Las limosnas y milagros tienen olor a anafres medio encendidos, a tamal de salsa verde en manos de los que esperan a que pase el frío tempranero recostados sobre una cobija terrosa. Son parvadas blancas de manta, de ojos llorosos que aguardaron el momento para cantar “Venimos de Querétaro, fiel madrecita...”.

Cerca de 100 mil fieles provenientes de parroquias tradicionales de Querétaro y Guanajuato llenaron con agradecimientos la Plaza Mariana, en el atrio de la Basílica de Guadalupe, ubicada en la delegación Gustavo A. Madero del DF.

Muchos llegaron desde la mañana del sábado, montaron sus casas de campaña o tendieron sus cobijas en el piso, pero aguardaron a la misa del día siguiente para hacer la procesión con cantos aun más fuertes.

Vitorearon con voces cansadas y pies ampulados, hasta cubiertos con cintas, a fin de simular que por debajo había una capa delgadísima de piel sangrada que por momentos les impedía siquiera cambiarse de posición en el piso, por eso los oreaban con el viento apenas perceptible en el atrio.

Los primeros en llegar fueron los peregrinos ciclistas, cerca de mil 500 playeras rojas con la Virgen guadalupana impresa en la espalda.

Después arribaron las protagonistas de la peregrinación, cerca de 20 mil mujeres provenientes de Villa Progreso, San Vicente, de San Antonio de la Cal, de Santa Rosa de Lima, la edición 54 de la peregrinación caminó bajo el mensaje de una fe que las hizo moverse entre el gentío con estandartes coloridos de imágenes santorales.

“Hemos logrado llegar, estamos felices”, así se agarran las manos femeninas sincréticas por la cultura originaria de un México que ya no existe; los rebozos y peinados de un escenario indígena persisten en el camino de fotos tomadas con celulares.

Ninguna se queja del frío, si acaso de traer la panza vacía. Eso se arreglaba en el camino con las manzanas o los tacos medio fríos, pero lo importante ya estaba hecho: acudir a la misa, cumplir la promesa, dar gracias por la buena salud o por el milagro.

No pueden contarse una por una, en cada grupo conocen a las suyas. También hay hombres en la peregrinación de féminas: son integrantes de grupos ciclistas o de Protección Civil o esposos de las peregrinas.

Para María Teresa Suárez fue la primera vez de esta experiencia y calificó a las jornadas como “muy pesadas”, a razón de la lluvia, el frío y el calor. Todas las inclemencias las vivió en los días del trayecto, pero vale la pena cuando se entra a la Basílica. El móvil para su recorrido fue la petición de un milagro que la haga volver a tener un hijo.

“Vengo a pedirle que me dé un hijo. Tengo uno de 11 años y medio, y llevo siete años esperando, quiero que me haga el milagro”, comentó.

Amistades, el compañerismo manifestado en la ayuda y en las porras, para María Teresa esta peregrinación no será la única, piensa volver algún día.

Elizabeth Becerra, de Santa Rosa Jáuregui, Querétaro, tiene seis años de acudir a la peregrinación. Su principal petición es salud y dar gracias por cada milagro que se la ha cumplido en nombre de la Virgen de Guadalupe.

“Es un camino muy difícil, muy pesado y pues la lluvia y el sol..., batallas mucho en las comidas. Primero Dios, estaremos viniendo los próximos años, porque cuando ya estás aquí se te olvida todo, se te olvida el cansancio”, dijo.

Niños y jóvenes también hicieron acto de presencia. Jessica Guadalupe tiene 16 años, su caminata le dejó varias marcas en los pies, se quitó los zapatos y se recostó en el piso a lado de otra mujer con las mismas heridas: ámpulas recién reventadas.

Para la joven, vivir la experiencia fue parte de una promesa y de una tradición familiar que viene desde su abuela. Lo que ellas le contaron no se compara con la fe motivadora que ahora ella vivió.

A las 15:00 horas, la Plaza Mariana se llenó nuevamente de fieles, esta vez de la 123 peregrinación al Tepeyac, integrada por hombres también de Querétaro.

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