Sol, cansancio, hambre y sed, son los únicos regalos que obtienen hoy niños de la calle.

Los menores pasan hasta 12 horas al día, en los cruceros, banquetas y plazas del Centro Histórico, limpiando cristales de los autos, haciendo malabares o vendiendo chicles. Más allá de estar con sus padres o recibiendo educación, no tienen otra opción más que trabajar.

En un recorrido por las principales calles y plazuelas del primer cuadro del Centro Histórico de Querétaro se pueden llegar a contar hasta 7 grupos de niños que van de los 4 a los 16 años, todos ellos trabajan de una u otra forma. Uno de ellos, Alexis, labora en la avenida Pasteur y Zaragoza. Originario de Toluca, Estado de México, lleva 5 meses en Querétaro junto con su hermano mayor. Ellos se fugaron de su casa. Optaron por estar en la calle, luego de ver cómo su madre padecía la violencia familiar.

—¿Cómo llegaste aquí?— se le cuestiona.

—Pue en camión. Me vine junto con mi carnal, nomás que él está allá arriba— responde el pequeño.

—¿De donde eres?— se le cuestiona a Alexis.

—Venimos de Toluca, tenemos unos cinco meses.

De acuerdo con Alexis, en su pueblo no hay mucho que hacer, y su hermano lo convenció de venir a Querétaro, con la ilusión de trabajar en la Feria Internacional Ganadera, que se realiza en el mes de diciembre, cuando ellos llegaron a la entidad.

Sin embargo, el trabajo duró unos días, mientras vendían churros y elotes, por lo que su intención era irse a bordo del tren a la frontera y así ‘brincar’ a EU, donde tiene una hermana.

Finalmente decidieron quedarse y trabajar aquí de lo que fuera; señala    que su sueño es estar con su hermana, quien asegura tiene mucho dinero. Alexis asegura que por ahora no sufren, pues con lo que sacan les alcanza para comer y ahorrar de nuevo, pues lo último se lo quitaron supuestamente policías municipales cuando los revisaron mientras pernoctaban en un puente cercano a plaza de Las Américas.

—Lo que teníamos, como mil 500 nos lo quitaron unos policías, con eso queríamos irnos mi hermano y yo; tenemos que juntar de nuevo. Como Alexis, otra jovencita dice que también quiere contar su vida: a sus 13 años se mantiene intoxicada con pegamento de PVC inhalado.

Ella, quien no quiso decir su nombre, dice ser originaria de Amealco; decidió separarse de sus padres que venden artículos en la Cruz, para estar junto con su nueva familia, que son sus amigos.

—¿Qué es eso que traes ahí en la mano?— se le pregunta

—Pues una mona— responde la menor.

—¿Estas embarazada?

—Simón— responde la niña mientras sonríe.

Para ella, la educación que alcanzo no le dio ni siquiera para conocer los medios anticonceptivos, pues solo estudio hasta tercero de primaria.

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