“Si te portas mal, te vamos a mandar al Caminando Juntos”, era una de las amenazas que más provocaban miedo en los menores de edad que se encontraban bajo la tutela del DIF estatal.
El temor que sentían los pequeños al escuchar esta advertencia no era gratuito. La posibilidad de ser trasladados al Caminando Juntos representó durante muchos años una verdadera tortura emocional para los de por sí maltrechos niños que tuvieron el infortunio de sufrir en carne propia algún delito.
Se han hecho algunos cambios importantes, en los aspectos administrativo, operativo, y en la infraestructura, sin embargo, ya no es suficiente. Está claro que las capacidades del albergue Caminando Juntos han sido rebasadas. Los retos y las necesidades no son las mismas desde su apertura.
Este albergue abrió sus puertas hace 23 años, bajo el mandato del entonces gobernador Enrique Burgos García. El paso de los años son evidentes prácticamente en cada rincón del inmueble. A pesar de la “manita de gato” que recibió hace algunos meses, el edificio no logra ocultar su deterioro.
Actualmente el renovado color rosa y blanco —propios de la imagen del DIF estatal— resaltan en la esquina de avenida Universidad y Tecnológico. Ahí se encuentra este sitio que tiene un propósito: recibir a los niños que han sido violentados, paradójicamente, por quienes, en teoría tendrían que cuidarlos y protegerlos: sus familiares.
En la actualidad, son 80 los pequeños que atiende este albergue. De hecho, ésta es su capacidad máxima. Algunos apenas tienen siete meses de haber nacido y otros están cerca de cumplir los 18. El número varía constantemente. Las autoridades dicen que es difícil tener un promedio; lo que sí es cierto es que las condiciones que tienen actualmente no son las mejores.
Cada uno de los 80 niños tiene una historia de dolor. En algunos casos fue papá y mamá; en otras circunstancias sólo mamá; en otras tantas sólo papá y en muchas otras ocasiones algún tío o abuelo, quien perpetró el maltrato. Los delitos van desde la omisión de cuidados hasta la violencia física, emocional e incluso sexual.
Después de la denuncia, viene la investigación por parte de la Fiscalía General del Estado (FGE) y de la Procuraduría de la Defensa del Menor y la Familia. Un largo proceso legal que determinará si el familiar agresor pierde o no la patria potestad y que el pequeño se quede o no, bajo la tutela del DIF estatal.
Mientras eso pasa, la incertidumbre y el desasosiego es evidente en el menor. No sabe qué pasará. Y es que a pesar de todo, no deja de amar, pero tampoco de guardar resentimientos.
“Se nota en su comportamiento, hay pequeños que llegan muy mal por todo lo que han vivido”, dice Rosa María Lugo Hernández, coordinadora del Caminando Juntos, mientras explica el porqué algunos de los muros están rotos.
Las paredes de tablarroca de uno de los salones de usos múltiples tienen rayones y agujeros. Estas han sido testigos de la ira de algunos pequeños por la situación que les tocó vivir. Golpe a golpe intentan olvidar, intentan perdonar.
Por momentos, el ambiente del albergue tiene semejanzas con el de algún centro de readaptación. Los barrotes que protegen los ventanales dan una sensación de encierro, de desesperanza y desaliento.
El olor en algunas áreas, como la de lactantes, es nauseabundo. Actualmente hay ocho; su edad oscila entre los siete meses y los dos años. Ellos son atendidos por personal especializado. Sin embargo, aquí ya nada es suficiente.
La interacción y la mezcla no es lo más adecuado para los pequeños. Hay niños con problemas neurológicos, otros con problemas sicológicos, otros con dificultades físicas y otros tantos con daños emocionales. Todos conviven en un solo espacio, reducido y en algunos puntos, sombrío.
El esfuerzo de los responsables del albergue por mejorar las condiciones es indiscutible. Se han creado diversas dinámicas para atender las necesidades emocionales y físicas de los menores.
Actividades lúdicas, de entretenimiento, deportivas, culturales, terapias ocupacionales, son parte del trabajo diario que se hace con estos pequeños. Sin embargo, en este lugar, ya nada es suficiente.