A sus 57 años de edad, Santiago Carbonell está concentrado en pintar sus recuerdos, “por si acaso pasa la calaca antes de tiempo”, dice. Morir no le da miedo, aunque lo mantiene pensativo, porque, dice, sólo le faltan tres años para llegar a esa etapa en que la mala vida cobra factura.
“Estoy muy consciente de eso, amigos se han muerto cerca de los 60 años, mi abuelo se murió cerca de los 60 años, es como una premonición: ya va a pasar pronto la guillotina”.
A bote pronto, confiesa que no tiene grandes ambiciones para el futuro. Su presente está en evocar el pasado. Su obra más reciente, la que aún tiene en el caballete, es un cuadro pequeño de un paisaje, recuerdo de su viaje a Egipto.
Santiago comenzó con lienzos chicos, después “fui engrandeciéndome, hasta que acabé con un mural en la Suprema Corte de Justicia, de 125 metros cuadrados”. Volver al pequeño formato es pensar en su vejez, “en 15 años ya no tendré fuerza ni habilidad para los grandes cuadros”.
Tiene 31 años viviendo en Querétaro, aquí formó su familia y abrió el Museo Santiago Carbonell, que en mayo cumplirá sus primeros tres años. Ahí se exhiben varias de sus obras, cuadros donde la pureza de la carnalidad y esencia femenina atraen al visitante. En su historial también están los cuadros de Ernesto Zedillo y Felipe Calderón, resguardados en la Galería de los Presidentes en Palacio Nacional; de tal experiencia asegura no volver a pintar a ningún político.
Lo que más odia es la hipocresía. Su héroe de juventud era el Che Guevara. Y de no ser pintor, Carbonell hubiera sido zapatero, como su abuelo.
¿Cuál es el principal rasgo de su carácter?
—Yo no creo que la felicidad existe, lo que sí existe es la alegría y el camino para la felicidad es la alegría, un rasgo fundamental mío es luchar por la alegría y tomar la vida con optimismo, la verdad es que nunca me ha pasado nada malo ni grave, tengo esa suerte de no haber sufrido realmente.
¿Qué cualidad aprecia más en una persona?
—Me gusta mucho la generosidad, no monetaria, la generosidad de la gente que comparte su sabiduría, conocimientos, experiencias, cuentos, sus cuitas, la persona que se da y se entrega generosamente a los demás.
¿Y lo que más detesta?
—La hipocresía me revienta, la doble moral, los que dicen una cosa y hacen lo contrario.
¿Alguna vez ha sido traicionado?
—¿Si me han pintado los cuernos? Sí, y lloré mucho. Era muy joven, en mis primeros escorzos enamorantinos, recuerdo que fui fruto de una traición alevosa y premeditada, me dolió mucho el corazón, se quedó partido mi corazón y me quitó medio hígado.
¿Tan grave fue?
—Cuando eres joven eres muy frágil.
¿Qué es lo más aventurero qué ha hecho en la vida?
—Vengo de una familia muy aventurera, poco temerosa y viajante. Lo más aventurero y arriesgado fue viajar desde Querétaro hasta Panamá en una estaquitas Nissan con un amigo, pero eso no tiene nada de problema, el problema es que era plena guerra en Centroamericana, la guerra de El Salvador, en Guatemala los desaparecidos, Nicaragua estaba completamente boicoteada y en Honduras había también guerra civil. Me acuerdo que me aconsejaron que antes de salir hiciera mi testamento, pero no lo hice porque no tenía nada que dejar, tenía apenas 26 años.
¿Ser pintor no es ser aventurero?
—En realidad sí, para algunos sí es una aventura y es un fin venturoso. Yo creo que ser artista en general es muy satisfactorio, pero también los artistas pasamos épocas muy duras o difíciles, nos arriesgamos a ser aventureros porque cualquier tipo de arte es presentarte desnudo frente a los demás y asumir que te van a criticar. Esa parte es la aventura, enfrentarte contigo mismo y con los demás.
¿Cuál ha sido de su vida la época más difícil?
—Pasé muchas miserias, estuve viviendo en París cuando tenía 21 años, vivía en un sótano, no vendía ni un solo cuadro; pero vivir la pobreza es importante porque te hace madurar. Alguna vez fui a comer a comedores de indigentes porque no tenía para comer. Pero me lo tomaba con alegría, porque había otros jóvenes igual que yo, la verdad no me quejo, tampoco creo que haya sido tan duro, ser pobre cuando tus amigos son pobres y cuando no necesitas nada, hasta da cierta alegría no tener nada.
