Luces que se prenden y apagan, puertas que se cierran, siluetas y sonidos en oficinas donde no hay nadie, vivió el personal que trabaja en el Congreso del estado cuando su sede se ubicó en 5 de Mayo y Casa Mota, aunque en el actual edificio también se tienen experiencias que escapan a toda lógica.

La mayoría de las edificaciones del Centro Histórico de Querétaro guardan secretos al interior de sus muros por su antigüedad. El edificio de 5 de Mayo, conocido como Portal Quemado, según información del Congreso local, se construyó entre 1750 y 1760; su último uso fue vecindad, antes del gobierno de Rafael Camacho Guzmán, que compró el edificio y lo dio al Poder Legislativo.

Francisco Dufóo Mendoza, supervisor de Logística y quien trabaja en el Congreso desde 1990, narra que, además de una vecindad, ahí también tenía sus instalaciones el diario Amanecer, que ocupaba el espacio de la antigua Sala de Pleno.

“Cuentan que en la parte de arriba, donde estaba la Junta de Concertación, era un cuarto de vecindad y vivía una pareja. El tipo mató a la señora y tenía a su amante viviendo en la parte de abajo, en otro cuarto de la vecindad”, explica.

Indica que lo curioso es que en la oficina de la Junta se prende y apaga sola la luz, algo que hasta la fecha pasa: “Si están prendidas, les apagan la luz, y las manijas, que son antiguas, al querer abrir las puertas están trabadas, como si tuvieran llave, cuando nadie las cierra de esa manera”.

“Un día que estaba con Maricela Mendoza, que era la secretaría de Jaime García Alcocer, entonces presidente de la Junta, estábamos platicando y estaba la luz apagada. De pronto se prende la luz. Le dije: ‘Reporta a mantenimiento porque se prende la luz, tienen un falso contacto’. Me respondió: ‘Ya me ha pasado en varias ocasiones’. Fui a querer abrir la puerta para entrar y apagar la luz y no se podía abrir, estaba trabada. La jalo, nada, estaba atorada como su tuviera llave”, apunta.

Luego de varios intentos pudo abrir la puerta que parecía estar con llave, a pesar de que nadie tenía porqué hacer eso y de que nadie podía.

Francisco dice que otra experiencia fuera de lo normal era cuando le cambiaban la música de su computadora. Explica que le gusta trabajar con música para relajarse y, por lo regular, hace una selección de melodías tranquilas.

Señala que si por alguna razón lo mandaban llamar ponía pausa a su selección musical para escucharla al regresar, pero cuando volvía y la reanudaba, ya era otro género el que estaba en reproducción.

Precisa que era música que “tengo en mi computadora para atender los eventos y me la cambiaban por música grupera, norteña o mariachi, que sí la tengo, pero que no escucho sistemáticamente para cualquier cosa que se necesite. No sabemos porque nos la cambiaba”.

Narra que, hace muchos años, un fotógrafo tomó una imagen en las escaleras del edificio cuando no había nadie, pero donde ve la sombra de una persona.

Comenta que muchos de sus compañeros de trabajo vivieron experiencias fuera de la lógica, uno decía que escuchaba voces en la sede legislativa.

Indica que cuando encontraron a una mujer muerta en la cisterna del Congreso del estado, en 2004, la actividad paranormal no aumentó, pese a que su oficina estaba a 10 metros de la suya.

El caso llamó la atención a nivel nacional, pues por varios días el personal del Congreso usó el agua de la cisterna para sus actividades diarias, como lavarse la manos e incluso los dientes, hasta que notaron un olor desagradable.

Agrega que en la actual sede del Congreso un vigilante, de la empresa de seguridad privada que se contrató antes de entregar el edificio, le comentó que había visto a una niña corriendo en el segundo piso, sin que se pueda explicar la razón por la cual se observaba el fenómeno.

Menciona que en Casa Mota, en la calle de Madero, algunos de sus compañeros de trabajo decían que espantaban, pero no vio nada extraño. “Yo soy creyente. Creo en el cielo, el infierno y el purgatorio. Para mí, son personas que están en el purgatoria, que no llegan a donde tienen que ir y se quedaron aquí, o se niegan a morir, o están pagando algo, o busca que alguien le ayude a terminar lo que no hizo”, sostiene.

Recuerda que hace muchos años trabajó en el municipio capitalino y una vez que se quedaron a trabajar tarde en el edificio de la calle Reforma 45 se escuchó un ruido muy fuerte y en el baño sintió una mano sobre su hombro, pero no había nadie. La misma experiencia se repitió 15 días después, pero en esa ocasión pidió a la entidad que si le iba a decir algo, fuera “medio dormido”. “Soñé a una mujer que me decía donde había una vasija con monedas, pero no podía tumbar el muro, porque no era mi casa”, apunta.

El niño. Liliana Zamora Sánchez, asistente de eventos y quien tiene 19 años de labor en el Congreso local, platica que durante muchos años trabajó en el edificio de 5 de Mayo, donde tuvo diversas experiencias.

“En 5 de Mayo me tocó estar en el tercer piso y lo que nos sucedió en una ocasión, durante una de esas sesiones maratónicas que duran hasta las cinco de la mañana, estábamos varios compañeros platicando, cuando se movió la manija de una puerta. Todos lo vimos, pero nadie dijo nada y seguimos platicando y de pronto escuchamos otra vez la manija, pero más fuerte. Nos asomamos a ver si había alguien, pero en ese instante se volvió a mover la manija, y patitas para que las quiero. Todos bajamos corriendo”, recuerda.

En otras ocasiones, dice, a quien era su jefe lo “encerraron” en su oficina; además, en los baños se escuchaba que jalaban la cadena, aunque tras verificar veían que no había nadie en el sitio.

Algunas veces escuchaban un silbido muy lejano, similar al que hacia un compañero suyo, pero no era quien lo hacía, ya que su sonido era especial.

Narra que un día llevó a su hija Isabela, de cuatro años de edad, y la subió a un entrepiso para que viera televisión. De repente, la pequeña bajó diciéndole a alguien que ya no le hablara y la dejara. Cuando le preguntó con quién discutía, le respondió que con el niño que estaba en el entrepiso y que todavía frente a la oficina la estaba molestando.

“En una ocasión, en 1999, 2000, estaba mi compañera Lupita Uribe, cuando todavía existía Gestoría y Quejas, atendiendo a una señora que llevaba a un niño que estaba jugando, y quien regresó con un juguete. Cuando se fueron le ordenó que dejara el juguete, pero le dijo que no, que era suyo, que se lo había dado el niño que estaba en el piso de arriba”, ahonda.

Ernesto Rodríguez, auxiliar de Logística en el Congreso, explica que cuando su hija era pequeña decía que veía a su tío Manuel, hermano de Ernest y a quien no lo conoció.

Incluso, recuerda que la menor platicaba con su tío Manuel y a la fecha su vástaga se acuerda de las visitas que le hacía el hermano de su padre, a pesar de que no lo conoció y que murió a pocos meses de que ella nació.

Los tres trabajadores coinciden en que las experiencias narradas son evidencia de que hay algo más allá del entendimiento humano, y que la vida no termina con la muerte y, quizá, sólo quizá, haya algo más del otro lado.

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