Llevaban unas horas en el estado, cuando elementos de la Gendarmería destacamentados en la entidad (12 en total) recibieron la bienvenida al estilo Santa María Magdalena: con un intento de robo a tren, el tranvía de Ferromex pasaba por la tristemente famosa comunidad a las 11:00 horas.

El tren ya casi la libraba, estaba a punto de pasar por la comunidad, cuando detuvo su marcha. Un solitario elemento de la Policía Estatal, que se hallaba frente al Centro de Integración y Prevención Social (Cipres IV), que se inauguró en noviembre pasado por autoridades estatales y municipales, interrumpe la conversación cuando recibe un mensaje: Están robando el tren.

Sube a su patrulla y enfila por el camino de terracería paralelo a las vías, para ver más adelante si había saqueo en los vagones del tren. A su paso, de entre casas y milpas, decenas de personas salen “curiosas”.

Algunos grupos de jóvenes, de no más de 25 años de edad, observan el paso de los vehículos. El oficial llega hasta donde se encuentra la locomotora. Verifica que nadie se acerca al tren para tratar de sustraer mercancía. “Trae solo basura, chatarra. No les interesa [a los saqueadores], no les sirve”, dice.

Del otro lado de las vías se mueve una patrulla que escolta a una camioneta blanca de la empresa. Buscan el sitio donde los sujetos dedicados a robar trenes rompieron las uniones de las mangueras de los vagones. Estas mangueras hasta con una piedra pueden ser desconectadas; una vez en ese estado, el tren no puede seguir su marcha. En ese momento los perpetradores aprovechan para robar.

El sol de casi medio día cae a plomo y evapora los pocos restos de agua en el lugar. El olor a estiércol de ganado llena el aire, así como la gran cantidad de moscas alteradas por la mezcla de olores, humedad y calor.

En esta zona de la capital, que no figura en guías de turistas, se registran continuamente robos a los trenes de Ferromex y Kansas City Southern, empresas que utilizan la red férrea para sus negocios de transporte.

La gente se comienza a aglomerar y una mujer, a gritos, insulta al oficial de policía. El motivo: elementos de la Policía Municipal detuvieron a un presunto familiar y se lo llevaron del otro lado de las vías.

Los gritos de la mujer ayudan a calentar los ánimos de los lugareños, que esperan un descuido de la autoridad para lanzarse sobre los vagones, pero esta ocasión tendrá que esperar. Son sólo despojos, basura. No son aquellas motocicletas que se robaron hace un año, o las varillas para construcción, o las llantas que una noche antes fueron hurtadas de un vagón.

El solitario representante de la ley acelera su camioneta ante el temor de ser agredido y estar en desventaja numérica, ante al menos una veintena de sujetos que están cerca de la mujer que pide a gritos la liberación del individuo aprehendido.

Con la boca seca y el sudor en la frente se aleja, temiendo por su integridad. Pide refuerzos ante la situación que cada vez es más tensa.

De pronto, como un fantasma, una camioneta color aqua se desplaza lentamente del otro lado de las vías. Su silueta se alcanza a ver por entre los vagones detenidos. Es una unidad de la Gendarmería. De la caja de la camioneta bajan algunos elementos, mientras que otros lo hacen de la cabina. Portan fusiles de asalto. Apenas ponen pie en tierra se dividen observando en diferentes direcciones.

Al sentirse observados voltean a ver del otro lado del tren, para descubrir al solitario policía estatal. Intercambian información y se retiran cada quien por su lado. El elemento se dirige a donde está la máquina del tren, opuesto a la dirección a donde la gente se junta expectante.

Llegan los refuerzos estatales. Una patrulla, con otros dos integrantes, arriban al lugar. Intercambian nuevamente información, mientras sus frentes se llenan de sudor por el inclemente sol. Una mujer policía espera abordo de la camioneta. Ambos elementos recuerdan algunos hurtos, las motocicletas, el maíz, arroz y azúcar; así como las ocasiones en las que han sido agredidos a pedradas por los lugareños, que ocultos en el anonimato atacan a los uniformados, incluso causando algunas heridas serias.

Los policías regresan al Cipres IV. A su paso, los vehículos son agredidos por un par de pedradas, que no saben de dónde salieron. Cientos de ojos observan el paso de las unidades, que corroboran que no hay nada que pueda interesar a los ladrones en el tren.

La locomotora detenida ya colapsó la avenida Miguel Hidalgo, pues no se puede avanzar debido a que el convoy obstruye la vialidad. No sólo los automovilistas son afectados, también una veintena de migrantes padecen esta situación, pues al ver la movilización policial se ponen nerviosos, temiendo ser deportados. Algunos otros bajan a pedir un poco de agua en las casas aledañas.

Es lo mismo. Juana Torres Luna, habitante de Santa María Magdalena, menciona que con elementos de la Gendarmería o sin ellos las cosas siguen igual en la comunidad, pues los robos continúan. Apenas la noche del pasado domingo se robaron las cámaras de vigilancia del Centro de Salud de la demarcación.

Indica que en la zona hay mucha inseguridad, que no disminuye. “Hace falta que los agarren [los policías a los delincuentes] y los guarden un buen rato”, dice.

Ana Laura Torres, hija de Juana, comenta que “los policías llegan y sólo se quedan viendo, no hacen nada, aunque vean que están robando. A veces los agarran, pero a los dos o tres días salen y andan luciéndose con la multa de 15 mil pesos en la mano”.

Ambas mujeres consideran que lo que hace falta en Santa María Magdalena es trabajo. Eso ayudarían mucho a la comunidad, ya que los jóvenes se alejarían de los vicios; aunque también consideran que muchos ya “le tomaron la medida a las autoridades” y optan por la vida fácil.

Google News

TEMAS RELACIONADOS