Elsa Jiménez Martínez, con insuficiencia renal, desde hace un año ha visto como su salud se deteriora, pues en la clínica donde le hacen hemodiálisis el personal no sabe cómo realizar el procedimiento, a tal grado que ella les ha explicado.
Pide a autoridades de Salud ser más conscientes y humanos “porque somos personas, no somos un número, no somos una cantidad de pesos, somos humanos y que nos traten como humanos. Que ya se fue un enfermo, bueno, era un enfermo terminal. No somos enfermos terminales. Ahí hay mucha gente que ya se fue y que tenían años con hemodiálisis”.
Con cinco años con el mal, indica que desde hace un año fue transferida a Clínicas Periféricas y Ambulatorias S A de C V. Narra que en la otra clínica donde le hacían las hemodiálisis el personal era profesional y nunca tuvo problemas, ni de maltrato ni de salud.
Elsa, de 63 años, afirma que desde hace un año su salud se ha deteriorado, al punto que ha tenido que usar andadera, cuando antes, a pesar de su enfermedad, no tenía grandes problemas físicos. “Como yo sabía bien cómo debían de hacerme mi hemodiálisis, cuando entré a esta clínica me di cuenta que las personas no sabían. Tuve que instruirles cómo me tenían que conectar”.
Apunta que en la anterior clínica le pusieron un cateter, pero le querían poner un parche en el pecho a pesar de que su piel es más delgada por su edad, por lo que pueden provocarle lesiones en su cuerpo, lastimándola más.
“En la otra clínica, que está más avanzada, ya nos ponen unos tapones, para que no haya infección, sin necesidad de poner parches. Pues el doctor se enojó, (un médico al que identificó como Luis Miguel, pero sin recordar el apellido) y me dijo que esta clínica se usa parche, es la política”, recuerda.
Añade que encaró al galeno y le subrayó que le habían dicho que estarían mejor, pero el tratamiento deja mucho que desear, además de que las medidas higiénicas no eran las adecuadas.
Acompañada de su hijo y su nuera, Elsa, quien toda su vida ha sido ama de casa, dice que ahora no puede hacer nada, indica que desde el inicio vio muchas deficiencias en el personal médico del lugar. “Llegué a preguntarles si eran enfermeros y respondían que sí, que tenían una especialidad en Nefrología, se supone; todos vienen de Chihuahua, donde dicen que tiene más clínicas el dueño de la que está en Querétaro”.
Entre enojo y consternación, narra que aprendió cómo debían atenderla porque en la anterior clínica veía cómo preparaban a los enfermeros cuando recién llegaban y qué tipo de capacitación les daban. “Mis posibilidades económicas no son para regresarme a Santa Carmen, que es donde iba. No tengo para pagar mil 200 pesos por sesión, son tres sesiones a la semana y no puedo hacerlo. Estoy en esta clínica, pero siempre con mucho miedo”.
Agrega que toda esta semana ha salido mal de las hemodiálisis, con la presión baja, además de que no le controlan el peso, la cantidad de agua que le tienen que sacar, pero no hay nefrólogos que puedan controlar esta situación. “En la otra clínica teníamos nefrólogo, nutriólogo y psicólogo cada mes. Acá desde que entramos no hay nadie que nos diga qué hacer. Yo me guió con lo que me vine de la otra clínica, y es lo que me ha mantenido”.
Incluso, dice que el doctor que la trata, el mismo que quería ponerle un parche, dejó de hablarle un mes, sin tener ética profesional para atenderla, sólo porque ella le comentó lo de su piel delicada. Alguna ocasión, apunta, le dijo al doctor que se sentía mal y la mandó al Seguro Social, pero ella dejó de atenderse ahí porque le dan citas con especialistas muy espaciadas, por lo que sólo recurre para conservar las hemodiálisis, pero a consultas va al Hospital General.
Incluso, añade, que personal del IMSS, cuando llegan a quejarse del servicio de la clínica subrogada, les han dicho a los pacientes que no se quejen, que al cabo son enfermos terminales. “Hay gente que tiene 11 años hemodialisándose, 16 años. Eso no es ser un enfermo terminal, eso es un año, año y medio, pero si duran 16 años, no lo son”, acota. Dice que desde que comenzó a tratarse en esa clínica su vista, sus piernas y en general su estado físico se ha visto afectado.
Su hijo, Jorge Prado, explica que su madre padece neuropatía renal, enfermedad donde las toxinas de la hemodiálisis le atacan los nervios, lo que hace que le duela el cuerpo, que sienta piquetes, comezón o a veces le afecta la digestión, pues a veces padece diarrea o vómito. Asimismo, la presión arterial tiene fluctuaciones, lo que le impide hacer sus actividades diarias. Con lágrimas, afirma que está en esa clínica por necesidad, pues no tiene los recursos necesarios para acudir a otro lugar a tratarse o hacerse la hemodiálisis.
El abogado de algunos pacientes y familiares de personas con insuficiencia renal, Santiago Isaac Mendoza, dice que originalmente representa a nueve personas pero inició con 11, aunque en este periodo ya fallecieron dos. Precisa que hay juicio de amparo contra el servicio de la clínica y que está en trámite con Arturo García, encargado o titular del Área de Orientación al Derechohabiente en el IMSS Querétaro.