“Cuando la gente piensa en el dueño de una mina, le viene a la mente un esclavista con látigo en mano, porque esa imagen la ganaron muchos en la antigüedad”, indica Carlos Juaresti Arreguín, empresario minero.
“Pero hoy te puedo asegurar que ser minero en Querétaro, y dedicarte a un trabajo que podría abatir la pobreza en lugares como San Joaquín, es una tarea difícil e incomprendida: en el gobierno de Querétaro no hay una instancia especializada en minería; una real representación para el gremio, como tampoco hay un geólogo dentro de la burocracia, si acaso hay uno, no lo conozco, porque no se ha acercado a los mineros”, añade.
Juaresti Arreguín emprendió hace seis años, al lado de su hermano Michael, una idea que permeaba en su familia: revivir la mina de mercurio y antimonio que les dejó su abuelo, quien fue un conocido empresario queretano.
Fue así como en 2010 iniciaron una empresa, partiendo de la mina San Juan Nepomuceno, que se ubica en la Sierra Gorda.
EL hombre define a la compañía como “socialmente responsable”, al emplear a 22 trabajadores, “todos con su respectivo IMSS”.
Señala que en San Joaquín se cuentan con los dedos las empresas serias que procesan mercurio o antimonio con “técnicas sustentables”. Un conteo realizado por él mismo deja ver que en la sierra queretana operan un total de 454 negocios que, según asegura, “no deberían ni podrían llamarse minas: sitios donde se agrede a la naturaleza y se explota al trabajador.”
En el caso de San Joaquín, abunda, existe “un pequeño grupo de empresitas que desde hace años se benefician de la irregularidad con la que se explota el mercurio.”
Comenta que en cada cambio de poder dentro del ayuntamiento, dicho grupo “se reacomoda y sigue trabajando, sin ofrecer nunca un cambio positivos para la gente y para la economía.”
“Lo que se sabe del mercurio es conocido: contaminamos el medio ambiente y no hay quien lo pare. La gente sigue pobre, muy pobre, y tampoco se hace mucho”, lamenta Juaresti Arreguín.