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Chocan pasión por la fiesta brava y la defensa animal

Chocan pasión por la fiesta brava y la defensa animal
29/07/2016 |00:44
Redacción Querétaro
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Desde hace tiempo el debate sobre la tauromaquia se ha vuelto más controversial. Uno de los principales argumentos de quienes la defienden es que se trata de una actividad de carácter cultural y tradicional, que de hecho sirvió como inspiración para manifestaciones de arte como la pintura y escultura, siendo inmortalizada por los renombrados personajes Picasso, Botero y Goya, o como en el caso de Bizet, quien utilizó redobles taurinos en alguna de sus obras.

Sin embargo, a estas alturas la discusión no se debe centrar en si la tauromaquia es aún considerada como arte, cultura y/o tradición para un grupo de personas o en los países que aún es ejercida (de 206 naciones, sólo se practica en ocho), ya que a lo largo del mundo existen plazas abandonadas o que han sido modificadas para su uso en diferentes actividades, mostrando un avance en la sociedad actual que, de hecho, en su mayoría, rechaza el maltrato animal como forma de diversión, y que se pronuncia —cada vez más— por la implementación de leyes para su defensa.

Ahora, enfoquemos el punto central de nuestro debate: ¿Es la tauromaquia una actividad viable en nuestro mundo actual? ¿Se ajusta a la construcción de una sociedad más empática y respetuosa con las otras especies, con el medio ambiente?

Recientemente, en nuestro país se logró un avance significativo en materia de defensa animal de los no humanos, al prohibirse a nivel federal el uso y explotación de animales en los circos, lo que hace que nos cuestionemos si una actividad que también usa, explota, y cuyo fin es de hecho llevar a la muerte a un animal con similares características (mamíferos con sistema nervioso central) a los utilizados en los circos, debería también ser prohibida.

Existen diversos estudios siquiátricos, como los del FBI, avalados por instituciones internacionales, que hablan de la crueldad que se comete en contra de los animales y su estrecha relación con otras manifestaciones de violencia o incluso sicopatías, esto aunado a la reciente recomendación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) emitida a los gobiernos de distintos países —incluyendo el de México—, en la que solicita que a niños, niñas y adolescentes se les retire de las corridas, ya que se trata de una actividad de carácter violento; asimismo, de las llamadas escuelas taurinas (en las que a niños y niñas desde la edad de 6 años se les instruye en “el arte de matar a un ser vivo”), al ser considerada una de las peores formas de explotación infantil.

Lo anterior nos debe llevar a la reflexión y a cuestionamientos como:

¿Por qué dicha actividad aún sigue vigente en nuestro país? ¿Por qué el gobierno se niega a cumplir las obligaciones que tiene al ser parte de tratados internacionales, en este caso el de la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN) de la ONU?

¿Por qué, pese a un rechazo de una gran parte de la sociedad, se llevan a cabo “declaraciones como patrimonio cultural” en los Congresos locales, sin que se cumpla con los procesos estipulados para ello? Esto, a pesar de que los propios institutos estatales de Cultura marcan las pautas para llevar a cabo dicho tipo de declaraciones, mediante las que se permite a los gobiernos de dichos estados de la República asignar recursos del erario público a la promoción y difusión de esta actividad, lo que dado el contexto de violencia que vive nuestro país resulta paradójico: que se promueva una actividad ampliamente criticada por la violencia que conlleva no sólo por personas contrarias a la misma, sino por organizaciones de talla internacional, y que dichos recursos asignados puedan ser canalizados a programas que realmente beneficien a la sociedad.

Por lo expresado anteriormente, es que el debate sobre la tauromaquia debe girar en torno a lo moral y a lo ético, y que nuestros esfuerzos se deben centrar en la construcción de un tejido social sano que tenga como objetivo erradicar cualquier tipo de manifestación de violencia, toda vez que éstas están íntimamente ligadas unas con otras.

Activista por los derechos animales humanos y no humanos.