En estos tiempos, cuando algunos discursos suelen estar llenos de xenofobia y odio contra los extranjeros, podría parecer irracional hablar en contra de los extranjeros en el futbol mexicano.
Sin embargo, los jugadores extranjeros que llegan a la liga local no siempre son lo que esperan los clubes que los contratan. Terminan por defraudar a la afición y llevarse millones de dólares por calentar una banca o trotar en el terreno de juego, en ocasiones.
La regla 10/8, que permite tener sólo ocho jugadores nacidos en México, como lo han dicho expertos en futbol, le cierra la puerta a los jugadores mexicanos y se la abre a los extranjeros y naturalizados. Los únicos clubes que se opusieron a esta regla fueron Pachuca, León y Chivas, coincidentemente equipos que por tradición invierten en sus fuerzas básicas y, en el caso del Guadalajara, que sólo juega con mexicanos.
Al no requerir de un gran número de elementos nacionales como antaño, cuando los equipos sólo podían tener tres extranjeros en sus filas, la importancia de las fuerzas básicas disminuirá, hasta verlas sólo como algo opcional, contrario a lo que sucede en la actualidad, que existen competencias exclusivamente para los jóvenes que aspiran a defender los colores de sus equipos en primera división.
Con el actual sistema de competencia en el futbol mexicano de torneos cortos, donde se tiene la apremiante necesidad de resultados inmediatos para calificar, tener protagonismo y léase también mejores contratos de publicidad, transmisiones, estadios llenos y todo lo que ello conlleva, invertir años en el descubrimiento, desarrollo y consolidación de un jugador de fuerzas básicas no es rentable para muchos clubes del balompié nacional.
En cambio, sí lo es comprar un jugador extranjero, que llene de expectativa a la afición, que lo verá como el salvador, el mesías que los salvará del descenso o que cubrirá de gloria los colores de su institución, inscribiendo con letras de oro su nombre en los anales del futbol mexicano. O al menos eso se piensa.
La culpa de estas decepciones no es de los jugadores foráneos, que sólo buscan una oportunidad fuera de sus países para destacar, hacerse de un nombre en otra liga, tener exposición y saltar a una liga o un equipo más grande e importante, o sencillamente ganar más dinero, pues la carrera de un futbolista es corta.
La culpa es de promotores, directivos corruptos y técnicos que se prestan a aceptar jugadores en sus equipos que, si bien tienen el talento para el futbol profesional, sus cualidades no son las ideales para la liga mexicana.
En Gallos Blancos se tienen ejemplos de extranjeros rentables como de quienes decepcionaron por su desempeño. Entre los primeros, Tiago Volpi, guardameta brasileño que llegó al cuadro queretano en diciembre de 2014 y debutó en 2015, convirtiéndose en el titular indiscutible bajo la portería de los emplumados.
Por otro lado, Patricio Pato Rubio, delantero chileno que llegó con etiqueta de romperredes, no pudo mostrar su calidad con la escuadra queretana, por lo que fue cedido a préstamo después a la Universidad de Chile y regresó a Gallos Blancos, para ser prestado a Dorados de Sinaloa, equipo de la División de Ascenso.
Muchos podrán argumentar que los jugadores extranjeros vienen a elevar el nivel del futbol mexicano, que llegan a “meterle” presión al jugador local y los “sacarán de su zona de confort”, pero en realidad, con las inversiones que hacen los equipos en estos “cracks” se frenan recursos que pueden destinarse a fuerzas básicas.
Invertir en la cantera es un negocio a futuro. Requiere de paciencia, de no ver resultados inmediatos y de mucho trabajo que no rinde dividendos en el corto plazo, pero a la larga redituará de manera significativa.
Formar a futbolistas es, por decir, una inversión de riesgo, pues de 100 jugadores, dos o tres destacan por sus cualidades y pueden llegar a un equipo de primera división. Sin embargo, esos pocos, esos elegidos, pueden brindar “satisfacciones económicas” a los clubes que los formaron, y más aún, pueden representar un mejor futuro para el balompié nacional.