“Bienvenidos a su humilde casa”, dice Esperanza, una mujer de 79 años de edad, dedicada a la recolección de basura, al igual que su hija Lupita de 52.

Su casa, ubicada en una vecindad por la vieja estación del ferrocarril, tiene un cuarto de cinco metros cuadrados aproximadamente. Una cocina estrecha, que no pasa de los dos metros de ancho, y un baño con una cortina como puerta. Moni, una cruza de perro labrador, es su única compañía.

Esperanza y Lupita se han dedicado a la recolección de PET, latón y papel, desde hace diez años. Ambas son originarias de Querétaro, pero se mudaron a la ciudad de Reynosa, Tamaulipas, cuando Esperanza dejó su empleo como enfermera.

Diariamente se levantan después de las diez de la mañana, preparan café, cosen chiles, avena o huevos. Ayer sacaron 60 pesos por las botellas de PET y el papel que les compraron en la recicladora. No obstante, después de comprar la despensa (conformada por un kilo de tortillas, pan y verduras) cinco pesos es lo único que les sobra.

Aunque en la cocina existe un tanque de gas, utilizan un anafre. Hace algunos días, Protección Civil hizo un llamado a la ciudadanía: evitar calentar con fuego dentro de las casas, por el riesgo a provocar un incendio y por el daño que el humo puede causar a la salud. No obstante, en la casa de Esperanza y Lupita, no hay dinero para llenar un tanque.

“En Reynosa, la situación era igual”, dice Lupita al relatar sus comienzos en la recolección de basura.

Estudió un año en una academia de mecanografía y taquigrafía, sin embargo, estos oficios ahora son obsoletos. “Ahora todo es en computadora, aprendes o te quedas. Yo me quedé, ya no aprendí”, dice.

Su último trabajo formal fue en Reynosa, en una maquiladora de ropa. Ahí laboró por cinco años, hasta que su madre regresó a su lugar de origen. En Querétaro, no ha corrido con suerte. Ha entregado solicitudes de empleo en las fábricas, pero su edad se ha convertido en un impedimento para laborar en ellas. A falta de un trabajo formal, recolecta basura junto con su madre.

La historia de Esperanza es complicada. Nació en 1937 en Querétaro y vivió los primeros años de su vida con un padrastro. La relación entre ellos nunca fue buena. Comenta que en una ocasión su padrastro estaba bañando a una de sus hermanas, y empezó a tocarla entre las piernas. “Vuelves a tocar a mi hermana y te mató”, dijo Esperanza. Según cuenta, su madre al darse cuenta de esto, optó por correrla de la casa.

Tiempo después se casó con el padre de Lupita, con quien, más tarde tuvo 15 hijos. Esperanza ha tenido una vida conflictiva, además de problemas con su familia, empezando por su madre, también tuvo complicaciones en los dos hospitales que trabajó.

A los 79 años de edad, Esperanza tiene un carácter fuerte, pues “nunca se ha dejado”. Estos valores, los ha heredado a su hija Lupita, a quien desde chica le enseñó a no robar, no criticar, no ser chismosa y no pedir.

No obstante, Lupita cuando su madre se distrae, pide dinero. “Ocho pesos, son ocho pesos”, dice después de recibir unas monedas, y explicar que los va a juntar para ver qué compran de comer. Ayer comieron chilaquiles con los restos de tortilla que tenían.

Lupita cuenta que necesita dinero para arreglar su diablito, en donde colocan el cartón que van recolectando. Las llantas cuestan 120 pesos y no quiere comprarlas usadas, porque sería el mismo cuento, se descompondrían más rápido y necesitaría volver a comprar otras. Además de rellenar el tanque de gas y comprar llantas, también necesitan arreglar la regadera. Ahora se bañan con una cubeta.

Esperanza continúa con el relato de su vida: Estudió enfermería a regañadientes, pero después de un tiempo le tomó cariño a la profesión. Al terminar su turno y regresar a su casa, se dedicaba a leer los libros de medicina, y a estudiar para mejorar en el desempeño de su trabajo. Aprendió rápido, y por lo mismo, logró escalar de posición, hasta convertirse en jefa de piso. Dejó esta profesión alrededor de los 40 años por el cansancio que le provocaba y después de la muerte de su esposo, quien dice le salió “mujeriego” y “borracho”. No logró pensionarse por no cumplir con el número de años requeridos para obtener una manutención.

En Reynosa, en las maquiladoras Lupita, su hija, ganaba “bien”. Inició con un sueldo de 400 pesos mensuales, el cual fue subiendo hasta alcanzar alrededor de 800. Este dinero fue suficiente para pagar renta, servicios para ella y su madre.

Vivieron en un departamento un tiempo hasta que el dueño vendió el inmueble. Después de eso, se mudaron cerca de la antigua estación de Ferrocarril en donde pagan mil pesos de renta. Sin embargo, la chapa está descompuesta y la regadera no funciona.

En el cuarto de Esperanza y Lupita se encuentra también el comedor. Dos sillas de plástico y una mesa de la Pepsi. La madre es muy ordenada y le gusta mantener las cosas limpias. Regaña al perro cuando se sube a la cama o cuando hace sus necesidades dentro de la casa. En la habitación hay un televisor que se los regaló el gobierno en el programa “70 y más”. Al inicio, la televisión funcionaba y podían ver los programas del canal tres, después de un tiempo ya no tuvo señal y ahora el equipo, se ha vuelto obsoleto.

Lupita, es delgada y morena. No tiene una pareja ni hijos, ni tampoco quiere tenerlos. “No soy esa clase de taruga”, dice. Para ella, los hombres sólo dan problemas y no se hacen cargo de sus hijos cuando los tienen. La mayoría son mujeriegos.

Madre e hija han vivido los últimos años juntas e independientes. Esperanza admite que desde chica no le gustó depender de nadie. Su carácter fuerte —el mismo que le trajo problemas— le ayudó a salir adelante, pues al perder el empleo como enfermera, comenzó a vender fruta con su esposo. Aprendió diferentes oficios y a los 79 años, aún logra agacharse para recoger las botellas de plástico y guardarlas en las bolsas.

No obstante, la edad “ya le da avisos”. Cada vez es más frecuente que le duela la cadera y ha ido perdiendo la vista. Actualmente tiene una infección en los ojos. Dice que fue al doctor, pero la medicina no le surtió efecto y ya no ha regresado. El otro día, cuenta que se lastimó la muñeca. Fueron al Seguro Popular, pero la atención no fue muy buena. Tampoco regresaron.

Esperanza y Lupita viven al día, no saben si pueden tramitar una pensión. Mensualmente Esperanza recibe mil pesos del gobierno —como parte del mismo programa en el que le dieron la televisión que ahora no funciona—. En un futuro, esperan encontrar un empleo. Lupita busca lavar ropa y su madre preferiría cuidar niños.

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