Durante toda su vida Lucy ha sido una mujer de negocios, y desde hace nueve años se desempeña como taxista. Antes de ser conductora de una unidad fue secretaria, obrera, repartidora de comida, de volantes y hasta trabajó en algo relacionado con mantenimiento industrial. Siempre ha sido creyente y todos los días se encomienda a Dios.
De piel morena y cabello negro que por poco le roza la cintura, hace una parada técnica en un establecimiento de comida ubicado sobre avenida Corregidora, poco antes de llegar a Plaza del Parque.
Aprovecha la escala para almorzar algo, pero también para hacer negocio con las encargadas del establecimiento, a quienes desde hace tiempo vende ropa.
“Le he hecho a mil cosas. Si algo le agradezco a la vida es la madre que me dio, porque siendo una persona que no pudo terminar estudios más allá de cuarto año de primaria, al encontrarse sola ante la vida y con siete hijos, le hizo a mil cosas. Con ese ejemplo no te queda de otra más que entrarle”, sostiene.
En determinado momento Luz del Carmen Espitia se enfrentó a la vida con un hijo de 9 años, embarazada de una niña y sin un trabajo fijo, encontrando en el volante una opción para sacar adelante a su familia.
Es secretaria de profesión, pero su madre le enseñó que si no se puede por un lado se intenta por otro.
“Decía mi mamá que mientras el trabajo sea honrado, no hay ningún problema. Yo era secretaria de profesión. Me retiré porque soy madre soltera, mi hijo tenía tres años y requería atención. Me retiré de las oficinas e inicié mi propio negocio de ropa. Afortunadamente y a Dios gracias me fue muy bien, pero fallece mi mamá y es donde me encuentro sola ante las situaciones. El hecho de tener a mi mamá me fortalecía”.
Lucy, como le dicen sus conocidos, tiene dos hermanos que son taxistas, y a través de uno de ellos tuvo su primer acercamiento con el oficio. Se enteró que una persona que era taxista y tenía a su cargo la distribución de comida de un restaurante de comida necesitaba apoyo con el reparto, lo cual se le facilitó por que podía traer a su hija consigo. No obstante, tiempo después dejó la actividad debido a que la persona se enfermó.
“Es increíble el cómo te pueden complicar la entrada los hombres a su núcleo. Lo protegen cañón y te cuartan demasiado. Los compañeros me empezaron a mandar como de cojín”, refiere.
Recuerda que poco después de entonces algunas conocidas intentaron armar un grupo de mujeres taxistas, aunque nunca se concretó nada, más que ella no tenía trabajo. De las asambleas para conformar el grupo de taxistas conoció a quien sería su jefe por cuatro años, el dueño de un taxi en el que se subió de lleno por primera vez.
“Él sabía que estaba sin trabajo y me dio su carro para fines de semana. Te he de ser honesta. Me encontré con que un compañero vivía en una colonia que en la vida había yo ido y lo fui a dejar a las 5 de la mañana. Me sentía perdida en el mundo. Afortunadamente traía radio el carro y empecé a decir SOS. Los compañeros se rieron de mí pero fueron a apoyarme. Hay grupos a los que te unes y te están monitoreando a través del celular, del radio y así”. Esa sería la primera de muchas anécdotas.
A la distancia le ha crecido el gusto por el oficio. Llega un momento, dice, en el que te vuelves hasta psicólogo; los pasajeros le cuentan sus penas, le piden consejos y hasta la han invitado a salir.
¿Qué le dicen sus hijos? El hombre tiene 24 años. Él está emocionado, pero también preocupado por la situación de inseguridad que se presenta en la ciudad. Su hija está a punto de cumplir 15 años en junio próximo, y en honor a la fecha planean viajar a Cancún.
La jornada.
Los días para Lucy pueden iniciar desde las 5 de la mañana y concluir la madrugada del día siguiente. De mañana prepara el desayuno, lleva a su hija a la escuela, regresa a la casa, pone la lavadora, se pone a guisar o le avanza a la limpieza y se sale a trabajar. En el transcurso del día se dedica a la venta, principalmente de ropa para dama y caballero, y, a partir de las 5 de la tarde, comienza a manejar el taxi.
“Trato de no descuidar, que sí se descuida, pero trato de no descuidar el poder estar con mi hija. Ella practica gimnasia olímpica y danza aérea. Traro de ir por ella a la casa y llevarla a sus actividades; la dejo ahí, me voy a seguir trabajando otro ratito, regreso por ella, la llevo a la casa, le doy su bendición, me da su bendición, y sigo trabajando.”
Todos los días se encomienda a Dios y le pide que quienes aborden su vehículo lo hagan porque realmente necesitan un servicio; a pesar de ello, se ha encontrado con diversas situaciones, aunque al hacer un balance han sido más las buenas que las malas. De las malas, recuerda que cuando recién inició la abordó un chico que quería que lo llevara a una escuela, pero antes debían pasar por unas maletas a la colonia San Pablo.
“Recién iniciaba me dijeron que no entrara a San Pablo porque era muy riesgoso. Me aborda un chico en el soriana y quería que lo llevara a la escuela 5 de Mayo. No se veía malandro. Resulta ser que me llevó justo a donde me dijeron que asaltaban. Me hizo entrar en un callejón a donde supuestamente iba por sus cosas”, evoca.
Recuerda que en ese momento se acercaron tres señoras y le dijeron que si apreciaba su vida se fuera de ahí, pues el chico no había ido por sus maletas, sino por su banda. “Te van a asaltar”, le dijeron. Llegó como pudo a la salida y hoy puede contar que en aquella ocasión escapó de un asalto.
Desde entonces evita entrar a colonias como San Pablo, Menchaca, San Pedrito Peñuelas y otras más.
“Todo lo que he tenido que pasar no ha sido fácil superarlo ni pasarlo, pero una cosa he aprendido: que las cosas pasan porque tienen que pasar, y tienen que pasar porque hay algo que tienes que aprender. Si tú logras entender ese mensaje, estás del otro lado. El tener un propósito a mí me vitaliza. Ahora estoy concentrada en el viaje que haremos mis hijos y yo”, comenta.
Sus hijos son sus dos motores y se refiere a ellos como sus amores eternos. Son, también, su mayor satisfacción. Afirma que el verlos a ellos bien, consiguiendo logros, es inexplicable.
“Ya somos un poquito más”.
Lucy refiere que en los nueve años que lleva como taxista ya son un poco más las mujeres que encuentran en este oficio un modo de ganarse la vida. Aun así, dice, continúan habiendo situaciones en las que los compañeros no las aceptan muy bien.
Al menos en su caso, la actitud para con ella es otra. “Ahora hasta me aconsejan y son ellos los que me dicen cómo hacerle. Creo que poco a poco se ha abierto un poco más esa forma de rechazar el que la mujer esté tratando de ganarse la vida”, dice.