sorpresa de quien pregunta, no tiene remilgos para soltar frases defensoras de su pueblo.

“En apariencia, no nos falta la luz; pero eso nomás es de día, porque de noche, la potencia se baja o se cae. Esto se hace madriguera del lobo. También queremos que haya señal de celular, porque también se cae o hay qué andarle buscando para hablar”, comenta.

Botas, mezclilla, cinto, camisola y sombrero, Álvarez se define como “indígena y albañil a mucha honra”. Ese oficio lo practica la mayor parte de su pueblo, “los jóvenes ya no tanto.”

Aquí estoy donde me ve, pero sólo por tres años. Si mañana ya no sirvo en el ayuntamiento, no tendré problema para volver a agarrar la cuchara.

“¿Empleo? Es lo que más falta. Sí que vengan industrias, pero tampoco para pagarnos la mitad de lo que dan por allá. Un par de empresas vienen por mucha gente en camiones: les dan 700 a la semana, cuando en El Marqués pagan mil 200. No más discriminación a los indígenas. Tenemos leyes para hacer valer”, apunta el delegado amealcense.

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