¿Qué espera de sus amigos?
—Espero que me duren mucho, que no se enfermen y estén cerca de mí, espero que me perdonen también todas las tonterías que hago o puedo decir.
¿Usted tiene algo que perdonarse?
—No, no creo mucho ni en la autocompasión ni en el autoperdón. Uno es, con errores y esa fatalidad que cargamos.
¿Principal defecto?
—Decir que sí a todo. Cuando era joven me decían: Santiago, aprende a decir que no, eso te da carácter, aplomo. Pero por qué voy a decir que no, si yo digo que no, a mí alguien también me va a decir que no. Mejor digo sí a todo.
¿Hoy ya aprendió a decir que no?
—No, sigo diciendo que sí a todo.
¿Su ocupación favorita?
—Si no hubiera sido pintor hubiera sido zapatero como mi abuelo, o cocinero como mi mamá; mis diversiones mayores son leer y cocinar y, cuando puedo, viajar, eso me encanta.
¿Cuál sería su mayor desgracia?
—La muerte de un hijo, un padre creo que nunca debe enterrar a un hijo.
¿Cómo llega a México?
—Con una mano adelante y otra atrás, como todos los españoles. Llegué por casualidad, casi sin querer, tuve una invitación a exponer en Ciudad de México, me invitaron a pasar unos 15 días y esos días se convirtieron en toda una vida. Me vine enseguida a Querétaro, llegué hace 31 años y ya me considero un queretano antiguo.
De no vivir en México, ¿en qué país desearía vivir?
—En todos, menos en Estados Unidos.
¿Canción favorita?
—Soy de la generación de Pink Floyd. Uno siempre se queda con las canciones de su juventud, la música y la poesía uno la halla en la adolescencia, porque te hacen llorar, te descubren a ti mismo. La “Obertura para tontos” de Supertramp siempre me ha emocionado.
¿Cantantes o grupo?
—Cuando era muy joven estaba naciendo la nueva canción, sobre todo en artistas latinoamericanos, con los cuales he podio hasta compartir fiestas, borracheras, desmadres. Me marcó mucho la canción comprometida, canciones sencillas, la poética en la canción es lo que más me gusta. Creo que me estoy volviendo viejo, porque la música de hoy casi no la entiendo. Si vieran mis discos, de los que más tengo es de Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez y en un tiempo de Joaquín Sabina, pero Sabina ya lo tengo hasta el gorro, lo he oído tanto que hasta me aburre, igual me pasa con Serrat. He tenido el gusto de que Serrat ha venido a cenar a mi casa y se lo he dicho. Serrat: la verdad es que ya cansas. Y él me dice: Imagínate lo cansado que estoy yo de cantar siempre “Penélope” o “Mediterráneo”. Pero te debes a tu público.
¿Y de música mexicana?
—Amparo Ochoa que cantaba unos corridos fabulosos antiguos. Yo la vi a ella en un concierto como para 30 personas, en la Ciudad de México, en el año cuando yo llegué, y ella murió después de un cáncer, fue una pena porque era una gran cantante y hoy es una pena porque casi nadie la conoce.
¿Película favorita?
—Tal vez una que me haya marcado: “Odisea espacial” de Kubrick. Pero en general ya no veo cine americano, hollywoodense, por principios, no me gusta lo que dice ni me importa.
¿Cuál es su libro favorito?
—Cien años de soledad me marcó mucho, todo el realismo fantástico y la novela latinoamericana la viví muy cercana, porque tuve el gusto de conocer a varios escritores. Hay un escritor, el de Los detectives salvajes, se llama Bolaño, y me encanta. Y hay un autor que me encanta más que todos, soy un fanático de él y me da una pena que no le hayan dado el Premio Nobel, se me hace una injusticia brutal, es Umberto Eco, no escribió tanto como muchos otros, pero todo lo que hizo lo hizo bien, no hay ningún libro malo, todos están pensados, contundentes, son libros sabios.
¿A Gabriel García Márquez lo conoció?
—Me lo presentaron una vez, pero nada más de hola y adiós.
¿Su héroe?
