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Aúlla el carro-bomba número cinco de los bomberos sanjuanenses, acelerando sobre la avenida Paseo Central. La unidad llega en seis minutos al barrio de Fátima, donde arde una vivienda rústica y ese tramo del cielo se impregna con una humareda tétrica.
“Mi tío fuma mucho y creo que tiró su colilla abajo del sillón”, advierte el asombrado niño Alexander, quien vivía dentro de la casa que está en llamas.
El mobiliario que consume el fuego consta de dos sofás, un par de colchones y una vieja consola de nogal, entre otras cosas que ya no existen.
Lo anterior se aprecia después de que bomberos logran sofocar el incendio. Ellos son: Víctor Rico Ruiz, de 17 años; Luis Alfredo Durán del Río, de 21; además y el sargento que actúa como conductor y el copiloto. Su rápida operación implicó regar el sitio con cerca de 800 litros de agua.
Con la peligrosidad de su labor, tanto Víctor como Luis, además de 25 de los 51 bomberos sanjuanenses, no reciben ningún salario a cambio; tampoco cuentan con seguro de vida ni seguridad social. No sólo eso, los voluntarios suelen adquirir por su propia cuenta parte del equipo adicional que utilizan en sus misiones.
A bordo del vehículo que regresa a la central de bomberos, el joven Durán dobla y guarda con meticulosidad su ennegrecido par de guantes, aún cuando estos lucen como para ser tirados a la basura.
“Gracias a Dios no perdimos vidas, pero siempre nos duele perder nuestro equipo, porque además de todo eso nos pega en el bolsillo”, dice, tras lamentar haber perdido durante el siniestro una peculiar linterna que utilizaba, junto con sus demás compañeros para atender los incendios, agrega que el objeto era una especie de amuleto que los había seguido a muchas aventuras.