La fila de comensales que espera una mesa llega hasta la banqueta, donde el personal del valet parking no se da abasto para recibir y traer los vehículos de los clientes de la Menudería Don Martín, antes Cuatro Vientos, que acuden al lugar, no sólo por la cruda, pues también pueden disfrutar de un buen plato de menudo para calentar el cuerpo en estos días de temperaturas bajas.
Para quienes hacen de la noche día y gustan de adorar al dios Baco, este local es una tradición. Es un lugar donde desde las 7:00 horas, aquellos que son de carrera larga y terminan las fiestas cuando los primeros rayos de sol anuncian la llegada del nuevo día, llegan buscando el alivio de una noche de excesos.
Sin embargo, no es sólo eso lo que ha distinguido a este local desde hace poco más de tres décadas, sino que es un lugar familiar, donde se pueden comer de casi todos los antojitos mexicanos que se quieran, con un servicio cordial y a buen precio.
Para ingresar al restaurante, es necesario anotarse en la lista para llevar un orden, pues son muchas las familias que acuden los fines de semana para almorzar algo tradicional.
Dependiendo de la cantidad de personas, la espera puede ser de 10 minutos a media hora, tiempo que a los comensales poco o nada importa, pues lo importante es sentarse a la mesa y comer el famoso menudo.
Ya sentados a la mesa, los comensales, siempre con música mexicana de fondo, pueden seleccionar desde el tradicional menudo, en presentación chica, mediana o grande, hasta sopes y quesadillas, pasando por las tradicionales “kzadoras”, que son de tamaño completo, y que en otros lugares son conocidas como “machetes”.
También se pueden pedir chilaquiles, barbacoa, huevos al gusto, flautas, molletes, tostadas, todo preparado al momento. Para beber, hay desde un aromático café de olla, cuyo olor siempre llena el lugar, siendo de las bebidas favoritas de los asiduos a Don Martín, hasta jugo de naranja, refrescos, aguas de distintos sabores, clamato y té.
Ahora que si el cliente quiere algo que le “asiente el estómago”, para eso están las cervezas, micheladas, cheladas y la especialidad de la casa: la martiniana, mezcla de cerveza, clamato, jugo de limón, salsa inglesa, salsa tabasco y sal. Una delicia, dicen quienes la han probado.
En la mayoría de las mesas hay familias compuestas por un par de adultos, en ocasiones son los papás y la abuela o abuelo, junto con dos o tres niños. Para los más chicos hay menús infantiles, por aquello de los sabores picantes de los platillos.
También grupos de amigos que se reúnen para desayunar, luego de una semana de trabajo. Aunque predominan las familias.
Los meseros van y vienen por todo el lugar con las comanda de las diferentes mesas. Las ollas con los diferentes platillos vaporizan, haciendo que el clima interior sea más cálido que el de la calle, donde la temperatura ronda los 10 grados celsius.
“Dos menudos medianos, uno grande y dos menús infantiles”, se escucha de una mesa cercana.
“De tomar ¿qué les servimos?”, dice la mesera, “dos cafés de olla y una michelada, por favor”, responde la mujer que ordena por toda la familia.
Las órdenes no tardan mucho en ser atendidas, salvo en el caso de los sopes, quesadillas y kzadoras, que al ser preparadas el momento tardan un poco en su cocción.
Los platos de menudo llegan vaporizando a la mesa. También llega un recipiente con tortillas, hechas a mano por un puñado de mujeres que no paran en la cocina de trabajar, en una especie de coreografía, todos sincronizados, para evitar una quemadura con los líquidos que llevan los platos.
La vajilla es un tema aparte en Don Martín. Todo se sirve en utensilios de barro, desde los jarritos donde se sirven los cafés de olla, hasta los platones donde llegan las “kzadoras” con su queso derretido, que se pega a las tortillas y que a veces sale por las orillas de la misma.
En otra mesa, una pareja joven, sin hijos, pide dos sopes, jugo de naranja, café y unos puerquitos de piloncillo. Estos últimos, se ofrece a manera de postre, aunque también hay empanadas, panquecitos buñuelos, pastel, flan, brownies y helado para completar un buen almuerzo.
El frío decembrino hace que una de las bebidas más socorridas sea el café de olla, cuyos jarritos van y vienen de una mesa a otra. Sí, hay algunos valientes a quienes el frío no les asusta y piden su cerveza.
Conforme se desocupan las mesas se vuelven a llenar, dando apenas tiempo a los meseros de dar un “trapazo” a los manteles, para que vuelvan a quedar presentables para los siguientes clientes, quienes esperan ansiosos el momento de ocupar la mesa, aunque no se sabe si es por el frío que cala en la entrada del lugar, o por el ataque de hambre que padecen los integrantes de la familia que está por pasar.
Hay algunas personas que cuando ven la fila afuera del lugar deciden no quedarse, pues la espera ese día en especial es grande. Hay mucha gente, y por más que los meseros redoblen esfuerzos para atender a los comensales, la cantidad de pedidos hace que el servicio no sea tan rápido como quisiera don Martín, fundador del local, en la década de los 80.
Es un día atareado para todos en la añeja menudería. Clientes van, clientes vienen, comandas se surten, se pagan cuentas, se recogen propinas y se limpian mesas.
Se recogen platos y mientras unos clientes satisfechos abandonan el local, con la firme promesa de regresar pronto, nuevos comensales entran “con un hueco en el estómago”, dispuesto a llenarlo con “un menudito surtidito, grande, por favor”.