El reloj comienza a correr una vez que el semáforo se tiñe de rojo. A partir de ese instante, Fernando tiene 90 segundos para demostrar sus capacidades circenses y obtener de los conductores una moneda que le ayude a solventar sus gastos diarios, aunque el aplauso y la sonrisa de los niños que aprecian su trabajo son su mayor satisfacción, dice.

Con una camisa de rayas horizontales rojas y blancas, un pantalón holgado, un bombín negro y audífonos que entonan su música favorita, se planta en el escenario de asfalto desde las 3:00 de la tarde, cuando el sol azota con mayor fuerza. Silbando música de circo llama la atención de su público para que observen como lanza cuatro clavas hacia el cielo. De una mano pasan a otra después de viajar por lo alto del cielo.

El mejor conocido como Boyce es un joven queretano de 31 años de edad, quien incursionó como malabarista para encontrar un escape de los trabajos ordinarios y una satisfacción personal. Pues para este artista callejero el pararse ante un puñado de conductores desconocidos que le brindan una sonrisa o un aplauso es mucho más valioso que cualquier otra remuneración.

A pesar de haber estudiado la preparatoria, tener conocimientos técnicos en plomería, electricidad y carpintería, Fernando optó por ser su propio jefe para evitar la discriminación de aquellas personas que no aceptan su forma de vestir, sus tatuajes y perforaciones.

“Yo entré a trabajar a algunos lugares, entre ellos empresas serias y anduve así, talleres de carpintería, pero la verdad no se me dio porque ando tatuado, porque traigo expansiones en la oreja es la bronca; me decían que me tapara las orejas, que me tapara los tatuajes, que me pusiera ropa de mi talla, porque aparte me gusta andar guango, la verdad es que te discriminan muy feo”, señala.

Durante cerca de 60 o 70 segundos, Boyce gira un balón en un dedo, lo pasa a un artefacto que se encuentra en sus labios, acto que es alternado con otros seis tipos de malabares que ha practicado durante el tiempo en el que se ha dedicado a este noble oficio. Con el tiempo restante, camina entre los carros, se puede ver a niños que se estiran por darle una moneda, hombres y mujeres que le reconocen su esfuerzo, pero también personas que prefieren no abrirle la ventana y mirar hacia otro lado.

Este es un trabajo que dura entre cinco y seis horas, de lunes a viernes, en el cual puede llegar a ganar hasta 100 pesos por hora, es decir, 600 por día, dos mil a la semana y al mes 12 mil pesos. Aunque depende de cuánta “competencia” tenga, toda vez que los limpia-parabrisas y los vendedores merman sus ganancias.

Este trabajo le ha permitido viajar a la playa, salir con sus amigos, pagar la renta, comer tres veces al día, además de poder comprar gustos personales, así como material para su trabajo, objetos a los cuales llama “juguetes”. Pues para él, el malabar —a lo que se ha dedicado un año— es un juego con el que alimenta su alma.

“No es tanto el dinero, yo me aviento mi rutina y a lo mejor estoy echándole (malabareando) cuando un niño pequeño, al que nadie le dice, aplaude; eso es lo más gratificante. Muchas veces te dan una moneda y te dicen que Dios te bendiga, eso es genial, no es tanto la moneda, es la sonrisa, hasta cuando te salen mal, te dan una moneda para animarte, tiene mucho que ver, eso te motiva. Yo solamente me dedico a jugar y jugar, la verdad es que me ha ido bastante bien (…), siempre me va bien, porque nunca me voy sin un peso”.

Ocasionalmente apoya como chofer de un transporte escolar. Sin embargo, un día del Boyce puede iniciar cuando decida despertarse, no tiene un jefe que le exija horarios, pero su disciplina le pide practicar antes de llegar a su escenario ubicado en Pie de la Cuesta, el cual en ocasiones alterna con colegas, pues “el sol sale para todos”.

Aunque es su propio jefe, Fernando nunca puede faltar a este empleo, pues dejarían de respetarlo aquellos colegas que desean su puesto, ya que hay muchos malabaristas cercanos que buscan conseguir el dinero que él gana.

Además de la inseguridad que representa trabajar frente a un grupo de personas que muchas veces solamente desean que el semáforo cambie de color y puedan acelerar a fondo para llegar a su destino; otra problemática a la que se enfrenta Fernando es la desconfianza de los policías municipales, que constantemente buscan prohibirle que lleve a cabo su trabajo.

Como un intento de comprender a los policías, que también hacen su labor, el Boyce destaca que la molestia de las autoridades se deriva de que hay una mala fama para los malabaristas, la cual se debe a aquellas personas que solamente utilizan las esquinas para drogarse. Sin embargo, le molesta que a pesar de que se conoce dónde están ubicadas tales personas, no sean arrestadas por los elementos de seguridad.

“Aquí han llegado los policías y como me veo algo extremo me dicen que me estoy drogando, aquí llegan me checan todas mis cosas y se dan cuenta que no, sólo me quitan mi tiempo. Muchas veces llegan agresivos y me dicen que están haciendo su trabajo, porque yo también estoy haciendo el mío. La cosa es que hay mucha gente que quema el malabar, como los que se monean (drogan), entonces luego nos quieren quitar”.

A pesar de que en lugar donde realiza malabares con más frecuencia es en Pie de la Cuesta, esquina con Boulevard de la Nación, algunas veces se desplaza a otras zonas de la ciudad como el Centro Histórico, los fines de semana.

En todos estos espacios aprovecha para repartir tarjetas de presentación, pues también hace eventos circenses privados, o bien, agrupaciones lo buscan para participar con ellos, en donde puede llegar a ganar hasta 700 pesos en un día. Gracias a ello, ha viajado por diversas ciudades del estado.

Actualmente, ya tiene su taller de carpintería, pero comenta que no le interesa dedicarse a ello pues considera que es una labor que podrá realizar una cuando se retire de malabarista, lo cual tiene planeado que sea en 10 años. Hoy en día es feliz bajo el sol, jugando con clavas, esferas, balones, esferas, machetes, monociclos y diversos juguetes más, con los que puede llegar a presentar hasta siete espectáculos diferentes.

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