Caminaba por las calles de la ciudad pensando si hoy la música es lo que solía ser, un punto de fuga para las emociones y sentimientos o una ventana para difundir las ideologías de una sociedad ante los cambios que el siglo XXI trae consigo en esta revolución de los likes y no likes.
Sin darme cuenta, y de verdad no sé cómo, terminé caminando en el callejón que separa el antiguo estadio municipal del Gómez Morín, cuando de repente comencé a escuchar “El Son de la Negra”, sonido que provenía de las cuerdas de un violín.
La imagen que dibujé en mi mente era de la un mariachi, pero de un mariachi en el que por lo menos tres músicos comenzarían a tocar con todas las de la ley esta canción del folclore mexicano, y no la de un solo integrante que con estuche al piso, recibía algunas monedas de los paseantes de este callejón, a veces, mal oliente.
Pensé: ¿qué hace este cuate tocando su violín bajo el rayo de sol y vestido con su traje típico? No me quise quedar con la duda, así que me acerqué a él durante una pausa que hizo mientras trataba de refrescarse con un trago de agua, que al parecer llevaba mucho tiempo a la intemperie.
Antes de iniciar la charla pensé que a lo mejor está esperando al resto del mariachi, mientras se echa un palomazo, pero me cayó la boca luego de mi primer pregunta.
¿Qué hace usted aquí?, le pregunté, su respuesta fue contundente, lo habían corrido del mariachi en el que trabajaba, dije ¿cómo es que te corren de un mariachi?, dijo que tenía un trabajo, pero que su esposa tenía un embarazo de alto riesgo y tuvo que separarse del grupo para atenderla junto con su familia pero cuando intentó regresar al grupo, ya estaba ocupado el puesto.
El mariachi es un trabajo exigente, exageradamente exigente, señaló.
Sin duda este tipo de situaciones se viven en todo tipo de empresas y de grupos musicales, pero me cuestioné el por qué no se acercó a otro mariachi que le diera trabajo, y tal parece que este músico, además de tocar el violín, también lee la mente porque me adivinó la pregunta.
“Me vi sin empleo y con un instrumento en la mano, y decidí hacer otras actividades en la que ya no tuviera un sueldo y pudiera buscar una propina de parte de la gente". En mis pensamientos surgió la pregunta: ¿de eso vive y le da para mantener a su familia? ¡No lo creo! Sin que dejara expresar mi pregunta, me mató su respuesta sincera.
“La gente me responde bien, la gente me llega hasta a consentir, queda muy complacida con mi trabajo y yo quedo muy complacido con sus apoyos”, dijo mientras yo trataba de ver cuánto dinero había en ese estuche de violín, y pues tal parece que hasta ese momento lo habían apapachado bien, traía más que yo en la bolsa de pantalón.
Aún incrédulo de lo que me contaba, me dijo que aunque el mariachi es un trabajo que exige mucho, prefiere hacerlo por su cuenta, pero lo que más me sorprendió fue que este músico se da el tiempo para estudiar, al oír eso pensé que estudiaría en una escuela abierta o sería autodidacta, pero creo que me vio la cara de duda y volvió a matar la pregunta.
“En las noches me doy la oportunidad de estudiar, ya no a hacer música como tal, sino a hacer técnica y desarrollar una mejor ejecución”, pero lo siguiente que me dijo me sorprendió más: “No aspiro a quedarme en una plaza de mariachis, mi plan es algo más allá de estar en México, y es que dicen que el mariachi es muy cotizado fuera de nuestro país, pero no quiero dejar el país sin ser un músico más preparado”, señala el músico.
Y con más ganas de quitarme lo incrédulo me dijo que sus clases las toma con la maestra Carolina Flores de la Orquesta Filarmónica de Querétaro, y con otros músicos queretanos toma clases de solfeo, arreglo y composición.
Una de las dudas que tenía era la de por qué estaba en este callejón y no en las calles del centro de la ciudad, a lo que David, como dijo llamarse, no fracasó en seguir sorprendiéndome con sus respuestas.
“Una, escucha, aquí no hay ruido, y puedes ejecutar una expresión cultural sin ningún distractor. Dos, la gente que está en el centro es muy lastimada, la gente que quiere tocar un instrumento y lo hace, lo hace para pedir a los que pasan, y eso a mí no me gusta, la gente debe acercarse, debemos de convencer al público con música.
“Yo odio pedir, porque si pido eso si me vuelve un limosnero, toco en las plazas públicas pero nunca pido”, señala.
Las calles sin duda se han vuelto un generador de historias y cada minuto surge una nueva. David al contarme una de sus anécdotas se le quiebra la voz, sus ojos se mojan y derrama lágrimas discretas, nunca había visto llorar a un mariachi, y es que cuando alguien pide una canción, no sabe que hay detrás de esa solicitud.
“Hay una escena que me llena de nostalgia. Es el caso de una abuelita en silla de ruedas [se tapa la boca, la mirada se pierde]. Me dijo que su esposo está en el cielo pero se casó con esta canción”. Ya no pudo contener las lágrimas cuando me dijo que la canción fue la de “Mi linda esposa”.
David dice que prefiere tocar estas canciones que evocan recuerdos y provocan lágrimas a tocar “El Mariachi Loco”, y prefiere tocar el violín a tocar una computadora, a pesar de ser ingeniero en computación.
“No pondría un ciberchangarro por dejar de tocar el violín, no me veo haciendo eso, no me atrevería”. Le cuestiono qué pasaría si por necesidad económica tuviera que vender o empeñar su violín.
“No, porque yo sin el violín no soy nada, absolutamente nada, voy a cumplir casi 50 y no podría conseguir trabajo en ningún lado”, contesta mientras me sorprende mirando fijamente el violín.
Casi todas las dudas me fueron resueltas, así que me fui y le deseé lo mejor, esperando que su sueño de tocar en Panamá se cumpla, porque dice que el país canalero ama y adopta como propios a los mariachis.