—El héroe de mi juventud para mí siempre fue el Che Guevara y de héroe viviente me gustan más los héroes anónimos, las mujeres que están llevando adelante un hogar, los mineros que están sacando plata, oro, a mitad de la tierra; héroes anónimos que dejan su vida en el esfuerzo, los artistas desconocidos, los cantantes de bar que nadie les escucha cuando cantan, ésos son mis héroes favoritos.
¿Algún lugar favorito al que siempre regresa?
—Tengo mucho cariño por Florencia, porque viví un tiempo ahí y caminar por sus callas es como caminar dentro de mi casa. Pero mi lugar favorito es mi taller, ahí siempre vuelvo con gusto.
Tres palabras que definen a Santiago Carbonell.
—Un viejo loco pintor.
¿Nombre favorito?
—Gabriela. Todos los días lo nombro, más que a Dios.
Personaje, filósofo o autor histórico favorito.
—Siddharta Gautama, posteriormente llamado Buda, fue capaz de prescindir de todo, hasta de la vida y cualquier deseo, en su primer sermón estableció que el deseo era la causa de todos los males y él no deseaba nada, admiro a la gente que no admira nada.
Si pudiera revivir a algún personaje de la historia, ¿quién sería?
—Seguro que a la Madre Teresa de Calcuta… no, ni a Juan Pablo II. A ellos definitivamente los dejaría en la tumba por muchos siglos (...) revivir a unos no tendría sentido. Pero si se pudiera creo que a mi abuela sí la revivía, era una excelente mujer.
¿Qué don de la naturaleza desearía poseer?
—El huracán… No, mentira. Me gustaría ser lluvia, de esas pasajeras de verano que duran cinco minutos pero que serían capaces de revivir un desierto.
¿Tiene miedo a la muerte?
—No, la verdad no, no tengo ni miedos ni fe.
¿Cómo le gustaría morir?
—En mi casa, en mi cama, leyendo un buen libro y cerrando los ojos, pero sí me gustaría despedirme de la gente, eso de que te mueres por sorpresa se me hace una brutalidad con los demás y contigo mismo. La muerte debe tener un ritual bonito.
¿Tiene alguna colección?
—Cuadros míos… no, pero sí tengo muchas cosas, me gusta tener objetos. Antes me decían que es un horror el apego a los bienes materiales. Tengo cosas que me acompañan desde que tengo 15 años, pero son cositas sencillas. Me apego a mis calzoncillos viejos que son los más cómodos. Yo sí me apego a algunas cosas porque son parte de mi historia.
Si pudiera comer una sola comida en su vida, ¿qué sería?
—Si me dieran agua y frijoles creo que no me moriría. O arroz con huevo. O con pan y agua, no, con pan y agua se morían los presos. Me gusta mucho la cocina y la disfruto, pero si se trata de sobrevivir, creo que los frijoles son los reyes de la supervivencia.
¿Y su platillo favorito?
—El caviar beluga, pero eso sólo he comido tres veces en mi vida.
¿Tiene un lema?
—A Serrat lo tengo muy oído, pero esa canción: “Hoy puede ser un gran día…” Ese podría ser un gran lema.
¿Cómo se proyecta en un futuro?
—Creo que más viejo, un poquito más sabio, si es que lo he sido alguna vez, y divertido. No tengo grandes ambiciones para el futuro.
¿Su principal virtud?
—Luchar para tomar mis propias decisiones sin ninguna influencia, odio la publicidad. No me gusta que nadie tome decisiones por mí, por eso en general los políticos no me gustan mucho, porque ellos creen tener la verdad en todoy eso no me gusta. Lastimosamente debe existir la política y si existe la política esas personas también deben existir y, como todos los sabemos, no son lo mejor de cada casa.
Usted pintó un cuadro a Felipe Calderón y Ernesto Zedillo, ¿volvería a pintar a otro político?
—En principio no, porque el que se acuesta con políticos cagado se levanta. Los políticos son peligrosos, no te honra su cercanía, te deshonran; suelen ser gente que cuando detentan sus cargos todo mundo los saluda, pero cuando se van, todo el mundo los aborrece y se tienen que esconder en tugurios, porque nadie los saluda. Eso quiere decir que la clase política en realidad no es lo mejor. Y no, tal vez no lo haría, esas dos cosas que hice son a lo mejor pequeñas fallas que tuve, pero bueno, alguien las iba a hacer, eso me autodisculpa; eso lo hice porque se me ocurrió que a lo mejor estaría divertido, pero no.