Manuel Elizondo trabaja desde hace un año en el panteón de Hércules, pero en los panteones del municipio lleva 20 años, en un trabajo tranquilo, donde sirve a los deudos y a los difuntos, teniendo arreglado y en buen estado en lugar de descanso eterno de quienes ya pasaron a otro nivel de existencia.

Manuel señala que los estudiantes de la Escuela de Artes y Oficios de Querétaro en ocasiones suelen ir al panteón a estudiar o leer, por la tranquilidad que ofrece el camposanto.

El cementerio de Hércules es pequeño. Es un panteón típico de un pueblo chico, donde las tumbas se encuentran muy pegadas, donde ricos y pobres, sin importar lo que hayan poseído en vida, descansan para toda la eternidad.

Los árboles añejos dan sombra a las tumbas y una capilla en la parte alta del panteón ofrece un espacio para los dolientes que quieren velar unos momentos más a sus difuntos. En ese misma capilla se oficia misa el Día de Muertos.

Don Manuel se encuentra en plena faena. Corta la hierbas que invaden las tumbas, retira las flores marchitas de los floreros, así como la basura que se acumula a los alrededores.

Dice que en unas semanas más iniciará con la aplicación de pintura en el panteón, como parte de los preparativos para Día de Muertos, fecha en la que más queretanos visitan los ocho panteones municipales.

Indica que actualmente en el panteón de Hércules su trabajo se limita a actividades de limpieza, pues en otros cementerios sus actividades incluían cavar las fosas y apoyar a los deudos a sepultar a sus difuntos.

“Aquí en este panteón tengo poco, pero tengo 20 años en diferentes panteones, porque son ocho panteones municipales. Aquí tengo un año. Antes estaba en el de El Cimatario, donde estuve 15 años. En San Pedro Mártir, cuatro años”.

Explica que en el panteón de Hércules los familiares hacen el servicio de sepultar a sus familiares, mientras que en los otros panteones los trabajadores hacen el servicio, y sus actividades se limitan a dar mantenimiento al panteón.

“Tengo mucho tiempo trabajando con el municipio. Anteriormente de trabajar aquí, estaba con unos ingenieros del mismo municipio. Ya entre el trabajo de albañilería, que ese es mi trabajo, me dijeron que había trabajo y estoy como albañil”, explica.

Los panteones, por tabú o temor a la muerte, son sitios que no están entre los favoritos de la gente, pero para Manuel son lugares tranquilos, donde no hay nada que temer.

“Los que estamos más enterados de lo que es esto de la vida y la muerte, como que dice uno que lo mismo es atender a una persona que ya falleció que a una persona que está viva. Al final de cuentas, todos somos seres humanos. Eso es lo que me motiva más a mi, de ayudar a las personas en esos momentos difíciles”, abunda.

Narra que cuando trabajaba en los cementerios de El Cimatario y San Pedro Mártir, sí colaboraba en la excavación de tumbas y sepultura de los difuntos, pero en Hércules, por tradición y al ser un cementerio chico, las mismas personas llevan a cabo esas tareas.

“Normalmente en estos panteones ya no cabe un alma más aquí. Normalmente cuando llega a fallecer un familiar de quienes tienen difuntos en el panteón, normalmente se les autoriza el mismo lugar. Exhuman los restos que tienen aquí y sepultan el otro cuerpo que va llegando. Pero los habitantes ya tienen la costumbre de que ellos mismos hacen todo el movimiento”, comenta.

Sin embargo, dice que cuando pueden ayudar en algo a las personas en esos momentos de dolor, lo hacen, aunque por lo regular son los mismos deudos los que se encargan de llevar a cabo todo el trabajo, por lo que algunas ocasione se limitan a cavar un poco o al prestarles herramientas.

Asegura que durante 20 años como empleado de panteones ha visto escenas dramáticas, que no son nada agradables, pues todas esas experiencias han sido difíciles, por lo que se tienen que “meter” en el dolor ajeno y apoyarlos en lo que se puede, que es ayudarlos en la medida de su posibilidades para remediar la pena por la pérdida del ser querido.

Recuerda que a lo largo de dos décadas trabajando en panteones le han quedado grabadas algunas escenas de entierros, donde el difunto era tan querido por algún familiar que fue difícil que se fuera del camposanto.

“No se quiere ir, y lo dejan, hasta que se desahoga y ya por fin se va. Se quedan horas. Por ejemplo, empezamos a sepultar a las nueve de la mañana, son las cuatro y apenas se empiezan a retirar, de tan fuerte que es el dolor. No es fácil dejar al familiar y vámonos”, agrega.

Sobre las historias de fenómenos paranormales en los panteones, Manuel asegura que son mitos de que espanten en los panteones, pues él ha sido también velador de panteones y nunca ha visto algo anormal.

“Son mitos de nuestros abuelos, de nuestros familiares antiguos. Ellos [los muertos] que Dios los recogió, ya ni modo. Le digo a todo el mundo: Para que tú estés consciente de que no espantan, porque el muerto sí, está, pero que te espanten… si no crees en Dios, vas a creer en mil cosas, pero si estás con Dios, la tienen totalmente librada”, puntualiza.

Manuel, padre de tres hijas, toma su carretilla donde lleva toda la maleza que retiró de las tumbas, sigue con su trabajo, en silencio, rodeado de quienes duermen el sueño eterno, a quienes no hay que temer, pues “para maldad están los que comen y respiran”.

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