El olor a vainilla comienza a llenar el ambiente. La combinación de huevo, royal, harina y otros ingredientes va tomando forma poco a poco. El creador de ese postre es Ángel Gamaliel Ferrusca Rubio, quien apenas hace unos meses decidió abrir su propia pastelería y panadería, para darle un mejor futuro a su joven familia.
El local, de nombre Los Ángeles y que se ubica en la calle de Ezequiel Montes, en el Centro Histórico de la capital, tiene una fachada de color azul claro. Desde hace poco menos de cuatro meses está abierto al público.
En el negocio, Ángel ofrece pasteles por pedido, pan diario y algo de abarrotes, para quienes acuden a comprar pan y se dan cuenta que olvidaron algo más de la tienda.
Originario de Peñamiller, de la comunidad de San Miguel Palmas, conocido como el oasis de la Sierra Gorda, Ángel tiene alrededor de cuatro años trabajando en repostería, aunque no lo había hecho de manera independiente, pues laboró en varias tiendas de autoservicio, en donde aprendió a hacer algunos cosas.
“Trabajaba en el área de frutas y verduras y, de ahí, me nació la inquietud de aprender un oficio. Quería ser carnicero, panadero, cualquier oficio que saliendo de ahí pudiera trabajar en otro lado. Se dio la oportunidad de estar en panadería y empecé a trabajar ahí”, apunta.
Comenta que, tras los años de experiencia, decidió emprender su propio negocio en el giro de la panadería, aunque como todos los negocios tardan “en cuajar”. Es la situación que se vive en su novel negocio.
Ángel, de 32 años de edad, indica que prácticamente con lo que le dieron de liquidación y un préstamo que tuvo que pedir, fue con lo que arrancó su pastelería y panadería; para la cual tuvo que adquirir material diverso, como el horno, la batidora y una vitrina.
“Ahorita estoy trabajando la pastelería y la panadería, pero empecé a trabajar en pastelería todo el tiempo. Pastel, flan, gelatina, todo lo que es repostería. Los más difíciles siempre son los pedidos, porque a veces la gente quiere una combinación de sabores y hay que buscarle que quede agradable, que no quede muy dulce o muy desabrido. A veces les das gusto a la gente y a veces no”, precisa.
En la trastienda de su negocio, se ubica una pequeña sala, en donde sus hijos, Ángel y Abraham, de tres y un año de edad, respectivamente, juegan mientras papá y mamá trabajan.
Al fondo, se ubica el horno, o como le gusta decirlo de broma a Ángel, su laboratorio, en donde una batidora, una mesa metálica y un anaquel, con todos los ingredientes del pan, están dispuestos.
Con habilidad, comienza a romper huevos y vaciarlos en una jarra, dos a la vez. Necesita 60 para hacer cuatro pasteles. Tiene un pedido y debe de elaborar más para quienes acudan a comprar, ya sea el pastel completo o una rebanada para el antojo, que va bien en compañía de una taza de café.
Luego, en una báscula, pesa la cantidad exacta de harina, royal, azúcar y otros ingredientes que lleva el pastel. Esa mezcla la agrega a los huevos, que ya están batiéndose, en un aparato que hace mucho ruido.
De hecho, dice Ángel, llega a despertar a sus hijos, quienes viven en la parte alta del negocio, debido a que él se levanta a las tres de la mañana a hacer el pan de todos los días y tiene que usar su máquina para trabajar.
El joven maestro pastelero afirma que puede hacer casi todo, inclusive pasteles para despedidas de soltero y soltera; no sería la primera vez que los elaboraría, ya que en sus anteriores empleos llegó a prepararlos.
“Suele pasar. De hecho, cuando estaba en un supermercado nos llegaron pedidos así, con formas de partes íntimas, y las teníamos que hacer, no teníamos de otra. Al no tener molde, lo hacíamos de imaginación”, indica mientras suelta una carcajada, al tiempo que afirma que se divertían haciendo ese tipo de figuras.
Agrega que lo más curioso es que cuando hacían la entrega del peculiar pedido, porque lo hacían hasta con pena; mientras que los clientes lo toman con mucha tranquilidad y se lo llevan entre toda la gente sin incomodidad.
La masa está hecha. Ahora es vaciada a moldes, circulares, rectangulares y de la forma que requiera el pedido. Para evitar que el pan se pegue, un poco de manteca sobre la superficie.
Dos piezas redondas sirven para un pastel que va tomando forma poco a poco. Sobre una base giratoria se coloca la primera torta del pan. Luego crema de nata, mejor conocida por el común de la gente como betún, merengue o chantilli, nombres erróneos, pues es crema de nata, así, a secas, dice Ángel.
Una capa de fruta, que él mismo pica, se coloca entre en la crema de nata. La otra torta se coloca sobre la primera, con una base de nuez enmedio, para darle mayor sabor. Luego, una capa completa de crema cubre las dos tortas y la fruta. La cubierta debe de tener una consistencia especial, pues si es muy suave o muy espesa no puede moldearse.
Explica que desde tiempo atrás tenían él y su esposa la inquietud de poner un negocio, el que fuera, y ya que se dio la oportunidad de poner la pastelería decidió hacerlo.
“Hay veces que me arrepiento, porque no se vende, pero yo creo que las cosas son con calma, hay que esperar a que las cosas funcionen y esperar en Dios que nos vaya bien. Los primeros días que empezamos tirábamos mucho pan, porque no sabíamos qué hacer con el. Ahora, si se nos queda algo de pan, lo donamos a un asilo que está a un cuadra. Ya vendemos un poco más, ahora esperar a que con el pastel nos vaya un poco mejor”, precisa.
La temperatura en la habitación comienza a subir por el horno, que está listo para recibir los panes y el pastel, que en unas horas hará las delicias de los invitados a una fiesta de cumpleaños o un merienda en familia.
Josefina Ugalde Hernández, esposa de Ángel, comenta que, al principio, el negocio era un tanto complicado, pero poco a poco la gente los conoce y tienen más ventas.
Originaria de Bernal, municipio de Ezequiel Montes, apunta que ella atiende el negocio, mientras Ángel elabora el pan, y cuando él se desocupa, sale también a despachar.
Una ventaja de tener su propio negocio, dice, es que pueden pasar más tiempo en familia, ya que todo el día pueden estar juntos.
“Antes, lo que eran las temporadas de diciembre, de vacaciones, eran las temporadas que no lo veíamos, porque como era el pastelero [en las tiendas donde trabajó] en esos días se iba a las seis de la mañana y regresaba a las 11 de la noche. Eran días que no lo veíamos. Fue cuando nosotros nos decidimos a abrir nuestro negocio. Sí es absorbente, porque ya no podemos salir a ningún lado, pero la ventaja es que Ángel está con nosotros, todo el día. En día festivos cerramos y convivimos más como familia”.
La joven pareja sigue con su rutina. Un cliente llega y pide pan y algo más. Mientras, metros más atrás, Ángel da forma a su sueño, hecho de masa, huevos y crema de nata, decorado con hojas de chocolate y fresas.